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Las buenas intenciones

14/08/22. Jerez de la Frontera. Festival Tío Pepe. “De México a Jeréz”. Obras de G. Donizetti, G. Verdi, J. Massenet, P. Sorozábal y otros. Javier Camarena, tenor. Orquesta Sinfónica de Málaga. José Luis López Antón, director musical.

Al Tío Pepe Festival hay que agradecerle las buenas intenciones de su programación. En un cartel concebido para atraer a grandes públicos, es grato ver figuras importantes del panorama lírico y se agradece el hecho de que se haya reservado el privilegio del colofón al extraordinario Javier Camarena, el tenor lírico-ligero más reconocido de nuestros tiempos. Pero, tras la buena voluntad, es necesario aterrizar la idea de manera exitosa, y ahí empiezan las dificultades. Un gran recital necesita de un gran equipo artístico, pero también de medios técnicos y de una mínima entrega por parte del público, unos elementos que no se dieron plenamente en esta ocasión.

La actuación de Camarena fue, como ya nos tiene acostumbrados, magnífica, pero se vio lastrada por una amplificación poco adecuada. Personalmente opino que la amplificación nunca ayuda al canto lírico, va contra su propia naturaleza, resta mérito al cantante y ensombrece sus capacidades – sería algo parecido al atletismo con motor, o al toreo con pistola. Conviene recordar que, bien organizados los espacios, es perfectamente posible realizar eventos al aire libre sin ayudas eléctricas, los festivales de Peralada, Thiré o Granada, por nombrar tan solo algunos ejemplos, así lo demuestran. Pero en esta ocasión no se trata tan solo de una cuestión de principios, el ecualizado y las pantallas sonoras simplificaron la riqueza armónica de la voz del mexicano, aplanaron los colores de la orquesta, incluso saturaron frecuencias en un par de ocasiones.

Todo esto no ayudo al espíritu belcantista que protagonizó la primera parte del programa, un repertorio que Camarena defendió con la maestría y emoción que le han hecho grande. La línea de canto es exquisita, sentida, matizada y elegante. El agudo destaca por impactante y natural. Aborda el tercio más alto del registro con una facilidad pasmosa, y el timbre, aunque sin perder homogeneidad con el resto de la tesitura, se hace aún más hermoso. Si con tantos tenores los momentos de lucimiento lo son también de tensión y sufrimiento, con Camarena uno desearía que no acabaran nunca. En “Pourquoi me reveiller…” de Werther presumió de un delicado fraseo y en Manon lució teatralidad honesta, sin imposturas. La excelencia del tenor fue, sin embargo, recibidas con frialdad e incluso extrañeza por un público que no acabó de conectar con lo que había en el escenario.

Y es que, como decía, un gran evento necesita que un público predispuesto a entregarse a la experiencia artística. No fue este el caso, algo que se notó desde los primeros instantes del concierto. Una vez que la orquesta ya se encontraba en el escenario y la mayoría del público sentado, hubo que esperar siete minutos a que las primeas filas, se llenaran de unos invitados “Deluxe”, que estaban ocupados en acabar los refrigerios previos a la actuación. Es una anécdota interesante, en tanto que ilustra la importancia relativa de la experiencia cultural frente al evento social. En todo caso, la Orquesta Sinfónica de Málaga dirigida por José Luis López Antón ofreció una actuación fiable, aunque poco matizada. Adoptó unos aires festivos que funcionaron mejor reflejando el carácter celebratorio de la segunda parte que las sutilezas de la primera.

Tras una pausa que no fue tal, Camarena nos llevó por derroteros más populares, supuestamente más accesibles. La zarzuelas y canciones latinoamericanas se dieron la mano. Camarena cambió entonces de registro sin traicionarse a sí mismo, dejó a un lado acrobacias operísticas, pero mantuvo sus fundamentos de canto. El “No puede ser” se llenó de apasionada frustración y el popurrí de valses latinoamericanos trajo buenas dosis de energía y júbilo que no lograron contagiarse al público en el medley final de José José, ni en unas propinas algo forzadas, que el respetable apenas pidió.