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A hombros de gigantes

Granada. 9-10/07/2022. Festival de Granada. Obras de Beethoven, Mozart, Schubert y Chaikovski. London Symphony Orchestra. Maria Joao Pires, piano. John Eliot Gardiner, dirección musical.

38 años después de su primera actuación en España, y precisamente en el marco del Festival de Granada, la London Symphony Orchestra ha regresado estos días a la capital andaluza para poner el broche a la 71 edición de esta cita estival con la música. A las órdenes de Sir John Eliot Gardiner y con la pianista portuguesa Maria João Pires como solista, el conjunto londinense ha ofrecido dos veladas de notable interés.

La primera de ellas estuvo por entera consagrada a la música de Beethoven. Desde los primeros compases, Gardiner hizo sonar a la LSO transmutada casi en una orquesta historicista, aunque sin instrumentos originales. El vibrato en las cuerdas se redujo a la mínima expresión y con ello la sensación general del sonido tendió a ser más bien seca, por instantes falta de empaque aunque sin duda incisiva, expresiva y genuina.

La gran Maria João Pires, quien al parecer había padecido una fuerte fiebre los días previos a estos conciertos, volvió a poner el listón muy alto.  En su Beethoven, el Concierto no. 3, hubo majestuosidad, elegancia, sutileza, naturalidad… Hay una extraña combinación de fragilidad y solidez en el pianismo de Pires, como si bailase al filo de un precipicio, con ese físico minúsculo y ese sonido tan grandioso que obtiene. Al día siguiente su Mozart, el 27, sonó etereo, preciso, precioso… entre angelical y jugetón. Una delicia.

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Al frente de LSO Gardiner dispuso tiempos ágiles, contrastados, un punto extravagantes y rebuscados, como con un cierto prúrito de renovación. Para la Cuarta de Beethoven el maestro británico hizo tocar a sus músicos de pie, continuando con una practica que de tanto en tanto se observa entre conjuntos volcados a la música antigua y las prácticas historicistas. La versión no fue entusiasmante, a decir verdad. Reflexiva, sí, pero apenas vibrante, curiosamente poco beethoveniana en su espíritu cabría decir. Y es que Gardiner pecó quizá de un exceso de planificación, con dinámicas un punto alicaídas a veces, como con excesivo deleite. Sea como fuere, fue una versión importante, como lo había sido ya la obertura Leonora no. 2 (siempre preferiré la no. 3 pero esto ya va en gustos, supongo).

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La elección de la segunda sinfonía de Chaikovski como broche a estas jornadas presididas por Mozart y Beethoven podría parecer extraña pero no fue en modo alguno casual. Como el propio Gardiner explicó, se nos brindaba esta pieza como una sinfonía ucraniana, en solidaridad con los terribles sucesos que contemplamos horrorizados desde febrero. Y es que esta sinfonía a menudo se ha conocido como la ‘Pequeña Rusia’, algo que Gardiner invito a cambiar, al menos por una noche, por un recuerdo a las raíces ucranianas de buena parte de sus melodías.

La London Symphony es una orquesta muy familiarizada con las sinfonías de Chaikovski, como dejó patente su sección de maderas, exquisita en todas sus intervenciones. Mención aparte para el excelente trompa solista del conjunto londinense, Timothy Jones. Gardiner dirigió con efusión y entrega, destacando con tino las partes de mayor inspiración melódica en el Andante inicial y alborotando un tanto la pieza, en cambio, en su tramo final. 

La velada se había abierto con una encantadora versión de los entreactos segundo y tercero de Rosamunde, de Schubert, misma pieza que se ofreció por cierto como propina al término de la primera de estas dos citas en el Palacio de Carlos V. La propina de la segunda jornada fue una vibrante versión del Scherzo de El sueño de una noche de verano de Mendelssohn, en un guiño elocuente al broche que estos conciertos suponían para la 71 edición del Festival de Granada.

Pires a sus 77 años y Gardiner a sus 79 son dos egregios representantes de una gloriosa generación de músicos, entre la que cabría contar también a Barenboim, Argerich, Mehta (y pocos más…) cuyo talento echaremos mucho de menos el día que no estén. En esta cultura occidental tan dada a los elogios póstumos, conviene de tanto en tanto admirar y ponderar en vida el talento ajeno (el propio ya hay quien se lo admira a diario). Conciertos como estos nos permiten contemplar la música encamarados a hombros de gigantes.
 
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Foto: © Fermín Rodríguez