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En clave de Pasolini

Bruselas. 11 y 13/06/21. Teatro de La Monnaie. G. Puccini: Tosca. Myrtò Papatanasiu/Monica Zanettin (Tosca). Pavel Černoch/Andrea Carè (Mario Cavaradossi). Laurent Naouri/Dimitris Tiliakos (Scarpia). Sava Vemić (Cesare Angelotti). Riccardo Novaro (Il sagrestano). Ed Lyon (Spoletta). Kamil Ben Hasen Lachiri (Sciarrone). Logan Lopez Gonzalez (Pastorello-Giuseppe Pelosi). Sacha Pirlet (Pier Paolo Pasolini, junior). Sean van Lee (Pier Paolo Pasolini). Coro y Orquesta de La Monnaie. Eric Robberecht, dirección del coro. Rafael R. Villalobos, dirección de escena. Alain Altinoglu, dirección musical. 

La reapertura del Teatro de La Monnaie de Bruselas, después del cierre por la pandemia, se produjo con una nueva producción de Tosca firmada por el emergente director de escena sevillano Rafael R. Villalobos. Se trata de una coproducción el Liceu de Barcelona y el Teatro de la Maestranza de Sevilla, además de la Opéra de Montpellier, por lo esta propuesta visitará España en más de una ocasión.

Villalobos revisiona la historia de Tosca desde un juego teatral con multitud de referencias culturales, todas ellas centradas en la ciudad de Roma y en la figura de Pier Paolo Pasolini. Siendo una producción narrativa, según sus propias palabras en la rueda de prensa previa al estreno, la propuesta introduce a un actor que interpreta al célebre cinesasta italiano, asesinado brutalmente en 1975 en la playa de Ostia. Pasolini resulta así un personaje introducido en la trama como un fantasma del siglo XX que sigue la estela de la historia de Floria Tosca.

Se impone así una estética monocromática, basada en un blanco y negro omnipresente, con ligeros toques rojos puntuales, tanto en los vestidos, diseñados por el propio Villalobos, como en la circular escenografía diseñada por Emanuele Sinisi. Una escenografía que remite a la Plaza de San Pedro del Vaticano, al monumento-mausoleo de Garibaldi o al Coliseo, tres edificios simbólicos e icónicos de la ciudad de Roma. Esta escenografía circular y cambiante se vuelve un envoltorio asfixiante y metafórico de la mente obsesiva y hasta paranoica de una Tosca que lucha, como en su vida hizo Pasolini, con la idea del miedo a Dios. 

A todo esto hay que sumar los cuadros del pintor Santiago Ydáñez (Puente de Génave, Jaén, 1969), con obras como su revisión actualizada de La Maddalena (primer acto), o en su versión del cuadro Judith y Holofernes de Caravaggio (final del segundo acto), o las pinturas basadas en el filme de Pasolini, Saló (1975), en el tercer acto.

Villalobos se envuelve en todas estas referencias estéticas y usa la figura de Pasolini, un artista incómodo, ácrata y crítico con la sociedad, como un recuerdo actualizado de una historia donde la religión y la opresión política que significa Scarpia, sigue vigente en el mundo actual. 

La presencia constante de Pasolini, joven al principio y adulto en el resto de la ópera, puede despistar al inicio, aunque como referencia estética funciona en tanto en cuanto Villalobos construye ese link entre el director de cine y una ópera como Tosca con una narrativa cinematográfica muy marcada. El problema viene cuando ese relación artificial se impone en la escena para el espectador, ya que o se acepta esa lectura o se convierte en una intelectualización ambiciosa y multireferencial que más que aportar al libreto, redunda o crea una distancia emocional puesto que la música de Puccini es todo menos monocromática.

Hay un trabajo teatral profundo y concienzudo, con referencias a La mala educación de Almodóvar (primer acto), el sadismo de Saló de Pasolini en el acto de Scarpia, y una búsqueda de liberación de la religión y la opresión política encarnados por Tosca y Cavaradossi que son dibujados con indudable poesía visual. Una producción con espíritu de Regietheater, que encantará a los modernos y que distanciará al que quiera ver una Tosca de toda la vida. 

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Destacó por encima de un reparto irregular la batuta estilizada y teatral de Alain Altinoglu, el titular de la casa. Enfrentado a una orquesta reducida por temas de protocolos covid, partitura adaptada por Frédéric Chaslin, Altinoglu, aprovechó para profundizar en los colores y matices de una orquestación prodigiosa. Cierto es que se perdió contundencia en el Te Deum, o faltó proteína lírica en el último acto, pero se ganó en poesía y delicadeza de los instrumentos en una lectura detallista y siempre viva. 

La emoción fría e intelectualizada de la escena tuvo en el foso su contraste mórbido y rico en contrastes. Un trabajo admirable que sitúa en su primera lectura de Tosca a Altinoglu como una de las batutas que sin duda hay que seguir. El director musical es la actual joya musical del Teatro de La Monnaie.

En el doble reparto hubo de todo. Myrto Papatanasiu equilibro como notable actriz la falta de fuerza lírica que Tosca demanda. La griega, artista inteligente, aportó carisma y sensibilidad, con un dibujo vocal de Floria que siguió el detallismo orquestal aunque el foso la tapara en más de una vez. Con un notable Vissi d’arte, y una escena final expresiva y empática se llevó una generosa ovación final. 

A su lado la voz del tenor checo Pavel Černoch como Cavaradossi sonó fresca y segura pero ajena al estilo y con falta de la italianità inherente al rol. De fraseo aseado pero distante, su timbre no perdió esmalte nunca pero pareció imbuido en una distancia emocional con escasa química teatral con Papatanasiu.

El debut en el rol de Scarpia del reconocido bajo-barítono francés Laurent Naouri, se saldó con una notable carestía de medios para afrontar un personaje de esa envergadura. Su afamada personalidad actoral se vio eclipasada en el Te Deum, inaudible, así como le faltó contundencia y maldad canora en un segundo acto sobrepasado constantemente por una orquestación que no parece adecuada a su vocalidad. 

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En el reparto alternativo la soprano italiana Monica Zanettin, de peculiar timbre oscuro pero medios dramáticos más afines a Tosca, fue una Floria dramática vocalmente y más adecuada a la partitura. Con una voz siempre presente, ofreció morbidezza en el fraseo y temperamento canoro aunque como actriz le faltó incisión y personalidad.

El tenor Andrea Carè fue un Cavaradossi efusivo y en estilo. A pesar de algún susto en el primer acto, donde afloró algún conato de gallo, supo mantener el temple. Aportó la calidez y la poesía necesarias en el tercer acto con un instrumento lírico con arrestos de spinto de notable interés.

Por último el otro Scarpia, el cantando por el griego Dimitris Tilikaos, supo encarnar la maldad zafia y fascista del personaje. Con atractivas inflexiones vocales y el teatral uso de un timbre áspero muy afín al barón, fue el cantante más implicado en esta puesta en escena, con una recreación actoral muy pasoliniana en la linea que Villalobos brinda a su producción.

El resto de cantantes fueron los mismos en ambos repartos. Destacó así en su doble faceta como Pastor y como personaje actor de Giuseppe Pelosi (amante adolescente de Pasolini en la vida real y en esta lectura de Villalobos), el contratenor belga Logan López GonzálezSava Vemić fue un sonoro y rudo Angelotti, junto a los correctos Riccardo Novato (Sagrestano), Ed Lyon (Spoletta) y Kamil Ben Hsaïn Lachiri (Sciarrone).

El coro, que cantó en una sala aparte y nunca en escena por las imitaciones impuestas por la situación pandémica, cumplió pese a las circunstancias con profesionalidad y solvencia. Cabe mencionar también el gran trabajo actoral de Sacha Pirlet, Pasolini joven, y sobretodo el de Sean Van Lee, Pasolini adulto quien deambula por la ópera con la elegante distancia característica del mítico director de cine italiano. 

Fotos: © Karl Foster