Mensajes en tiempo de guerra
Madrid, 30/03/22. Auditorio Nacional. La Filarmónica. Obras de Shchetynsky, Widmann y Shostakovich. Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart. Teodor Currentzis, director. Antoine Tamestit, viola.
Un programa “por la paz, la reconciliación y la amistad”. Con estas palabras al micrófono se presentaba el último concierto de la Filarmónica. ¿Quién puede estar en contra de una propuesta así? Se trata de un programa modificado hace unas semanas a la vista de los tristes acontecimientos en el este de Europa y, con toda probabilidad, de la oleada de cancelaciones que está sufriendo todo lo que recuerde a ruso en los últimos tiempos –no olvidemos que Teodor Currentzis, aunque de origen griego, es ruso nacionalizado, y allí ha desarrollado gran parte de su carrera. Considero algunas de estas cancelaciones sencillamente ridículas (¿es de verdad conveniente vetar compositores de hace un siglo por su nacionalidad?); otras se basan en demandas excesivas a unos artistas que pueden ser criminalizados en su propio país, y unas cuantas son sencillamente imprescindibles por los lazos con el totalitarismo de Putin (el caso de Gergiev). Generalizar sin un mínimo análisis tan solo nos lleva a una rusofobia miope y peligrosa.
Así, del Brahms programado inicialmente, se pasó a una combinación de compositores -ucraniano, alemán y ruso- que pretenden ilustrar el deseo de concordia. Hay algo demasiado tibio, neutral y equidistante en una propuesta así, que además declara explícitamente sus nobles intenciones. Es como llamar a una invasión conflicto, o a una guerra “operación especial”. Este fue, por supuesto, un concierto que solo es posible entender musicalmente desde su perspectiva extramusical, desde el contexto político y bélico.
Con la Glosolalia inicial nos introdujimos en un lenguaje contemporáneo protagonizado por fascinantes exposiciones tímbricas. La buena calidad de la Orquesta Sinfónica de la SWR de Stuttgart se demostró ya desde los primeros compases. Pero la principal virtud de esta obra de Oleksandr Shchetynsky es haber construido una narrativa sólida, creciente y poderosa. Inevitablemente, sus clímax, feroces y bien situados, nos recuerdan hoy al sonido de un conflicto armado. Y al terminar, tras un largo y reflexivo silencio que los aplausos no se atrevieron a romper, se produjo esa combinación de extrañeza y familiaridad que solo tienen las mejores creaciones de nuestro tiempo.
Muy diferente fue el Concierto para viola y orquesta de Jörg Widmann, compuesto hace apenas siete años. Lo performativo, en su sentido más espacial, se hizo aquí el protagonista. Pizzicatos y golpes inauguraron una partitura en la que, a modo de diálogo, la viola se pasea por el escenario conversando con los integrantes de la orquesta. Movimientos exagerados en el cuerpo y en el arco, recordaron la extravagancia forzada de los malos cuentacuentos, de esos que en lugar de crear un universo te sacan de la historia. Interesante por momentos y escasamente emocionante, la obra evidencia el desaprovechamiento de las capacidades de una orquesta sinfónica de esta categoría y el virtuosismo de un viola como Antoine Tamesit. Conviene quedarse con el recuerdo de la propina, una Pequeña nana ucraniana, combinado de Bach y una melodía popular.
La Quinta de Shostakovich, era la oportunidad de ofrecer el mensaje antibelicista y anti totalitario que la obra esconde. Haciendo uso del estilo y las argucias interpretativas que le han hecho célebre, Currentzis ofreció una interpretación llena de fuerza y expresividad. Desde la exposición del primer tema, tensionado al límite, los contrastes acusados y el sentido de terribilidad se pasearon por el moderato inicial. La renuncia al lirismo, la inversión de los planos orquestales con los graves como protagonistas y esa obsesión suya por fraseos sincopados, en definitiva, las microsorpresas que caracterizan sus interpretaciones, construyeron una interpretación carismática y arrolladora de la que resultó imposible evadirse. Fueron estas unas coordenadas interpretativas que pasaron factura al Largo, algo falto de tensión y de lamento, pero que funcionaron a la perfección en el Allegretto. El ostinato final traído a primera línea, avasallador, destructivo y un clímax con un aire de victoria sin sentido. Shostakóvich nos ofreció entonces el mensaje para el que las tibias palabras iniciales del concierto fueron insuficientes.
Foto: Mario Wurzburger.