© Javier del Real | Teatro Real
Vitamina Verdi
Madrid. Teatro Real. 17/05/2025. Verdi: Attila. Sondra Radvanovsky: Odabella. Christian Van Horn: Attila. Michael Fabiano: Foresto. Artur Rucinski: Ezio. Moisés Marin: Uldino. Insung Sim: Leone. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Nicola Luisotti, dirección musical.
Attila es una ópera conflictiva de montar. Necesitas unos cantantes excepcionales que reúnan los papeles en regla técnicos para solventar las mil y una dificultades a los que les expone un Verdi gloriosamente primario, que abre el chorro de su inspiración a tope, sin modular, con toda la fuerza y la presión. No hay demasiadas reflexiones en cuanto a segundas vueltas o elaboraciones, la música mana sin cortapisas, sin ambages ni rodeos. En Attila sale la esencia más primaria de Verdi: el elemento tierra. Y sale sin domesticar, sin mezclarlo ni diluirlo con nada, lo ves todo muy claro. Por eso Attila -y con permiso- mola tanto. Porque hay que valorar también lo que sale de forma directa y sincera, y porque, ese elemento tierra, tan consustancial a Verdi, en Attila se nota muchísimo, como los terrones compactos que se forman al arar la tierra: recios, potentes y apegados.
Esa esencia tan primaria y tan potente es posible que, hoy en día, en algunas esferas hasta de un cierto pudor, y siempre queda mejor programar obras -que también están muy bien, faltaría mas- con más sentidos o intenciones sobre las que poder elucubrar mil teorías o vertientes y todos podamos ver diferentes ángulos o interpretaciones. Quizá por ello (y porque encontrar cantantes que superen el reto es tarea harto complicada) Attila se programe tan poco.
Afortunadamente el Teatro Real lo ha hecho y no ha escatimado medios aunque, eso sí, el pudor de hacerla escenificada quizá todavía exista, y se ha optado por hacer dos funciones en versión de concierto literal, es decir: sin casi interacción teatral. Se han reunido un muy buen equipo de cantantes, y se ha aprovechado el talento natural de Nicola Luisotti, director muy asociado al Teatro Real, para abordar una obra que le va muy bien a sus características.

Ya desde el preludio se pudo apreciar la notable cantabilità de los violines en el bellísimo e inflamado tema en contraste con el lúgubre comienzo muy adecuadamente expuesto. Es verdad que, en esa búsqueda ‘energética’ de la esencia de la obra, en ocasiones Luisotti quitó toda la espita y la música salió demasiado a borbotones contra los cantantes, pero esa fuerza vitaminada de este primer Verdi fue muy notablemente tenida en cuenta y realizada, con un tempo base muy constante, y unos contornos rítmicos siempre firmes y nítidos. A este respecto destacar el inicio del ‘uno’ del compás por los bajos de la orquesta en las cavalette, de una fiereza y contundencia bárbaras. Luisotti supo también llevar muy bien a las masas, tan importantes en esta ópera, aprovechando un potente y compacto Coro titular del Teatro Real que también supo plegarse muy bien en los momentos más recogidos.
Impacta la voz de Sondra Radvanovsky por su volumen y potencia, siendo además la única que de verdad sobresalía en los poderosos y poblados concertantes. La cantante además todavía puede regular el sonido haciendo alguna valiosa messa di voce. Su escena de entrada ‘Santo di patria’ fue meritoria sacando adelante en frio su temible intervención llena de espinosísimas dificultades. Es verdad que hay signos de desgaste en la emisión, durezas, notas calantes, o agilidades un tanto aproximativas, pero tiene mucho mérito abordar un papel como el de Odabella y salir indemne y airosa en un rol en el que se tiene mucho que perder.

Christian Van Horn hacía su debut en el Teatro Real cantando al protagonista que da el título a la ópera y presentó su voz bella, de grato color, muy homogénea; aunque de timbre un tanto mate, sin demasiados armónicos y de expresión demasiado uniforme. En cualquier caso el cantante americano desarrolló su actuación con notable suficiencia y desahogo, y fue a más a lo largo de la representación cumpliendo de forma eficaz su compromiso.
Mucho riesgo tiene el papel de Foresto para el tenor de Attila, de muy espinoso desarrollo, pero, a la vez, muy poco agradecido. Por ello hay que agradecer que Michael Fabiano asumiese el cometido, y que se implicase de la forma que lo hizo. El americano, aunque es verdad que con fraseo algo limitado y a momentos un tanto forzado vocalmente, dio todo de sí mismo en cada momento dando una prestancia tímbrica realmente estimulante y meritoria.
Es una pena que el caudal sonoro del barítono Artur Rucinski no sea mayor, porque es la única pega que se le puede poner -aunque también es verdad que Luisotti se le echó encima alguna vez de forma un punto abusiva-. Y es que Rucinski frasea muy bien y la voz siempre lleva una intención diría que muy verdiana, consiguiendo que interese seguir y escuchar con atención la evolución de lo que hace.
Destacó Moisés Marín en su breve partichino mostrando timbre penetrante e intención, y sin problemas Insung Sim como Leone.
Fotos: © Javier del Real | Teatro Real