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Madrileño y nostálgico

Madrid. 20/08/22. Veranos de la Villa. Instituto San Isidro. Obras de Moreno-Torroba, Sorozábal, Alonso, Serrano... Miguel Huertas, piano. Enrique Viana, tenor.

El otro día paseaba con mi abuela para que viese la nueva peatonalización de la calle Bailén de Madrid. Un pequeño trayecto desde la Almudena a Plaza España que requiere 10 minutos a pie... y que nosotros concluímos en dos horas y veinte. Lo comentábamos todo, desde el olor del césped recién cortado al camafeo de Galdós en La de Bringas, a propósito del Palacio de Oriente. Mi yaya me contaba todos sus recuerdos, yo le explicaba todos nuestros intentos de futuro. De sus encuentros con mi abuelo en la Plaza de Oriente cuando eran novios, de nuestra última vez juntos en el Teatro Real... de cómo ya no se baldean las calles como antes... y de ahí a los frescos del románico leridano, porque a mi abuela le das carrete y te cuenta, si quieres, cómo ponía ella faroles con Sabatini. Es la inmensa suerte de haber podido aprender de la gente mayor, "más allá del cuadrado de la hipotenusa", como el propio Enrique Viana narra en su espectáculo ¡Sereno!... ábreme la puerta, todo un delicioso homenaje a Madrid y a la nostalgia, programado ahora por los Veranos de la Villa.

Madrileño y nostálgico, así se define el tenor en uno de los números, ¡menuda combinación! Complicada en una ciudad que cada día parece reconocerse menos en ella misma, o en la idealización que algunos hacemos de sus calles y sus gentes. Un Madrid que, en muchas ocasiones, ya no está, pero al que siempre se le espera y que encuentra en la Zarzuela su mejor horma. A través de ella podemos disfrutar del más complicado de los ejercicios posibles: el de la nostalgia. Enrique Viana se muestra como un indiscutible maestro en esto de recordar y, realizando el triple mortal, nos saca con ello la sonrisa, la risa, la carcajada. No reírse con Enrique Viana es un imposible. No emocionarse, también. Sólo cuando vuelven a encenderse las luces eres consciente de cómo ha ido horadando tus rincones de la memoria. Abriéndolos con su llave de sereno.

Lo hace a través de una cuidada narrativa, que tiene mucho de propia, de íntima. Desde lo personal, que es donde se encuentra la respuesta más sincera por parte del público. Aplausos, bravos, gente en pie. Tras uno de los números, dedicado al futbolista Senén, a mi lado un señor me preguntaba en efervescencia: ¿¡En qué equipo jugaba Senén!? ¡No lo sé! ¡Ni siquiera sé si existió de verdad! ¡Pero ahora yo también siento una irrefrenable atracción por el fútbol! ¿Fue real Senén? ¡Necesito tener un póster de Senén y su masajista finlandés sobre el cabecero! ¡Diga lo que diga mi mujer! Enrique Viana consigue que puedas disfrutar y sentirte atraído por todo aquello que siempre te ha horrorizado; en mi caso: el fútbol, los toreros, ir a Correos... ¡Señoras y señores: en uno de los números Viana recita la lista de los reyes Godos! Con la zarzuela El trébol, de Valverde y Serrano. ¡Y el personal hubiese pedido bis! Contó para ello, como a lo largo de toda la noche, con la inestimable complicidad del pianista Miguel Huertas, quien supo seguir en todo momento el ritmo del espectáculo y al tenor, con esa apariencia improvisatoria, dando buena muestra de su hábil mano en la teatralidad y dramatización del escenario, una de sus mejores bazas. A ello añadió sus propios arreglos y fantasías sobre temas de zarzuelas: Luisa Fernanda, La verbena de La Paloma, La Revoltosa; así como música propia para los momentos más recogidos, que redondearon su intervención.

Sin renunciar a grandes clásicos como las romanzas No puede ser o De este apacible rincón de Madrid, Enrique Viana se sirve de páginas más recónditas de la lírica nacional para beber y vivir, a pesar de toda la nostalgia desbordada, de la actualidad con la que salpica el espectáculo: los avisos de Correos, la Agencia Tributaria, el cambio climático, el lenguaje inclusivo o la suciedad de las calles de Madrid. La Zarzuela necesitaría seguir viva, a través de nuevas creaciones, aunque fuese para encontrarse con la prosa, la agilidad, la comedia, la inteligencia y la personalidad de Enrique Viana. Sería, hoy en día, no sólo uno de sus mejores artistas sobre el escenario, sino también uno de sus más brillantes libretistas. Decía el tenor en un momento dado que esperaba quedar en la memoria del público que asistía. Durante un rato, al menos. La memoria de cada uno es, ciertamente, particular, pero a buen seguro que Enrique Viana ya se ha quedado, para siempre, en la de la Historia de la Zarzuela.