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El imperio de las voces

Sevilla. 9/12/2021. Teatro de la Maestranza. Bellini: I Capuleti e i Montecchi. Leonor Bonilla (Giulietta). Daniela Mack (Romeo). Airam Hernández (Tebaldo). Luis Cansino (Capellio). Dario Russo (Lorenzo). Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Silvia Paoli. Dirección Musical: Jordi Bernàcer.

El mundo operístico de la primera parte del siglo XIX hereda de la centuria anterior el culto por las voces por encima de cualquier otro de los factores que participan en una ópera. Excepto raras excepciones (léase por ejemplo Mozart y su trilogía Da Ponte), no importa tanto el libreto como la música y sobre todo la voz. Será el llamado bel canto el que impere en la producción operística italiana (y al decir italiana es casicomo decir mundial en esta época). Uno de los compositores que domina mejor este arte de crear melodías llenas de aromas románticos y de expresar con la voz las pasiones de los protagonistas es Vincenzo Bellini. El músico siciliano crea en su corta carrera (murió con 33 años) varias obras maestras que tienen una característica muy especial y que las diferencia de otras creaciones de la época. Bellini no se centra tanto en la pirotecnia vocal, en las coloraturas casi imposibles; en cambio, su sello especial es la creación de melodías mórbidas e interminables como dicen algunos autores (e incluso algún compositor germano posterior), líneas de canto que obligan a los artistas a recorrer toda la escala con una sensación de un suave oleaje que viene y va, acariciando al oyente. Existen, por supuesto, cabaletas y momentos de bravura, pero son esas arias de reconcentrada emoción las que hacen que sus obras sean plenamente reconocibles.

I Capuleti e i Montecchi se considera por algunos especialistas una obra de juventud. Algo bastante chocante en alguien que murió tan joven y que estrenó esta ópera tres años antes de su muerte. Es verdad que la urgencia con la que fue escrita (se habla de mes y medio) y la incorporación de parte de fragmentos de otras obras, especialmente de Zaira, estrenada anteriormente en Parma con escaso éxito, puede inducir a calificativos poco afortunados como “pastiche”, pero Bellini consigue una estructura unitaria y con personalidad propia. No será tan redonda como obras posteriores (difícil enfrentarse con ese monumento que es Norma) Pero Capuleti es marca Bellini, con todo lo que conlleva eso de belleza musical. Belleza musical y espectacularidad vocal, que abunda y mucho en esta obra, donde especialmente dos voces femeninas, pero también una masculina, pueden lucir sus mejores virtudes. Y así lo hicieron, para placer del público del Teatro de la Maestranza de Sevilla, los protagonistas de la velada que comentamos.

Es difícil no abrumar al lector con calificativos elogiosos sobre la actuación de Leonor Bonilla. Podría empezar por el famoso “se puede cantar igual, pero no mejor”, pero no he oído a todas las sopranos actuales que tienen este rol en su repertorio y siempre me ha parecido que las comparaciones son odiosas. Bonilla triunfó con unos medios vocales envidiables, entre los que destacaron (me dejaré alguno, seguro) la frescura, el perfecto estilo belcantista, enfocando su papel a la médula del canto belliniano, con frases donde su dominio del fiato se hizo patente, un timbre bellísimo, con una seguridad apabullante en toda la tesitura, mostrando proyección y expresividad. Tanto en sus intervenciones individuales como en los dúos con Romeo estuvo sensacional, no creo que haya destacar ningún fragmento en concreto, porque lo más llamativo de esta actuación fue su altísimo nivel en todo momento. Todo ello confirma que Leonor Bonilla es una de las sopranos más sólidas del panorama nacional y con una carrera por delante que nos puede dar muchas alegrías a los aficionados. ¡Bravísima!

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A muy alto nivel también el Romeo de Daniela Mack, una mezzo con grandes medios vocales. Ya en su preciosa primera intervención "Ascolta. Si Romeo t’uccise un figlio" demostró que es una cantante que sabe perfectamente cómo acercarse con clase y una innata elegancia al mundo de Bellini. Es verdad que su timbre no es de los que arrebata desde el primer momento, pero Mack poco a poco se va haciendo con el público por esas cualidades que se le exigen a una cantante belcantista: soltura y seguridad en toda la tesitura, con un grave perfectamente audible y un agudo al que llega con facilidad. Además su actitud actoral ayudó a que la gallardía de su actuación hiciera convincente todo su trabajo, aunque personalmente creo que estuvo especialmente conmovedora en el aria ante su amada muerta: "Tu sola, o mia Giulietta". Estupenda cantante. Como lo es Airam Hernández, otro cantante joven con unos medios envidiables y que sabe utilizar para que su trabajo brille. También su bravura como actor convenció y ayudó a redondear una actuación de mucho nivel donde destacó la fuerza y proyección de una voz bien modulada que afronta sin miedo los escollos que Bellini pone a su parte, con unos sobreagudos que sonaron limpios y bien ejecutados pero un pelín forzados, lo que no quitó mérito a actuación y a la calidad de una voz de un color muy atractivo. Pese a estas buenas prestaciones, fue de los tres grandes triunfadores de la noche, el que menos se acercó a esa morbidez de la que hablamos en las óperas de Bellini, pues su manera de afrontar al papel recuerda más a Verdi que al compositor siciliano. Eso no empaña una actuación que le dió al papel de Tebaldo la garra ausente en otras interpretaciones.

La veteranía es un grado y Luis Cansino lo dejó claro. Capellio, el padre de Giulietta, tiene pocas intervenciones pero son de gran calado dramático y es allí donde el cantante demostró su seguridad en el escenario, haciéndose dueño de la escena con cada una de sus frases. A un nivel más bajo el Lorenzo de Dario Russo que no convenció pese a poseer una voz de potente proyección, aunque bastante lejos del estilo belcantista. El Coro del Teatro de la Maestranza, que tiene una calidad contrastada en excelentes veladas operísticas, no estuvo tan seguro en esta ocasión. Su sección masculina (que lleva la mayor parte de las intervenciones corales) necesita una mayor conexión y entendimiento con el foso, algo que seguramente mejorará en las siguientes representaciones.

Ese foso, como toda la dirección musical, estuvo en manos del gran profesional que es Jordi Bernàcer. El maestro alicantino llevó una partitura que, como reiteramos una vez más, esconde momentos de una enorme belleza. Él optó por demorar esas arias belcantistas para alargar aún más las famosas “melodías interminables”. Atentísimo al escenario, brindó una versión contrastada que gustó al público asistente, público que aplaudió con fuerza a una excelente Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, una formación, que una vez más, demostró su grandísima calidad. No hay más que señalar la excelencia de tres solistas a los que Bellini da una relevancia básica en esta obra: la trompa con un gran Joaquin Murillo Rico (espero no confundirme con los nombres, sigo el programa de mano), el violonchelo de Dirk Vanhuyse y un impresionante solo de clarinete, que abre la escena segunda del segundo acto de la obra, de Piotr Szymyslik que puso la piel de gallina.

Silvia Paoli firma una puesta en escena, coproducción de la Ópera de Tenerife y el Teatro Comunale de Bolonia. Como explica la directora en la introducción que abre el programa de mano, decidió trasladar la acción de la Italia medieval, desgarrada por los enfrentamientos entre gibelinos (partidarios del Emperador del Sacro Imperio) y los güelfos (defensores del poder terrenal del Papado), a la Calabria de los años 70 donde la ‘Ndrangheta llevaba la misma violencia vengativa. No desentona este cambio, quizá ayuda a darle un dramatismo más cercano al público, más familiarizado con esta lacra mafiosa, y de paso alejar al espectador de una posible comparación con el drama shakesperiano, del que por cierto ni Felice Romani, autor del libreto, ni Bellini parecían tener conocimiento. La acción se desarrolla en un solo escenario, el Bar Verona, y todos los medios técnicos funcionan bien, destacando una excelente iluminación de Alessandro Carletti. El movimiento actoral, generalmente está bien concebido aunque, personalmente, la presencia demasiado frecuente de un grupo de niños (la directora crea una ensoñación de la muerte, en un juego infantil, del hermano de Giulietta, origen de la eterna rivalidad entre las dos familias) que parecen querer aportar algo de ternura al desgarrador drama, en mi opinión, sin conseguirlo. De todas formas Paoli configura un buen marco para que las voces bellinianas, en ese caso con tres grandes profesionales, vuelvan a imperar.

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Fotos: © R. Alcain