Dos sin tres
Oviedo. 25 y 26/02/2022. Teatro Campoamor. Guerrero: Los gavilanes. José Bros (Gustavo). Àngel Òdena (Juan). Carmen Solís (Adriana). Beatriz Díaz (Rosaura). Lander Iglesias (Clariván). Esteve Ferrer (Triquet). María José Suárez (Renata). Orquesta Oviedo Filarmonía. Dir. musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dir. escena: Mario Gas.
En sus dos únicas representaciones en Oviedo, Los gavilanes ha obtenido sin duda un éxito apabullante del público carbayón, que demostró su afición por el género llenando por completo el teatro las dos noches y dejando entrever que, por pura demanda, comienza a hacerse necesaria la inclusión de una tercera función en la programación de los títulos más populares de cada temporada. O al menos de aquellos, como es el caso, donde medio teatro se sabe de memoria, y lo demuestra coreándolas, las principales romanzas de la obra.
Una zarzuela especial la de Jacinto Guerrero, florida de bellísimas melodías que resultan tan “tarareables” para su público como complejas para sus intérpretes. Se trata, por decirlo de algún modo, de una suerte de mirada profunda a las músicas más populares, que en la partitura de Guerrero se ensalzan al grado de arte.
La propuesta escénica, en esta ocasión, corrió a cargo de Mario Gas, de quién se pudo disfrutar una excelente Tabernera hace apenas algunas temporadas. Sinceramente, no me ha parecido que estos Gavilanes lleguen al nivel de aquella, pero sí que consiguen introducir al espectador en la obra y en su argumento. Los elementos escenográficos, no demasiado abundantes, pero sin llegar a ser escasos, permiten que la acción se desarrolle sin problemas, al tiempo que las proyecciones de fondo y los colores aparecen “poligonizados” dando una sensación un tanto impresionista y ciertamente agradable. Buen trabajo, con todo, del veterano regista que destila experiencia y buen hacer, aunque, como digo, quizás no sean estos Gavilanes su producción más redonda.
En esta ocasión, lo interesante llegó de la mano del ámbito musical, con una excelente y cuidada dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez, siempre con un ojo puesto sobre las tablas y otro bajo ellas, logrando un empaste óptimo entre orquesta y cantantes. A esto debemos sumar la calidad de las voces del coro Capilla Polifónica. Una agrupación que, si bien no cuenta con muchos miembros, logra siempre entregar unos resultados aquilatados. En este sentido, fue notoria la mejora en el empaste entre las voces logrado en la función del jueves y la del sábado, siendo muy superior en esta última.
Sobre el escenario, se contó con voces de primer nivel y frecuentes todas ellas en el Teatro Campoamor, como son las de José Bros, Beatriz Díaz o Àngel Òdena. Del primero debo elogiar, sin duda, su gran inteligencia a la hora de gestionar su material vocal, del que siempre consigue extraer hasta la última gota disponible. Y esto lo consigue, entre otras cosas, por medio de un gusto y un fraseo impecables, que se hicieron notorios ya desde sus aterciopeladas primeras frases: “Soy mozo y enamorado…” y hasta su romanza “Flor roja” colmada de intención en los pianísimos y de fuerza en los crescendos. En este sentido Bros siempre ha sido Bros, y lo sigue siendo por medio de una entrega que, simplemente, convence y atrapa.
Beatriz Díaz por su parte cumplió, como de costumbre, encarnando el rol de Rosaura por medio de un timbre carnoso y una proyección generosa, ambos acompañados de un fraseo siempre eficaz y depurado. Y cuando hablamos de Los gavilanes, sin duda, pensamos en la famosa entrada del indiano, Juan, que regresa nostálgico de hacer las américas cantando: “Mi aldea…”. Sin embargo, el rol de Juan va mucho más allá de esta romanza, pues se trata de un personaje que canta de forma casi continua a lo largo de toda la obra y que, atendiendo a su registro de barítono, debe hacer frente a una tesitura con evidente predilección por el agudo. En este contexto, Àngel Òdena supo defender estupendamente su parte, siempre enmarcada por la generosa proyección de su instrumento, cuyo atractivo timbre está acompañado por un tercio agudo compacto que, especialmente en la representación del sábado, logró desenvolverse con soltura incluso en los momentos más delicados del rol.
Asimismo, Carmen Solís selló una Adriana correcta, especialmente en la segunda función, donde su timbre, por momentos excesivamente metálico en la noche del jueves, se mostró notablemente más redondo y acertado. Por último, debo mencionar el excepcional trabajo actoral de Lander Iglesias y Esteve Ferrer como unos acertadísimos Clariván y Triquet que, desde el primero de los minutos supieron captar las risas y la atención del público, al igual que lo hizo la, Renata de María José Suárez, cada vez más transformada en actriz que en cantante, y poseedora de un estilo propio y reconocible que pugna por convertirse en historia contemporánea de nuestro género.