Orlando, mermado
Madrid. 17/06/21. Teatro Real. Antonio Vivaldi: Orlando Furioso. Max Emanuel Cenčić (Orlando). Julia Lezhneva (Angelica). Ruxandra Donose (Alcina). Jess Dandy (Bradamante). Philipp Mathmann (Medoro). David D.Q. Lee (Ruggiero). Pavel Kudinov (Astolfo). Armonia Atenea. Director musical: George Petrou.
A la ópera barroca le sigue costando encontrar su lugar en los grandes teatros. Hemos avanzado algo en el último par de décadas, pero su inclusión en los programas sigue siendo menor, pareciera que se hiciera por cumplir, dedicada a una minoría de rígidos connoisseurs. Además, por una mezcla de caprichos del destino y cobardía, el formato concierto se ha convertido en el estándar de facto para estás óperas, como en esta ocasión que nos ocupa. Debemos entonces señalar lo evidente y recordar que una ópera barroca es una ópera, y que por lo tanto necesita de aspectos escénicos para no presentarse irremediablemente mermada. Esto puede hacerse y puede hacerse maravillosa bien, como ya han demostrado los excelentes trabajos de genios de la escena como Sellars, Guth y Kosky con el opus de Haendel.
Asumido ya el modo concierto sin demasiadas resistencias, sorprende comprobar como el sanedrín de expertos e historicistas se rasgan las vestiduras por los recortes practicados a una de las partituras de este Orlando furioso de Vivaldi. Personalmente, creo que las partituras infrecuentes son ideales para considerarla como obra abierta y, a los historicistas recalcitrantes debo recordarles que, si desean continuar en la ficción ingenua de que es posible reconstruir el pasado, no hay nada más históricamente informado que meter un buen tijeretazo.
La velada, en todo caso, estuvo interesante, con ciertos problemas de ritmo, y algunas voces sencillamente magníficas; empecemos por hablar de estas. Sabemos bien de la calidad de la pareja protagonista. Julia Lezhneva es garantía de excelencia. El timbre hermoso y con cierto cuerpo se complementa con una técnica impecable que le permite abordar con facilidad las coloraturas más endiabladas, pero también las dinámicas pausadas de los momentos más introspectivos. La emisión es limpia, natural, y la afinación, impecable. Por inteligencia dramática optó en los da capo más por la introspección que por la pirotecnia. Posee, además, un lenguaje corporal que empatiza inmediatamente con el público y que nos hizo adivinar unas notables dotes escénicas. Frente a ella, la otra estrella del cartel, el Orlando de Max Emanuel Cenčić. Un ejemplo perfecto de la nueva generación de contratenores que, a través del desarrollo de la técnica contemporánea, han conseguido timbres menos artificiosos y caudales aumentados. Buenas agilidades, potentísimos cortes y unos graves sorprendentemente sólidos configuraron una actuación en la que solo se echó de menos la homogeneidad en el color, según el registro.
Pero la gran sorpresa de la noche llegó con el contratenor canadiense-coreano David D. Q. Lee, Ruggiero. Nos regaló lamentos salidos directamente del corazón, modelados a través de un control perfecto de los acentos y entregados a través un timbre iridiscente, probablemente el más original en su cuerda que he tenido la suerte de escuchar en años. Para completar el trío de falsetistas, tuvimos al luminoso y angelical Philipp Mathmann. Aunque anduvo falto de fiato y afinación en un par de ocasiones, la pureza de su canto nos dejó un recuerdo difícil de olvidar. El resto del reparto estuvo a un nivel inferior: solvente el Astolfo de Pavel Kudinov, esforzada pero insuficiente Ruxandra Donose como Alcina y oscuramente plana Jess Dandy como Bradamante.
En cuanto al trabajo orquestal, la Orquesta Armonia Atenea se presentó reducida, en integrantes y en contrastes dramáticos. George Petrou asumió el papel de acompañante, ofreció una lectura monótona, los afectos no dolieron ni hubo chispa en las bravuras. Posiblemente haría las delicias de algún amante de lo “auténtico”, pero los que creemos que la ópera barroca es también cuestión de dramatismo, faltos de asideros en la escena, debimos refugiarnos la calidad individual de algunas buenas voces. Y es que, como vengo diciendo, hay recortes mucho más intolerables que los que se la hacen a una partitura.