Desde las alturas
Barcelona, 22 de abril de 2025. Gran Teatre del Liceu. Nadine Sierra (Amina), Xabier Anduaga (Elvino), Fernando Radó (Rodolfo), Sabrina Gárdez (Lisa), Carmen Artaza (Teresa), Isaac Galán (Alessio), Gerardo López (Notario). Bárbara Lluch, dirección escénica. Lorenzo Passerini, dirección musical.
Enorme expectación en el Gran Teatre del Liceu. La reina de la casa, es decir Nadine Sierra, regresaba al escenario de Las Ramblas tras unas funciones históricas de La traviata y un estrepitoso recital hace apenas unas semanas. Además, lo hacía con un papel emblemático para ella, como señaló en la entrevista concedida a Platea Magazine, en la que confesó que el debut como Amina en el Teatro Real le permitió dar un paso adelante importante en su evolución artística y vocal. Todo ello quedó corroborado en una primera aparición de impacto en la que quedó claro que la soprano podía y quería mostrar todas sus virtudes vocales, que son muchas. Solo con el recitativo “Care compagne”, lento y ceremonioso, y el andante “Come per me sereno” se pudo constatar, de nuevo, que nos encontramos ante el pico artístico y vocal de una cantante extraordinaria, dominadora de todos los registros. La voz, carnosa, coloreada, cálida y vibrante se desplegó por la sala con la autoridad de los grandes. En la cabaletta posterior, Sierra mostró coloratura y registro agudo infalibles, acabando en proscenio con una nota final inacabable realizada con un juego de dinámicas pasmoso. Así es como entran en escena las reinas.
Repasar toda su actuación llevaría esta crónica a convertirse en un catálogo de adjetivos laudatorios inacabable. Uno de ellos es la extraordinaria compenetración que la soprano con Xabier Anduaga, que firmó, sin duda, su mejor actuación en el escenario barcelonés. Lo primero que hay que constatar es que no hay, en el panorama operístico actual, una voz de tenor que se acerque a la calidad y belleza de la del vasco. El timbre, un tanto baritonal pero brillante y esponjoso, es capaz de emocionar por sí solo, y eso es muy poco habitual. La proyección es espectacular, como la subida al agudo. El único pero es un fraseo desigual, en algunos pasajes realmente delicado, como en los dúos y las cadenze junto a Nadine Sierra, mientras que en otros el tenor parece demasiado obsesionado por el sonido y menos por dar sentido a la palabra a través del acento. Si Anduaga consigue mejorar ese aspecto, que visto lo visto en esta Sonnambula, lo está haciendo, parece cristalino que estamos ante un tenor sin límites. Muestra de ello, más allá de su excepcional messa di voce en “Tutto è sciolto”, fue su indescriptible cadenza en el quinteto, una escala ascendente y descendente realizada toda ella en pianissimo, un alarde técnico al alcance de muy pocos tenores.
Sabrina Gárdez tuvo un exitoso debut en el Gran Teatre del Liceu interpretando a Lisa, la rival de Amina. Si en su primera y comprometida intervención los nervios parecieron atenazarla, en la del segundo acto mostró un potencial canoro evidente, resolviendo con holgura y brillantez aria y cabaletta. Hay camino por recorrer, especialmente en la faceta teatral, pero es una voz que habrá que seguir con atención. Fernando Radó, por su parte, fue un Rodolfo insuficiente a todas luces. Quizás el cantante no estuviese esa noche en sus mejores condiciones, pero supuso un lastre importante pues se trata de un personaje central en lo dramático como decisivo en cuanto el equilibrio tímbrico del conjunto. Impecable Carmen Artaza en el papel de una Teresa bien delineada y matizada y cumplidores Isaac Galán como Alessio y Gerardo López en su corta intervención como notario.
Lorenzo Passerini debutaba en el foso del Liceu y lo hizo centrado más en ponerse al servicio de las voces que en buscar lucimiento en una partitura que difícilmente lo permite. Todo ello desembocó en una lectura correctamente concertada, a la que la Orquestra del Liceu aportó buen sonido, pero poco orgánica y, en algunos momentos, un tanto corta de vuelo. Eso sí, consiguió mantener integrado a un Cor del Liceu que la puesta en escena situaba constantemente en el fondo del escenario, limitando su presencia sonora en una ópera en la que debe ejercer un papel protagonista más.
El estatismo que la producción de Bárbara Lluch otorga al coro contrastó con la presencia y movimiento casi constantes de un cuerpo de baile que representaba el elemento fantasmagórico inherente a la historia, así como en el subconsciente de Amina. El intento de la producción de profundizar en el origen traumático de esos fantasmas y en la violencia social y de género que sufre Amina es sin duda interesante, pero esas ideas quedan tan solo apuntadas en esta producción y solo en escasos momentos la propuesta es capaz de proyectarlos en el plano teatral. La puesta en escena parece apostar por la sencillez y escenas centrales como la del sonambulismo se antojan resueltas con poca brillantez.
Lo mejor de la producción es el último cuadro, bellamente concebido e iluminado, en el que Nadine Sierra tuvo su gran escena final subida a una vertiginosa tarima. Una vez más, el despliegue vocal fue de los que se recuerdan. Pese a que, en la parte final, Sierra dejó entrever algún síntoma de fatiga, demostrando a algunos incrédulos que, efectivamente, es humana, su clase, infinidad de recursos técnicos y vocales, así como su entrega absoluta se volvieron a imponer ante a un público del Liceu que adoró a su reina en las alturas. ¡God save the Queen!
Fotos: © A. Bofill