Apollon Hohenems22 

Dos Kammerkonzert

Hohenems 3/10/2022. Markus Sittikus Saal. Haydn, Mozart, Schubert. Minetti Quartett, Josef Gilgenreiner (contrabajo), Sophie Rennert (mezzosoprano), Fazil Say (piano).

Hohenems 2/10/2022. Markus Sittikus Saal. Schubert. Apollon Musagète Quartett.

En la Schubertiade se mezclan, generalmente, tres tipos de eventos. Los Liederabend, dedicados al lied, la canción alemana y especialmente a la de Schubert (aunque se incluyen compositores de otras nacionalidades), los Klavierabend, recitales de piano y los Kammerkonzert en los que tiene su espacio la música de cámara.

Terminaba mi estancia en esta Schubertiade otoñal con concierto de cámara que resultó un verdadero éxito, tanto por la variedad de las obras como la calidad de la interpretación. Podríamos titularlo como “Del clasicismo al romanticismo” pues pudimos oír uno de los últimos cuartetos de Joseph Haydn, una maravillosa aria de concierto de W.A. Mozart y el quinteto Die Forelle (la trucha) de Franz Schubert, uno de los quintetos más bellos del repertorio, precedido por la interpretación del lied del mismo nombre. 

En 1799 Haydn era probablemente el compositor más famoso y exitoso que había existido, ya que su carrera coincidió con el inicio de un mercado de masas para la música; fue el primer músico cuya fama fue creada por la difusión de su música en copias impresas. Las ediciones impresas habían mejorado la reputación internacional de Corelli y Haendel, pero ellos, al igual que otros compositores del barroco, se establecieron en primera instancia a través de sus apariciones personales como intérpretes virtuosos. Haydn no era un virtuoso sobresaliente en ningún instrumento (salvo en ese instrumento colectivo que es la orquesta), y hasta la muerte de su antiguo mecenas, el príncipe Nikolaus Esterházy, en 1790, no tuvo libertad para vivir la vida de una celebridad itinerante. En ese 1799 Haydn recibe el encargo de la composición de seis cuartetos por parte del joven aristócrata austriaco Príncipe Lobkowitz, también protector de Beethoven. A finales de ese año los dos primeros dos cuartetos estaban terminados (clasificados como Opus 77). Se publicaron dos movimientos de un tercero (Op. 103) más tarde, pero el trabajo no se completó, parece ser que más por la competencia de los cuartetos Op. 18 de Beethoven (que recordemos era alumno de Haydn), también dedicados al mismo aristócrata austriaco. Esta “lucha” entre dos de los más geniales compositores de la historia parece favorecer al alemán, siempre tan agresivo defendiendo sus obras.

Los dos últimos cuartetos completos de Haydn son el resumen de medio siglo de historia de la música. Es la culminación de una carrera prolija y extraordinaria que completa con la madurez de los grandes, aunque algunos vean en algunos de sus pasajes influencias del revolucionario Beethoven. En este concierto se interpretó el Cuarteto nº 1 en sol mayor del Op. 77 por parte de uno de los prestigiosos conjuntos austriacos del momento, el Cuarteto Minetti  formado por Maria Ehmer (violín), Anna Knopp (violín), Milan Milojicic (viola) y Leonhard Roczek (violoncello) y que utilizan instrumentos de los siglos XVII y XVIII. Ya desde el primer momento, con la Marcha que da comienzo el Allegro moderato que abre la obra, se pudo percibir la calidad y la conjunción de los músicos, brillantísimos en todo momento, destacando el virtuosismo de Ehmer como primer violín. Impecables en los dos siguientes movimientos, la alegría, el aire folklórico y la perfección compositiva de Haydn tuvo su reflejo en un perfecto Finale que levantó los entusiastas aplausos del público. 

Hohenems Kammer22

En marzo de 1786, Mozart consiguió una única representación privada de Idomeneo, que había creado cinco años antes. Para el evento compuso dos piezas sustitutivas, el dúo Spiegarti non poss'io K.489 y Non piú tutto ascoltai... Non temer, amato bene (Basta, lo he oído todo... No temas nada, amado mío) K.490. La letra de esta pieza, apenas modificada, reaparece a finales de ese año en la escena dramática para soprano y pianoforte obbligato con acompañamiento orquestal Ch'io mi scordi di te... Non temer, amato bene (No temas, amado mío) K.505, para la soprano italo-irlandesa Nancy Storace. Es un aria maravillosa que tiene reminiscencias de Le nozze de Figaro y del Mozart más maduro. Llena de dificultades virtuosas con una íntima relación entre la voz y el piano, necesita grandes intérpretes para llevarla a buen puerto. Y los tuvo, sin duda. La voz de la mezzo Sophie Rennert posee un timbre muy atractivo, la proyecta perfectamente y tiene un volumen sobradamente adecuado. Su interpretación fue de gran calidad, sentida y llena de matices con unas perfectas coloraturas. Mucho que ver con el éxito de esta aria de unos 10 minutos fue el acompañamiento del Cuarteto Minetti (apoyados por el Josef Gilgenreiner al contrabajo) y, sobre todo, del piano de Fazil Say. El maestro turco, como haría después el quinteto, tomó el mando de la pequeña orquesta de cámara y consiguió una perfecta armonía entre los instrumentos y la voz. 

Die Forelle D 550 (La trucha), probablemente escrito a principios de 1817  es uno de los más populares lieder de Franz Schubert y desde su creación tuvo un éxito inmediato ya que aúna inocencia y sofisticación en la que, en medio del tono ligero y folklórico general de la canción, el compositor introduce en la tercera estrofa, de manera magistral, una breve escena dramática. Otra vez la conexión entre Rennert y Say fue patente y la interpretación encandiló al público. Pero lo mejor estaba por llegar. En el otoño de 1819 Schubert recibe de un excelente músico aficionado, Sylvester Paumgartner, el encargo de un quinteto para una formación que era poco habitual en la época: la formada por violín, viola, violonchelo, contrabajo y piano (en vez de la más conocida de cuarteto de cuerda más piano). Surge así el Quinteto en la mayor D 667 La trucha. Todo en la obra rezuma buen humor, alegría y un aire de danza, y el cuarto tiempo (de los cinco que forman el Quinteto), Adantino,  está formado por una serie de variaciones sobre el lied del que toma nombre el Quinteto. De espectacular puede calificarse la interpretación del Cuarteto Minetti (sin su segundo violín), el bajo de Josef Gilgenreiner y el piano de Fazil Say. Este, como ya se dijo, volvió a ser, desde su banqueta, dirigió la obra y dió un protagonismo al piano que en otras interpretaciones no son evidentes. Otra vez estupenda María Ehmer al violín y muy destacable el violonchelo de Leonhard Roczek. No hubo apresuramientos ni virtuosismos exhibicionistas, sino que todos los músicos crearon una arquitectura de formas perfectas donde la impecable partitura del inconmensurable Schubert apareció en toda su brillantez. El público se lo agradeció con sonoros y prolongados aplausos. 

Previamente, la matineé del día 2 de octubre fue un kammerkonzert dedicado a dos cuartetos de Schubert interpretados por el Allon Mosagète Quartett, que forman Paweł Zalejski (Violín), Bartosz Zachłod (Violín), Piotr Szumieł (Viola) y Piotr Skweres (Violoncello). La primera parte la ocupó una obra temprana, el Cuarteto para cuerdas en Si bemol mayor D 36, de 1813, cuando Schubert tenía 16 años. Es increíble que a esta edad el compositor austriaco ya hubiera escrito la mitad de los cuartetos de cuerda que formarían su opus. En este caso se nota la supervisión de su entonces maestro Antonio Salieri que introduce claras referencias al clasicismo de Haydn. De todas formas ya comienza a notarse la personalidad de Schubert en movimientos como el andante, claramente diferenciado del resto del cuarteto. El Allon Mosagète encontró perfectamente los resortes para hacer una interpretación fresca y ligera de esta música donde Schubert transmite su animado espíritu a la partitura. La segunda parte, en cambio, estuvo ocupada por una obra cumbre del mundo camerístico: El Cuarteto de cuerda en Re menor Der Tod und das Mädchen (La Muerte y la doncella). Han sido muchos los análisis que se han hecho de esta obra que tiene su origen el lied del mismo nombre. Schubert consigue aquí una música genuinamente personal aunque se atisbe una influencia beethoveniana. Se ha escrito mucho sobre cada uno de los movimientos del cuarteto, todos ellos de una belleza impactante, con unas notas que llegan al alma del oyente. Con una interpretación canónica, técnicamente impecable, pero sin la suficiente garra, el Allon Monsagète no consiguió ese estremecimiento que recorre al público cuando hay mayor pasión e intensidad en los intérpretes.