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Encomiable propuesta lastrada por una decisión erronea

18/02/2022. Palacio de Festivales, de Santander. María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla.  Cristina del Barrio (mezzosoprano, María), Jon Laborería (barítono, Cantor), Daniel de la Hoz (actor, duende). Orquesta Sinfónica del Cantábrico. Dirección escénica: Iñigo Santacana. Dirección musical: Paula Sumillera.

Hace unos pocos meses el Palacio de Festivales de la capital cántabra anunció la programación del primer semestre de 2022 y los melómanos dimos saltos de alegría al comprobar que, ya por ser la temporada del 30º aniversario del recinto, ya por ser una decisión estratégica con el objetivo de conslidar la presencia de la lírica en el futuro, opera y zarzuela tornaban a Santander.

Hasta hace una década la cita operística del Festival Internacional de Santander (FIS) era obligada; de forma más esporádica, la lírica se representaba en la misma sede. Hubo un intento de crear en la ciudad una temporada modesta de ópera y zarzuela pero las distintas crisis económicas –y, quizás, los excesos de otras épocas- provocaron su desaparición y la ausencia de este arte en Santander por demasiados años. Así pues, el pequeño ciclo de tres títulos, a saber, María de Buenos Aires, Luisa Fernanda y Rigoletto, supone la reentré de ópera y zarzuela en la vida cultural cántabra. Gran decisión.

Más aun al comprobar que los tres títulos recogen en sí la tradición zarzuelística y operística junto a la novedad de la ópera-tango de Astor Piazzolla, título de gran interés y que para la inmensa mayoría de los presentes en la Sala Argenta, escribano incluido, era la primera oportunidad de disfrutarla en directo. 

Astor Piazzolla nació en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921 para fallecer en Buenos Aires el 4 de julio de 1992; es decir, el año pasado se celebró el centenario de su nacimiento, lo que conllevó el recuerdo del compositor en muchos festivales, conciertos y recitales celebrados a pesar de todos los problemas. Un servidor nunca entendió que nadie recordara esta obra, María de Buenos Aires, que ningún teatro operístico ni festival de verano tuviera a bien llevarla al escenario y darla a conocer al público melómano.

Ya queda dicho que la obra que nos ocupa es definida por el compositor como ópera-tango, tratando Piazzolla de fusionar dos tradiciones aparentemente antagónicas: una, internacional, el mundo de la ópera; otra intrínsecamente argentina cual es el tango. Su intento es legítimo y, al mismo tiempo, ejemplo perfecto de cómo la ópera como arte ha tomado durante todo el siglo XX distintas vías y con ello se han creado diversas opciones dentro de la música teatral en lo estético aunque unidas por el mismo objetivo: abrir a la ópera nuevos caminos cara al futuro.

María de Buenos Aires se estrena en 1968 y por poner algún ejemplo, coincide cronológicamente con obras tan dispares como Punch and Judy de Harrison Birtwistle, Juan José de Pablo Sorozabal (1968) o Die Passagierin de Mieczyslaw Weinbergh, todas ellas compuestas y/o estrenadas el mismo año. Esta es la grandeza de la ópera en el siglo pasado.

Un tercer elemento para despertar el entusiasmo de la parroquia melómana era que el proyecto fuera empujado por la Orquesta Sinfónica del Cantábrico, un proyecto cántabro, joven y reciente que enriquece de forma notable la vida musical de la comunidad. Por ello podíamos esperar dos funciones modestas pero preñadas de ilusión.

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Pero… siempre un 'pero' que nos condiciona; en la modesta opinión de quien firma esta reseña este proyecto se ha visto condicionado por una decisión errónea: la amplificación –excesiva- de la función. Habrá quien defienda –y ello es legítimo- que cualquier amplificación es ya atentar contra la esencia misma de la ópera; lo que ocurre es que el concepto “ópera-tango” introduce un elemento nuevo en la ecuación y pudiera justificarse y/o entenderse en cierta medida. Recorriendo distintos buscadores he encontrado una polémica de 2016 en la misma Argentina con motivo de una representación de la obra que nos ocupa y el uso de la amplificación en la que las críticas son desaforadas y dónde se defiende la última intención del compositor cual parece ser era prescindir de ella. Un servidor no puede afirmarlo de forma categórica pero lo de ayer en el Palacio de Festivales no me gusto nada.

María de Buenos Aires es una obra íntima y pequeña. Para Piazzola, una operita. Por la parte orquestal no me cuesta nada entender que instrumentos como guitarra o bandoneón pueden quedar en su sonoridad hipotecadas en exceso por el foso pero dada la dimensión de la obra, ¿no podía estar presente la orquesta en el escenario? Por lo que a las voces se refiere, ¿su hipotética modestia justifica utilizar un sistema de amplificación de tal potencia que parecía nos encontrábamos en un concierto pop? En mi opinión, en ninguno de los casos. Un ejemplo concreto y muy doloroso fue el caos sonoro del aria de los analistas, número medio infantil, medio circense donde flauta y percusión juegan un papel determinante y terminó siendo un ejemplo de cacofonía que llegaba a molestar. Y ahí terminó para mí la representación de ópera.

La puesta en escena fue modesta pero con alguna idea interesante, como ese caos de mesas y sillas que ocupó toda la segunda parte de la obra; el problema es que la iluminación fue deficiente y se pecó en exceso del oscuro casi absoluto. Cualquier valoración de las voces queda hipotecada por la mencionada amplificación: Cristina del Barrio dio vida a la protagonista y aunque las notas graves parecían darle problemas cantó con gusto. Jon Laboreria parece anunciar una voz de barítono interesante pero me gustaría escucharle en condiciones más adecuadas. Daniel de la Hoz me pareció tendente a la monocordia hasta que al final desplegó nuevos registros. El texto es bastante complejo, repleto de “argentinismos” y por momentos entre el volumen y la complejidad misma de algunas expresiones, entender lo que se decía era ardua tarea. La plantilla orquestal –quince músicos conté al salir todos ellos en los saludos finales- fue dirigida con convicción por Paula Sumillera aunque aquí también dejo consideraciones más convencidas para el momento en el que pueda escucharles en condiciones adecuadas.

No puedo negar que la ilusión con la que fui a Santander se tornó disgusto al final de la representación. Para un servidor solo queda agradecer el esfuerzo y la imaginación de los organizadores al proponer la obra y lamentar lo que considero fue una decisión técnica errónea. Otra vez será.

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Fotos: © OSCAN | Pedro Puente Hoyos