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Memoriam facimus

Madrid. 11/06/21. Auditorio Nacional. Orquesta y Coro Nacionales de España. Obras de Messiaen y Fauré. Pierre Laurent Aimard, piano. Nathalie Forget, ondas Martenot. Margarita Rodríguez Martín, soprano. Sarah Wegener, soprano. Christopher Pohl, barítono.

Los madrileños, para bien o para mal, nos olvidamos muy pronto de todo. Incluso de los momentos más terribles y oscuros. Y como madrileños, en realidad, somos todos, el abandono de lo vivido es, en ocasiones y por desgracia, generalizado. También es lógico cuando llevamos muchos meses ansiando la mínima posibilidad para celebrar la vida, que también tenemos derecho a hacerlo. Este pasado fin de semana, la Orquesta Nacional de España nos vino a recordar el dolor sufrido en estos tiempos, al mismo tiempo que se nos "abrían" las puertas del cielo, a través de una obra que supone el encuentro perfecto para ello: el Requiem, de Fauré.

Por el camino de la esperanza fuimos conducidos por una de las mejores batutas internacionales: el estadounidense Kent Nagano. De ponderada hondura, primoroso detalle, elegante gesto. En realidad, el programa de esta noche es un calco del que el director debería haber llevado a cabo en mayo de 2020, al frente de la Sinfónica de Montréal. Si bien en Messiaen su nombre forma un binomio, a priori, siempre ideal, en Fauré estábamos a punto de corroborar que también. Sobre todo por la prácticamente impecable labor del Coro Nacional de España. Ocupando no sólo la bancada de coro, sino también diferentes butacas y gradas laterales y posteriores del escenario, la construcción de un sonido tipo "dolby surround", como el del Cor de la Generalitat Valenciana con Pagliacci / Cavalleria estos días de atrás, levantó un abrazo musical del que nadie pudo, ni quiso, zafarse. Momentos sublimes fueron, especialmente, su Sanctus y el final In Paradisum. A buen nivel la Orquesta, con profundida en el Ofertorio y control de gamas dinámicas, a través de la batuta de Nagano, siempre serenas. Gran trabajo al órgano de Óscar Candendo, al igual que los solistas escogidos: la soprano Sarah Wegener y el barítono Christopher Pohl, dentro de una labor unitaria coherente y compacta.

Antes, en la primera parte del programa, se pudo escuchar las Trois petites liturgies de la présence divine, de Messiaen. Hace poco, un conocido compositor me decía: "para un compositor, no es cuestión de ser original, sino de ser auténtico". Qué duda cabe que Messiaen ha sido y es verdaderamente auténtico, de siempre reconocibles rasgos, con su teología, ornitología, colores e instrumentación. Cuando estas "miniaturas" fueron estrenadas ni siquiera, una vez más, fueron entendidas del todo y, sin embargo, la obra del francés disfruta del especio que merece hoy en día. Para lo infrecuente que se ofrecen estas partituras en concreto, la Orquesta Nacional ha echado el resto. Es un lujo contar con Nagano para dirigirlo, en un exquisito trabajo de planos y texturas, pero no es menos, al contrario, tener a Pierre-Laurent Aimard haciéndose cargo de la parte para piano. Extraordinaria, al mismo tiempo, Nathalie Forget con las ondas Martenot, otorgándole a este singular instrumento un lugar destacado en la interpretación de las partituras, que ella no necesitó en ningún momento. Los glissandi y diferentes articulaciones fueron empastadas de forma meticulosa con el resto de la orquesta y el coro, que estuvo, a pesar de algunas entradas y notas altas, de nuevo estupendo en su labor. Destacar, igualmente, la impecable intervención de la soprano Margarita Rodríguez Martín.

Comentaba hace unos días sobre "lo nacional", sobre "lo patrio" en la música clásica. Si tiene sentido o no reclamarlo. Sin duda, estos mimbres (Nagano, Aimard, Forget...) han sido, insisto, extraordinarios para llevar a cabo el programa presentado. Me pregunto, no obstante, si a pesar de la dificultad de programar, es lógico que tan sólo ocho solistas y batutas de los casi 60 que la Nacional invitará la próxima temporada sean españoles. Cinco si no contamos a Pons, Martín y Mena, directores de algún modo asociados a la casa. La Filarmónica de Berlín acaba de adelantar por la derecha a muchas orquestas españolas, incluida la Nacional, anunciando el debut de Gustavo Gimeno. Y como él, tantos otros (es de agradecer que Afkham haya cambiado su parecer sobre Pablo González). Entiendo que los atriles de la Nacional necesitan y se merecen, por su calidad, medirse de forma internacional, pero ya digo, llamándose Nacional y enarbolando la bandera de lo público... cinco nombres parecen, a todas luces, pocos. 

Los Berliner, además, han anunciado un homenaje a Robert Gerhard por el 50 aniversario de su muerte, programándole en su ciclo sinfónico principal, con la batuta de Simon Rattle. Si no me equivoco, fue Josep Pons quien trajo al catalán al ciclo sinfónico de la Nacional por última vez, hace la friolera de 10 años. Sin embargo, la Nacional no ha tenido reparo en homenajear este año a compositores que escribieron misas para el frente de juventudes falangistas o celebraron los 25 años de "paz" franquista, mientras otros se exiliaban (como Gerhard) o eran asesinados. La memoria, ya digo, tiene estas cosas... es subjetiva, difiere dependiendo de a quién se pregunte... y todos, supongo, podemos olvidarnos de lo que queremos.

Foto: RRSS OCNE.