buratto anna bolena les arts miguel lorenzo mikel ponce 1© Miguel Lorenzo y Mikel Ponce.

Tan sagrados como horrendos

València. 04/10/22. Les Arts. Donizetti: Anna Bolena. Eleonora Buratto (Anna Bolena). Silvia Tro Santafé (Giovanna Seymour). Ismael Jordi (Percy). Alex Esposito (Enrico VIII). Nadezhda Karyazina (Smeton). Jorge Franco (Hervey). Gerard Farreras (Rochefort). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Jetske Mijnssen, dirección de escena. Maurizio Benini, dirección musical.

Sí, al igual que ocurriera con Roberto Devereux en su momento o con Il pirata de Bellini más recientemente, en un alarde de imaginación, los gestores de tantos teatros parecen haber puesto ahora sus ojos en Anna Bolena - y Ernani de Verdi -. Aquí en España, al menos en València se ofrece como parte de la supuesta trilogía Tudor donizettiana, que es en realidad una tetralogía junto a Il castello di Kenilworth, pero, oh medios de comunicación, teatros, artistas... para qué estropear la tradición de la ignorancia de décadas y décadas... Tras verla en Sevilla y Santa Cruz de Tenerife, después de Les Arts vendrá ABAO en Bilbao y, al menos, también el Teatro Real de Madrid. Ya sabemos cómo este país, pero bueno, más llamativo en cuanto a coordinación entre escenarios sería que se estuvieran preparando, qué se yo, sendos estrenos sobre óperas basadas en La Regenta, ¿no?

Fue Maria Callas, como bien es sabido, la principal impulsora de la recuperación de esta ópera en el siglo XX. Pronto le siguieron nombres como los de Leyla Gencer, Elena Souliotis o Teresa Zylis-Gara a lo largo de la pasada década de los sesenta. Voces de cierto peso y formas dramáticas. Sin embargo, desde que Beverly Sills se embarcase en el proyecto de cantar - y grabar - estas tres reinas, la visión sobre cómo abordarlas empezó a cambiar. Fue algo tramposo, porque ni siquiera quien pueda cantar Maria Stuarda tiene por qué poder cantar la Elisabetta ideal de Devereux, por ejemplo. Montserrat Caballé llegó a pasarlo verdaderamente mal con Bolena y fue una excelente Elisabetta y Stuarda; Joan Sutherland nunca llegó a cantar Elisabetta, a pesar de tener uno de los instrumentos técnicamente más perfectos de la historia de la lírica y sí hizo lo propio con Bolena y Stuarda. Son sólo dos ejemplos de dos artistas inconmensurables. Por otro lado y cada vez más, desde entonces se empezó a confiar en cantantes de voces más livianas para estos papeles. Renata Scotto, Katia Ricciarelli, Edita Gruberova... voces más ligeras, pero inteligentísimas artistas y es esa la tónica que se ha seguido en València (y se seguirá en el doble reparto del Teatro Real).

Como protagonista en esta coproducción con la Ópera de Ámsterdam y el San Carlo de Nápoles, en la ciudad del Turia se ha podido disfrutar de Eleonora Buratto como Anna Bolena. Una tesitura lírica en una artista perspicaz y astuta, que despliega una voz siempre homogénea en un rol harto complicado. Renuncia a los sobreagudos impuestos por la tradición y afronta los graves sí escritos por Donizetti con naturalidad. El timbre es terso, con un centro poderoso y un agudo pleno. Como sonido, su Bolena es, prácticamente, impecable. Así queda probado en la gran intervención final, una de las grandes páginas de la ópera italiana, pero también en su dúo con Percy del primer acto o en la breve plegaria al comienzo del segundo acto, y el dúo posterior con Seymour. Eché en falta, no obstante, mayor fantasía en el decir, mayor acentuación psicológica y drama en todo ello. Algo que, se entiende, vendrá con el tiempo y que muestre mejor esa dualidad sobre la que camina la reina, el pavor con el que se sienta al trono... "mis lazos tan sagrados como horrendos son".

De todo ello sabe bien y aplica en la práctica la mezzosoprano Silvia Tro Santafé. La Giovanna Seymour de la cantante valenciana es, diría, referencial. Como todo su bel canto. Su breve página de salida pasó más desapercibida entre un público desacostumbrado a estas partituras, pero fue realmente exquisita; al igual que su intervención en el famoso dúo con Bolena del segundo acto. Soberbio en el empaste de las voces, el color de cada una de ellas y toda la carga dramática de Santafé. Estimable resultó el Enrico VIII de Alex Esposito, un tanto estentóreo tratándose de bel canto por momentos, mientras que Nadezhda Karyazina mostró un timbre oscuro y carnoso con el que dibujó un Smentón creíble, más allá de los requerimientos escénicos. Por su parte, Ismael Jordi presentó un instrumento amplio, de mayor caudal que años ha, con el que buscó colores y matices en todo momento. Construyó con ello un Percy muy disfrutable en coordenadas belcantistas, un tanto hierático en sus movimientos, que redondeó un reparto de gran altura.

La puesta en escena de Jetske Mijnssen no va más allá y tampoco se queda en el más acá. Esto último es de agradecer, alejarse del vacío cartón piedra, pero se echa en falta una idea global sobre la obra, la historia, el concepto total, que tal vez se complete con Stuarda y Devereux, quién sabe. Resulta gratificante, igualmente, que la directora neerlandesa no caiga en el hórror vacui y entienda que el bel canto no es, al contrario, estatismo, lugares comunes de tantos principiantes a la hora de abordar títulos bellinianos o donizettianos. Permite a la música fluir con la narrativa y tiene algún otro acierto, como la relevancia que se da a la pequeña Isabel I. Pieza implicada ya en el devenir del poder y que se muestra fiel siempre a la corona, excepto en el momento en que le despojan de sus vestimentas reales, donde corre, ahí sí, a los brazos de su madre. ¿Cómo no introducirla de esta manera? ¿Cómo no dotarle de un protagonismo, cuando se van a subir las otras dos óperas comentadas anteriormente en el mismo escenario?

No conecto, en absoluto, con esa imagen de padre entregado con la que se quiere dotar a Enrique VIII en esta propuesta, tampoco con la inclusión del manido recurso de la muñeca de turno. La iluminación de Cor van de Brink presenta deficiencias a lo largo de la obra y en la escena final un ostentoso fallo sacó del clímax al público, mientras que el vestuario de Ben Baur carece, en ocasiones, de sentido. Una Seymour que aparece vestida de Bella en la película de Disney y termina paseándose casi toda la representación en camisola y tacones rompe el desarrollo de espacio y tiempo, así como los trajes del coro, vestido igual para un baile festivo que para visitar a Bolena en la torre, mientras espera su ejecución.

Finalmente, Maurizio Benini desde el foso comenzó con una obertura deslavazada en una concepción, digamos, no uniforme sobre el total de la obra. Resultó una lectura encendida por momentos, más alicaída en otros, morosa e incluso estrepitosa dependiendo de la página. Es un tanto su marca de la casa, siempre con los aciertos más brillantes en cuanto abraza a los cantantes, incluyendo las estupendas intervenciones del Coro de la Generalitat Valenciana. Un muy buen arranque de curso, en cualquier caso, este de València, donde Les Arts ha planteado, sobre el papel, la temporada más atractiva de todas las presentadas en los teatros de ópera españoles, circunstancias y condicionantes de cada una mediante.