Noseda

Terremoto sin víctimas

Barcelona. 12/9/16. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau 100. Verdi: Requiem. Erika Grimaldi (soprano), Violeta Urmana (mezzo), Saimir Pirgu (tenor), Michele Pertusi (bajo). London Symphony Orchestra. Coro Joven del Orfeó Català y Coro del Orfeó Català. Dir.: Gianandrea Noseda. 

Con un Palau lleno y en una noche de esas en las que todos se quieren dejar ver, la temporada 16/17 se abrió con un auténtico temblor de tierra: una Messa da Requiem arrancada de las entrañas dramáticas que laten en el fondo de la partitura verdiana, sin renunciar a los desafíos que implica atreverse a mirarlas de frente. Para lograrlo, Gianandrea Noseda desplegó una dirección firme, solvente, carismática y atrevida al frente de una London Symphony Orchestra que respondió a las mil maravillas –compacta, brillante y cálida– sin dejar de atender a los escollos acústicos que podrían haber estropeado el resultado global. Son sobradamente conocidas las limitaciones acústicas de la sala para la voluminosidad, como ya ha sucedido en otras ocasiones en las que el dispositivo orquestal y vocal sobrepasa lo tolerable, pero pese a la intensidad –entre otros riesgos– demandada por el director italiano en ningún momento se cayó en lo estrepitoso. Los tempi vertiginosos que imprimió desde el primer “Dies Irae” no hicieron tambalear bajo ningún concepto a la masa orquestal, logrando cuerdas y metales un magnífico empaste, exactitud y flexibilidad. Tan sólo en el “Domine Iesu” Noseda eligió una velocidad que hizo peligrar la consistencia de solistas y orquesta. En esa capacidad para descubrir las entrañas dramáticas de la obra, el gesto teatral del director no olvidó mantener el equilibrio entre dar relieve a los detalles y dibujar con claridad la concepción global, transmitiendo la vena operística del Requiem y dándole la intensidad emotiva que en muchas ocasiones la prudencia malogra. Porque sí, es en esa intensidad emotiva más que en el ascetismo espiritual donde se juega la trascendencia de esta partitura, que como recordaba Roger Alier en las notas al programa, aunque se estrenara en la milanesa iglesia de San Marco, ni es religiosa en el sentido convencional, ni Verdi fue un compositor religioso.    

El cuarteto de solistas, que auguraba un buen resultado, contribuyó a ello en líneas generales, y en su integración con orquesta y coro tuvo sus momentos más inspirados en el “Agnus Dei”. Quizá sólo la soprano Erika Grimaldi, cuyo debut en España fue hace dos años en el Festival de Peralada, fue la que más dudas planteó en un rol dramático al que nunca se terminó de adaptar su instrumento, con poca proyección en los graves, si bien está dotada de indudable lirismo y musicalidad como pudimos escuchar en los fragmentos de “Libera me” que lo demandan (lamentablemente con mayores dificultades en aquellos otros que exigen mayor presencia) o de un gran dominio del fraseo en el “Domine Iesu”. Por su parte la emisión espontánea de Saimir Pirgu sin llegar a tener acaso toda la presencia que pide el compositor, siempre estuvo cerca del excelente, destacable por su pulidez técnica y un registro agudo envidiable. Violeta Urmana estuvo brillante en todas sus intervenciones, haciendo gala de un espléndido caudal sonoro y de una versatilidad poco frecuente. Finalmente, Michele Pertusi fue un bajo de expresión rotunda, con un centro suntuoso y un timbre oscuro que está reforzado por la solidez de sus graves. En definitiva, un solista con tablas que brilló especialmente en “Lux Aeterna”, donde junto a Pirgu y Urmana lograron una excelente consistencia tímbrica. 

En lo que respecta al apartado coral, era la primera prueba para lo que debe ser una nueva etapa del Orfeó Català bajo la nueva dirección de Simon Halsey, y hay más que claras señales de mejora. Parece que Halsey hará una apuesta fuerte por el Coro Joven del Orfeó Català dirigido por Esteve Nabona, cosa de la que sólo podemos alegrarnos, principalmente en lo que respecta al largo plazo de la formación. Las buenas sensaciones del trabajo de los dos coros se pueden resumir en un sonido equilibrado, una emisión de gran cuidado sonoro en los momentos más delicados, y un magnífico control de las dinámicas, ofreciendo intervenciones de autoridad y resolviendo con gran agilidad el único instante de duda que apreciamos en el inicio del “Sanctus”. Un meritorio desempeño que apunta con seguridad hacia una temporada que debe poner la primera piedra de un futuro esperanzador. 

Por toda esa confluencia que Noseda administró con inteligencia y sensibilidad –una sin la otra son inútiles– se logró un Requiem en el que la emocionalidad decisiva para ser fieles a su espíritu, sin caer en el efectismo, nunca desembocó en la inestabilidad. Director, orquesta, coro y solistas, se atrevieron a remover los cimientos de este primer gran cartel de la temporada, y el terremoto no dejó víctimas. Para terminar, un aterrador “Libera me, Domine, de morte aeterna...” arrancado de la garganta de Grimaldi. La delicadeza etérea del coro. Los últimos y reiterativos acordes que agonizan en la orquesta. Y el silencio compungido que aguantó Noseda durante largos segundos –todos los que pudo–. Lejos de dejar víctimas, el Palau reaccionó tras ellos con entusiasmo agradecido, y sintonizando con el estado de los músicos le costó salir de esa atmósfera que supieron crear. Eso al menos, quisiera pensar. De lo que no hay duda, es de que la temporada del ciclo Palau 100 ha comenzado con el listón alto.