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Decíamos ayer

Madrid. 08/11/21. Auditorio Nacional. Ciclo Fundación Ibermúsica. Obras de Schubert y Beethoven. Staatskapelle Berlin. Daniel Barenboim, dirección musical.

Como le pasara a Mann en su Faust a propósito de la música de Beethoven, no quisiera rendirme desde el primer momento, pero a veces no queda más remedio: el concierto que ofreció el pasado día 8 Daniel Barenboim, al frente de la Staatskapelle Berlín en Ibermúsica fue, simplemente, magnífico. ¿Lamentable por mi parte, como decía el bueno de Thomas, esta simplificación tan temprana? No tanto, pues ¿qué va a hacer uno cuando la música le es servida de forma tan sencilla - que no simple -, cristalina y directa, sin meros artificios que el de la tradición, aunque sea este uno de los mayores? Disfrutar, amigas y amigos, disfrutar.

Así sonaron la Octava sinfonía de Schubert y la Tercera de Beethoven, dos obras como muestra del cambio de paradigma, de la llegada del Romanticismo, de fuertes contrastres y marcados acentos, de los que Barenboim y su formación, que cumplirá el año que viene tres décadas de arte y oficio, quisieron, de algún modo, evadirse. La Heroica beethoviana suena y es una cosa imponente, violenta, agresiva incluso, especialmente en sus movimientos extremos con una marcha fúnebre y un scherzo entre medias, que pueden, en su antítesis y propio significado, resultar desoladores. Nada sonó tan excesivo en manos del director argentino. Escuchamos, no obstante, una construcción canónica del todo, de la estructura de la sinfonía y de cada movimiento, donde afloró la belleza en el Allegro con brio, pulido, tamizado. En la misma senda la Marcha fúnebre del segundo movimiento, donde pudimos hallar consuelo ante la pérdida, sin ahogarnos en el drama. Progresión y sutilidad, a medida que la orquesta se iba encendiendo hacia el clímax final, terminaron por dibujar una Tercera redonda, alejada del continuo contraste, la dinámica exagerada con la que tantos, especialmente algunos supuestos nuevos enfant terribles de la clásica, se empeñan en hacernos vivir la música.

Antes, en la primera parte de la noche, se disfrutó de una Octava sinfonía de Schubert que, sin duda, ha resultado una de las mejores interpretaciones que he escuchado de ella en mi vida. Muy a la par, en su esencia, en su poso, en su mensaje, a la que viví con Herbert Blomstedt y la Gewandhausorchester Leipzig hace pocos años. La sutilidad volvió a marcar el camino, con un Allegro moderato increíblemente evocador, de marcado lirismo, donde todo estuvo en su sitio, con un trabajo de orfebrería sonora de primer orden. Destacar aquí y en toda la velada a la cuerda, sublime, así como a las maderas de la Staatskapelle, muy especialmente a su primer oboe, la española Cristina Gómez Godoy. Estuvo, yo diría, inconmensurable.

Por lo visto, Fray Luis de León no llegó siquiera a pronunciar aquella mítica frase de "Decíamos ayer" ante sus alumnos, tras años encarcelado por la Inquisición, pero la sensación en este ansiado arranque de temporada "ibermucense" (tras la visita de la NDR Elbphilharmonie) diría que es similar, como si el tiempo no se hubiese detenido en esta cárcel vírica que nos ha tocado vivir. Lo extraordinario sigue sonando extraordinario en Ibermúsica.