Damrau Lucia Munich

Crónica de un estreno 

11/02/2015 Múnich: Bayerische Staatsoper. Donizetti: Lucia di Lammermoor. Diana Damrau, Pavol Breslik, Dalibor Jenis, Georg Zeppenfeld y otros. Kirill Petrenko, dir. musical. Barbara Wysocka, dir. de escena.

Asistíamos en la Bayerische Staatsoper de Múnich a la última representación de una nueva producción de Lucia di Lammermoor firmada por Barbara Wysocka y con el protagonismo de Diana Damrau. Y sin embargo al cierre de la representación teníamos la sensación de haber asistido al estreno, no de una nueva producción sino de una nueva partitura. Exageramos un tanto, que duda cabe, pero tal fue de hecho la impronta que nos dejó la fascinante dirección musical de Kirill Petrenko, que parecía redescubrirnos la obra a cada compás. Y no es fácil tal gesta habida cuenta de que la música de Lucia di Lammermoor es algo que cualquier melómano medio, digamos, lleva grabado a fuego en su memoria. Pero fue tal la convicción, la firmeza, la fe si me apuran, con la que Petrenko desplegó su arte con esta partitura, que se obra, casi diría, el milagro de que una batuta como la suya, a la que hemos visto brillar con Strauss (Die Frau ohne SchattenDer Rosenkavalier), Wagner (Das Ring des Nibelungen) o Zimmermann (Die Soldaten), brille al mismo nivel con un repertorio tan distante de aquellos como es esta partitura de Donizetti. Y es que, como en caso de Carlos Kleiber (recordemos su Carmen, su Freischütz, su Rosenkavalier, su Traviata…), sus trabajos se cuentan por aproximaciones geniales.

El resultado es un belcanto de sonido contundente pero nunca avasallador, meditadísimo pero nunca distante o fingidamente intelectual, un punto seco pero brillante, conciso y expresivo, llevado por tiempos muy marcados, más bien ágiles, pero coherentes, sin dejarse llevar por un lirismo vano y prefabricado. Seguramente esta Lucia sea, por cuanto hace a su dirección musical, la más reveladora que se ha escuchado desde la que Karajan dirigiera en la Scala en 1954 con Callas, Di Stefano y Panerai. Se interpretaba además en esta ocasión la versión original y completa de la partitura, según un facsímil de la partitura personal y autógrafa que Donizetti custodiaba. Eso depara no pocas sorpresas, como el distinto final para “Quando rapita in estasi” o la distinta resolución de la última escena de Edgardo.
 
Es imposible no mencionar algunos momentos de franco impacto para el oyente, desde la marcha fúnebre del inicio, que nunca habíamos escuchado tan veraz, a la monumental tormenta que precede la última escena de Edgardo, pasando por la colosal exposición de la introducción previa al dúo entre Lucia y Raimondo, por no mencionar el consabido sexteto, de un vigor colosal. Por otro lado, es ciertamente un espectáculo ver dirigir a Petrenko, con partitura y con un gesto transparente, transmitiendo una autoridad que se sostiene en la firme convicción de su enfoque, haciendo gala asimismo de una capacidad sobresaliente para manejar la escena desde el foso, comunicándose a las mil maravillas con solistas y coro. Su cara traslucía en todo momento una verdadera fascinación por la obra.
 
A pesar de lo dicho, el trabajo de Petrenko no sólo no roba el protagonismo de los solistas sino que redobla y estimula su labor, como sucede con Muti por ejemplo, que obtiene grandes resultados de solistas no siempre excepcionales. Por otro lado, hablamos en todo caso de un trabajo de verdadera orfebrería que sólo se sostiene contando en el foso con una formación de la talla y virtuosismo del que hace gala la orquesta titular del teatro. Para la escena de la locura se empleaba en esta ocasión una glass-armonica de indudable impacto sonoro. El resultado final de esta Lucia, dicho en pocas palabras, no es otro que una versión musical de referencia, verdaderamente memorable, que confirma a Petrenko como la batuta más genial y talentosa de nuestros días.
 
Diana Damrau retomaba una vez más el que sin duda es su papel fetiche, si bien a un nivel de desenvoltura vocal y virtuosismo técnico inferior al que le viéramos en Bilbao allá por mayo de 2011, en unas espléndidas representaciones junto al tenor Michel Fabiano y el barítono Ludovic Tézier. No en vano Damrau acaba de grabar esta parte bajo la batuta de López Cobos y junto a Joseph Calleja como Edgardo, en un registro irregular pero donde queda constancia de su buen entendimiento con el rol. Y es que a Damrau le cuadran mejor los ropajes de un belcanto menos instrumental y más dramático, por así decirlo, en el que la escritura musical está al servicio de una expresividad y un temperamento concretos y no cabe reducirse tan sólo a un mero ejercicio de virtuosismo técnico y vocal. Es una actriz plausible y se adaptó muy bien al retrato temperamental de Lucia que plasmaba la producción. Y sin embargo no terminó de desmelenarse con la pirotecnia vocal como uno desearía, concluyendo de hecho calante su gran escena de la locura. Damrau nos había decepcionado un tanto en las últimas actuaciones que le hemos visto, como su Traviata en París o su Leila de Los pescadores de perlas en Viena. En esta ocasión el listón ha estado mucho más alto, mostrando un dominio consumado del hacer belcantista.
 
El eslovaco Pavol Breslik un tenor de medios cortos, muy limitados, más propios de un Arturo. Como intérprete resulta musical y melódico, sí, pero insuficiente a todas luces para la parte de Edgardo. Estuvo de hecho al borde del gallo en su gran escena final, desgranada sin grandeza ni hondura, falto de empaque y como en una huida hacia adelante. También le encontramos taimado en demasía, falto de empuje y arrestos para imponerse en el “Maledetto sia l’istante”. Es curioso que un teatro de la talla de la Staatsoper de Múnich recurra a Breslik una y otra vez para estos roles belcantistas, como ya comentásemos el pasado verano, al hilo de su Gennaro al lado de la Lucrezia Borgia de Edita Gruberov. Nos acusarán de chovinismo, pero las cosas como son, los españoles Celso Albelo e Ismael Jordi le dan mil vueltas a la labor del citado Breslik.
 
El barítono Dalibor Jenis, como Enrico, ofreció la mejor interpretación que le recordamos, a años luz de un mediocre e infausto Fígaro en un Barbero de Sevilla que le escuchamos en París allá por 2007. Mucho habrá tenido que ver el trabajo de Petrenko, a nuestro juicio, en su buen desempeño, francamente intachable en su retrato de un Enrico adusto y riguroso. Espléndido asimismo el Raimondo de Georg Zeppenfeld, en principio una voz ajena a este repertorio y quien será este verano, no en vano, el rey Marke de la nueva producción de Tristan e Isolda que está previsto estrenar en Bayreuth. Zeppenfeld es dueño de una voz sonora, bien timbrada y sobre todo flexible, que maneja prácticamente a placer, plegándose muy bien a las indicaciones de la partitura y a las demandas de la batuta. Irreprochabe el trabajo de los tres solistas que cerraban el reparto, los tenores Emanuele D´Aguanno, Dean Power y la mezzo-soprano Rachel Wilson, en las partes de Arturo, Normanno y Alisa, respectivamente.
 
La nueva producción corría, en el apartado escénico, a cargo de Barbara Wysocka, una directora procedente del mundo del teatro, que con esta Lucia hacía de hecho su debut con un gran título del repertorio operístico, tras haber tenido entre manos varias obras de menor entidad en sus años en Varsovia. Su propuesta tiene un relativo atractivo estético pero hace aguas por la ausencia total de cualquier dramaturgia consistente. Wysocka sitúa la acción en los Estados Unidos, en tiempo de la familia Kennedy (cuyas fotos ilustran el programa de mano de la representación), con Edgardo caracterizado como James Dean y con Lucia convertida en una suerte de primera dama, una mujer de Estado traicionada, herida y vulnerable que finalmente pierde el juicio. En escena volvíamos a tener una escenografía única, desafortunada moda cuando falta el ingenio. En este caso, un gran salón en ruinas en el que se desarrolla toda la acción original de Walter Scott, con leves, puntuales y arbitrarios cambios de atrezzo e iluminación. Como decíamos, al espectáculo le falta dramaturgia por doquier, quedando en poco más que una ocurrente y fotogénica traslación del libreto a otras coordenadas.