Midori OCM 21 a

Poesía y tensión 

Barcelona. 26/04/21. Palau de la Música Catalana. Obras de Brahms y Chaikovsky. Midori, violín. Orquestra Simfònica Camera Musicae. Tomàs Grau, dirección de orquesta. 

Nueva cita en la siempre interesante y estimulante temporada de la Orquesta Sinfónica Camera Musicae, con otra invitada de lujo, esta vez la violinista japonesa -aunque nacionalizada estadounidense- Midori (Osaka, 1971). El repertorio escogido, el monumental Concierto para violín en re mayor, op.77 de Brahms, no pudo parecer más idóneo pues la virtuosa se encuentra en un momento de dulce madurez. 

La Orquesta Sinfónica Camera Musicae siempre suena fresca y enérgica. Conserva ese aura sonora de las orquestas compuestas por jóvenes músicos que transmiten pasión por lo que interpretan y así lo transmiten. La formación tiene unas secciones donde calidad y equilibrio funcionan, y se perciben la complicidad y el entendimiento con Tomàs Grau, su responsable artístico y su batuta titular.

Con todo, el inicio del descomunal primer movimiento del concierto sonó algo pesante, como si la búsqueda del sonido se fuera construyendo y armando en los primeros compases. Los casi cuatro minutos de apasionado sinfonismo con los que Brahms prepara la introducción del violín solista en el Allegro ma non troppo, explotaron en los primeros tutti para dejar paso a la entrada de Midori. Ataques con el arco implacables, sonido poético y refinado y un encendido fraseo fueron las señas de identidad de una solista que bordó los trinos, la articulación y la expresión. Para coronar el movimiento Midori se marcó una cadenza de casi cuatro minutos con un lirismo desbordante de técnica y precisión.

Delicada y hermosa fue la introducción del oboe solista en el inicio del Adagio, acompañado por esa especie de serenata de vientos con la que Brahms escarbó un hedonismo sonoro de irresistible poso. De nuevo, el fraseo limpio, incisivo y dulce del arco de Midori se paseó por todo el movimiento acentuando el carácter atmosférico del mismo. Grau supo modular con eficacia el diálogo solista con las secciones sin oscurecer la luz melódica del violín Guarnerius del Gesú de la nipona que sonó soberbio y mayestático.

Midori OCM 21 b

Con un inicio algo convencional, el Finale se desarrolló en un in crescendo de intenciones y equilibrio entre la orquesta y el violín solista que nunca sonó ahogado entre el poderoso magma sinfónico de la escritura brahmsiana. La excelencia del violín de Midori brilló en medio de unas tensiones orquestales que en algún momento perdieron presencia y definición. La ovación del público que aplaudió con insistencia obtuvo como premio un bis en forma del Preludio de la partita para violín núm. 3 en mi mayor de Bach, tocada con profundidad y virtuosismo por la brava japonesa.

Estrenada tan sólo un año después del concierto para violín de Brahms, la última versión de la Obertura-Fantasia, TH 42 de Chaikovsky fue un idóneo binomio para un programa del repertorio romántico más apasionado. Impactante las cuerdas graves en el inicio de la obra, la sección de contrabajos brilló con el aire sombrío y típicamente eslavo bien administrado desde el podio. Con todo la construcción de los temas y su desarrollo arquitectónico tuvo de nuevo caídas de tensión, perdiendo en cierta manera teatralidad e incisión en pos de una sucesión de los temas, bien interpretados por una orquesta apasionada e impecable a la que solo le faltó una mayor cohesión dramática. 

Destacaron el clarinete, la flauta, el arpa y la sección de metales en general en esta ensoñación chaikovskiana sinfónica basada en el Romeo y Julieta de Shakespeare. Grau combinó la inspirada sucesión de los temas con momentos de gran solidez sonora, el apasionado tema de amor, con otros algo diluidos como los redobles finales antes del dramático y lírico último acorde.