Clases de filosofía
San Sebastián. 01/05/2021. Kursaal. W. A. Mozart: Messa da Requiem. Ainhoa Garmendia (soprano), Lucía Gómez (mezzosoprano), Aitor Garitano (tenor), Cesar San Martín (bajo). Coro y Orquesta Opus Lirica. Dirección escénica: Pablo Ramos y Carlos Croque. Dirección musical: Iker Sánchez Silva.
Que dentro de una temporada de ópera se proponga un oratorio de cierta envergadura y/o fama no es infrecuente; de hecho, la obra homónima de Giuseppe Verdi, por poner un ejemplo socorrido, tiene presencia habitual. Que tal obra, no nacida para la escenificación, sea puesta en escena comienza a ser algo más que una moda. Así, en los últimos años y por estos lares hemos podido ver escenificadas obras tan dispares como Carmina Burana, de Carl Orff o War Réquiem, de Benjamin Britten. En este caso Opus Lirica nos propone la puesta en escena de una obra cumbre de la religiosidad de occidente, la Misa de Requiem, de Wolfgang Amadeus Mozart.
El problema puede surgir si advertimos que la temporada de ópera donostiarra es pequeña en su dimensión; de hecho, apenas se programan dos títulos por temporada por lo que uno puede deducir que detrás de la propuesta de escenificar la obra mozartiana puede haber otra filosofía, sin duda condicionada por las dramáticas condiciones en las que vivimos actualmente: asumir una obra muy popular, de fácil enganche para el espectador y que además presuponga un coste económico relativamente pequeño, facilitado por un montaje escénico sencillo. Además siendo recomendable que hoy en día la duración del espectáculo no exceda de los 90 minutos, la propuesta tiene lógica aplastante.
Otra cosa es que ello pueda formar parte de una temporada de ópera tan breve. Opus Lirica inició un camino repleto de sobresaltos hace ya media docena de años y cada uno de los títulos propuestos parece sumergirse en un mundo proceloso de dudas e incertidumbres. Se apostó en un principio por los títulos más trillados de repertorio; también se anunció más tarde una apuesta por la ópera de cámara de la que desconocemos su verdadero recorrido; y quizás ahora mismo no sepamos muy bien hacia donde queremos ir. Y apostar ahora por el Requiem mozartiano tiene poco de clarificador a medio plazo.
Pero más allá de filosofías de programación de la entidad organizadora, lo importante es que la lírica –utilicemos un genérico para no pillarnos los dedos- sigue teniendo un hueco en la capital guipuzcoana. En pocos días supongo que la Quincena Musical donostiarra anunciará su calendario de conciertos para el inmediato verano y veremos en qué lugar queda la lírica. Uno no tiene muchas expectativas.
Quiero decir antes de entrar en más detalle que el espectáculo, de apenas sesenta minutos, puede calificarse de notable con algunos peros muy personales que trataré de aclarar líneas más adelante. Lo mejor de la velada, la ilusión de todos en el proyecto, evidente en el momento de los aplausos finales, la apuesta por la gente de casa –tres solistas eran de la provincia- así como alguna de las voces; lo menos bueno nos llevará de nuevo a la filosofía.
En el Réquiem, de Mozart el coro juega un papel primordial y hay que decir que el Coro Opus Lirica tuvo unas prestaciones más que suficientes, sobre todo en el sector femenino. En el caso de ellos eché en falta mayor unidad de cuerda en los tenores –hay una voz descollante que percutió de forma contínua- mientras que la cuerda grave necesita más enjundia vocal, mayor consistencia. A título de ejemplo, en las partes fugadas -Kyrie eleison, por ejemplo- las voces femeninas y masculinas no jugaban en el mismo plano y la parte débil estaba precisamente en los bajos. En cualquier caso, teniendo en cuenta todas las circunstancias –mascarilla incluida- la labor puede calificarse de aceptable.
El cuarteto vocal estuvo dominado por la voz de la soprano guipuzcoana Ainhoa Garmendia, la de mayor peso y proyección; el tenor también guipuzcoano Aitor Garitano estuvo correcto estilísticamente aunque algo falto de cuerpo; el madrileño Cesar San Martín, más barítono que bajo, quiso dar entidad a un voz que, por lo demás, llegaba al Kursaal sin problema alguno. Los graves tenían cierta artificialidad pero su labor fue muy interesante. La mezzo donostiarra Lucía Gómez quedo diluida en los momentos de conjunto, siendo la voz menos presente de las cuatro.
Tocar Mozart, y más teniendo en cuenta la importante tradición 'romanticoide' que ha existido en torno a este compositor y, en concreto, a esta obra, siempre es un reto para estructuras no estables, como es la Orquesta Opus Lirica. Por ello me parece muy meritorio el papel de Iker Sánchez, notable en su labor de coordinación de los distintos intérpretes pero también en la de creación de un tempo ágil y dinámico que facilitó que los números de la obra –muchas veces obligados a pequeñas interrupciones a consecuencia de la puesta en escena- estuvieran cargados de coherencia.
Precisamente lo más novedoso era la puesta en escena: muy oscura, lo sustancial consistía en un escenario central donde transcurrían coro y solistas, con el apoyo de una gran pantalla de vídeo que ocupaba toda la trasera y en donde se proyectaban imágenes alusivas al texto además –sobre todo, diría yo- textos complementarios de carga supuestamente filosófica y que supongo, trataba de provocar la reflexión del espectador.
Los cuatro solistas aparecía ora envueltos en sudarios o mortajas, acarreando con pesadas –y sonoras- cadenas ora cubiertos por una estructura que agigantaba su presencia, al modo de Fafner y Fasolt en el Das Rheingold wagneriano. Los cuatro solistas eran replicados por cuatro bailarines que de forma espasmódica reproducían danzas violentas y en las que los dos hombres tardaban medio segundo en quitarse la camiseta, como si ello aportara nada.
Estamos ante una obra religiosa, no queda duda. Pero permítaseme decir que esta y otras tantas obras musicales de nuestra cultura hace tiempo que han traspasado la significación estricta que provocó su nacimiento para situarse hoy por encima de credos y grupos religiosos concretos. De ahí que hoy escuchar la Misa de Requiem, de Mozart nos pueda a muchos interesar más como obra de arte que como obra religiosa.
Traigo esto a colación de los mensajes que fueron proyectados en la gran pantalla trasera. Si el público lo componíamos seiscientas personas podemos prever seiscientas formas distintas de entender la muerte, la trascendencia, la religión, el castigo,… Lo que creo que poco aporta el poner frases que las puede firmar A o Z de lo abiertas –y por ello, insignificantes- que son. La libertad está en tu interior es decir mucho o decir una nadería absoluta, dependiendo de dónde vivimos, en qué condiciones económicas y/o personales. Dile a un habitante de la franja de Gaza o a un niño del Chad que la libertad está en su interior y preparémonos para la respuesta. Estamos inmersos en un momento histórico donde el buenismo nos invade y hace estragos. Por ello, frases descontextualizadas y desideologizadas quedan en inmensa bola de aire, hueca en su interior.
En resumen, en el apartado musical, poco que reprochar y satisfacción general; en la entera dimensión del espectáculo, traslado una reflexión que quiere ser constructiva. Creo que Opus Lirica buscaba precisamente esto: unir, siquiera simbólicamente, la música y la filosofía.
Foto: © Luznortefilms