Fernando emplazado Real21 JavierReal 

Una oportunidad bien aprovechada

Madrid. 15/05/2021. Teatro Real. Valentín de Zubiaurre: Don Fernando, el emplazado. Miren Urbieta-Vega (Estrella), Cristina Faus (Violante), José Bros (don Pedro de Carvajal), Damián del Castillo (don Fernando), Fernando Radó (don Juan de Carvajal) y otros. Coro y Orquesta del Teatro Real. Dirección del coro: Andrés Máspero. Dirección musical: José Miguel Pérez Sierra.

Cuando, en su momento, se presentó la temporada actual del Teatro Real uno no pudo por menos que sorprenderse por la presencia del título que nos ocupa; y es que la figura de Valentín de Zubiaurre pasa por ser una de las más desconocidas del pasado siglo XIX no ya solo en la capital sino incluso en su tierra natal. Puedo asegurar que no soy el único que con la intención de conocer la obra de este compositor vizcaíno se ha dirigido expresamente hasta Madrid, con la convicción de que podemos estar ante un hecho inaudito y, muy probablemente, sin continuidad.

Nadie puede negar al Teatro Real el valor de esta recuperación tras exactamente 150 años de su estreno en el Teatro Alambra, de Madrid, en mayo de 1871. Sin embargo, si todo el proyecto queda reducido a estas dos veladas en versión de concierto, de escaso valor será el paso dado. Si al menos fuera a quedar testimonio grabado podríamos dejar mayor huella pero todo parece indicar que nada de eso está planificado.

Pues bien, escuchada la función del estreno comenzaré por reconocer que esta obra resulta sorprendente pues el oficio de Zubiaurre es claro; y si se me permite la provocación, intuyo que de ser la obra de otro compositor de la época esta obra tendría cierto recorrido, aunque fuera esporádicamente.

Recordemos dos cuestiones que considero interesantes antes de entrar en materia. La primera es que en mayo de 1871 Amadeo I de Saboya apenas llevaba tres meses como rey de España después de la infausta conclusión del reinado de Isabel II tras los movimientos revolucionarios de 1868. Es decir, en España se vivía un momento crítico para con la monarquía y el ocupante del trono fue, prácticamente, convencido tras un pertinente casting de monarcas.

Por el lado estrictamente musical 1871 es el año de Aida, de Giuseppe Verdi o de la Marina operística de Emilio Arrieta tras el estreno zarzuelístico de 1855. Es decir, Don Fernando, el emplazado se incardina dentro de la más estricta tradición de la ópera italiana y surge de una pluma que conocía la música de Verdi así como la de sus anteriores italianos –especialmente la de gaetano Donizetti- o la de Wagner, quien estaba inmerso en la conclusión de su tetralogía Der Ring des Nibelungen.

Para terminar con las cuestiones preliminares conviene apuntar que Valentín Zubiaurre Urionabarrenetxea nació en una minúscula localidad vizcaína, Garai –hoy apenas de 300 habitantes, sita en la comarca del Duranguesado, en las faldas del Monte Oíz- y padre de personajes de cierto renombre como los pintores Ramón y Valentín así como de Pilar, pianista, escritora y feminista leal a la II. República hasta el exilio.

La carrera compositiva de Zubiaurre está lejos de ser convencional pues pasó los primeros años, esos que habrían podido ser los de su formación académica, en Sudamérica y no fue hasta estar cercano a los treinta años que estudió en el Conservatorio de Madrid con Hilarión Eslava.

Estamos, pues, en un momento histórico convulso, cercana se encuentra la I. República y musicalmente hablando los dos grandes genios del XIX se encuentran en el momento de mayor esplendor. Por lo tanto quizás podamos desprender de ello que poco aporta la obra de Zubiaurre y sin embargo…

…sin embargo, la impresión que me ha quedado tras la primera escucha es que esta ópera merece la pena. La obra en su estructura dramática no es original: atendiendo al libreto, encontramos en el todos los recursos habituales de la época como puedan ser la narración de un sueño, la presencia de la autoridad religiosa, los celos desorbitados del amante despechado y un deseo de venganza ciego.

Los personajes también responden a estereotipos de la ópera italiana: tenor para personaje de carácter heroico; barítono para rey celoso, cruel y vengativo y bajo para la autoridad sacerdotal mientras que la tesitura de soprano queda para la gran protagonista femenina, la víctima de los celos y la sinrazón; finalmente, la mezzo es mera asistente de la anterior. A ello hay que añadir los partiquinos convencionales: un paje, un pregonero y un asistente del rey. Todo ello advirtiendo que no es conveniente tratar de encontrar en el libreto un mínimo rigor histórico en torno a la figura del rey Fernando IV de Castilla 

La función del estreno ha resultado un éxito de público. Al finalizar la función hubo tanto un reconocimiento del valor de la obra como al esfuerzo realizado por todos los intérpretes que, con probable seguridad, nunca volverán a enfrentarse a la partitura. Y es que lo peor de este tipo de recuperaciones es que parecen surgir con fecha de caducidad inmediata, tengan el valor musical que tengan pues seguimos siendo víctimas de cierta comodidad a la hora de programar –y de escuchar, no coloquemos toda la responsabilidad en los dirigentes de los teatros- este tipo de obras.

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En mi opinión Miren Urbieta-Vega (Estrella) fue la idem de la noche, demostrando que estamos ante una referencia ineludible del canto actual en estos lares; un servidor ha podido seguirla prácticamente desde su debút y solo puedo alegrarme de constatar que la donostiarra es dueña de una voz que sobresalía con adecuada proyección y volumen suficiente, además de saber frasear y ser capaz de acaparar la atención de todos nosotros, los oyentes. Impecable en los concertantes, parece acercarse el momento en el que Real y similares le confíen papeles de envergadura en obras escenificadas.

Casi al mismo nivel el catalán José Bros (Don Pedro de Carvajal), enseñando sus habituales virtudes: un fraseo límpido, un canto intencionado y un agudo ahora ya protegido. Un punto por debajo el aparente protagonista de la obra, el barítono Damián del Castillo (Don Fernando, el rey), una especie de Conde de Luna coronado al que advertí falto de consistencia vocal para dotar al personaje del necesario carisma regio así como del nivel de crueldad que exhibe en la trama. El bajo argentino Fernando Radó (Don Juan de Carvajal) nos mostró una voz de color demasiado claro para un personaje que transmite autoridad y que por ello apenas aparecía en los concertantes. 

Entre los papeles menores destacar la voz rotunda de Gerardo Bullón (pregonero) sin que desmerecieran el resto, a saber Cristina Faus, Vicenç Esteve y Gerardo López, es último el único que intentó dar cierto carácter dramático a sus intervenciones, aspiración en la que se quedó totalmente solo.

El coro del Teatro Real que ha recibido merecidas loas por anteriores intervenciones quedó en segundo plano para una intervención poco exigente para ellas; ellos, bastante planos y con ciertas muestras de inseguridad en las intervenciones dialogadas con los solistas. Llamaba la atención la inseguridad que transmitían, partitura en mano.

José Miguel Pérez Sierra dirigió con cierta estridencia una obra que tiene como momentos más brillantes los concertantes con los que se cierran los dos primeros actos. Con la excepción de soprano y tenor el volumen orquestal –con el instrumento en foso- tapaba en ocasiones las voces de solistas.

El Teatro Real anuncia un primer acto de 50 minutos aunque luego, en la práctica, llegó hasta los 70. El público interrumpió en bastantes ocasiones el desarrollo de la función con aplausos y bravos que fueron in crescendo hasta el momento final donde el público pareció mostrar su aprobación a obra e interpretación.

Un servidor, pues soñar es gratis, puede imaginar a Gobierno Vasco y/o Diputación Foral de Vizcaya interesada en la recuperación de una obra que el Teatro Real, en decisión acertada, ha puesto en conocimiento de unos pocos con estas dos exiguas funciones. Pero los sueños eso son, según dicen.

Foto: © Javier del Real