Dutch National Opera Koenigskinder 2022 photo Monika Rittershaus 042 

Potencia de equipo

Amsterdam. 16/10/2022. Dutch National Opera. Humperdinck: Königskinder. Olga Kulchynska. Daniel Behle. Josef Wagner. Doris Soffel. Sam Carl. Michael Pflumn. Coro y orquesta de la ópera holandesa. Christof Loy, director de escena. Marc Albrecht, director musical.

Königskinder (Los hijos del Rey) es una ópera que, yo, personalmente, tenía pendiente. Había hecho un par de intentos, pero nunca me había acabado de enganchar. Las opiniones que había leído sobre ella tampoco me hacía albergar muchas esperanzas, todas se resumirían en un “si, bueno.... pero demasiado larga y pesada”; pero el otro día comprobé una vez más, lo subjetivo y distinto que es cada momento y, también, que cuando hay una verdadera labor de conjunto que potencia, las obras brillan, y se te meten hasta el tuétano. Eso me pasó el otro día.

Königskinder es un cuento de hadas, como lo fue su anterior y exitosa ópera Hänsel y Gretel, pero mientras en esta la conclusión siempre es positiva y esperanzadora, en Königskinder todo es mucho mas oscuro y pesimista, el espectador sale infinitamente mas tocado. Aquí la sociedad es opresiva, juzgadora y cainita, que devora y hace trizas al distinto, y que busca el estereotipo, la impresión antes que el contenido, la imagen antes que la verdad e, incluso, la bondad. Muy duro.

Humperdinck tiene una deuda enorme con Wagner, es verdad, de hecho tuvo una devoción con él quasi patológica. Las hechuras de Los hijos del Rey son mas bien largas, el uso del leivmotiv es una constante, y momentos como el último dúo de los protagonistas recuerdan sobremanera a algunos del mismísimo ‘anillo’. Pero la escritura de Humperdinck cambia: hay un acentuado lado camerístico, de pequeña filigrana, muy difícil de encontrar en el músico de Leipzig; multitud de elaborados solos de cuerda; un lado de tímbrica refulgente y refinada muy acusado; y un uso de ritmos ternarios y motivos folclóricos muy personal, que aligeran el discurso. Incluso, la música de Humperdinck, sorprendentemente tiene algo de baile, y no sólo en la gran escena de festividades, sino también cuando el músico presenta una canción en 6/8 por primera vez. Estamos fuera de las esferas wagnerianas en este sentido. Es curioso además en esta ópera el schubertiano modo de abordar algunos momentos sobretodo referidos al importante personaje de Spielmann (el violinista) que actúa siempre a la contra del cruel pueblo de Hellastadt (nombre derivado seguramente de Hell, infierno) a modo de sabio y noble juglar. En Humperdinck también hay un uso más diatónico de diferenciación musical de personajes, como el que utiliza con la niña ganso, pintándole así una frescura y pureza que diferencia con la del hijo del rey, de más desarrollo personal en su permanente peligro de perderse, o la bruja, con su cromatismo de figura vivida, dura y dominante.

Dutch National Opera Koenigskinder 2022 photo Monika Rittershaus 210

Es bien sabido el conocimiento, capacidad de síntesis y última comprensión de Christof Loy, que en sus montajes estiliza y da con la esencia y la verdad del mensaje ( mejor dicho la mas verdad de tantos). A raíz de ahí, de esa médula, el director recalca donde le conviene, subraya y delinea en rojo lo que más se adecua para contrastar, realzar o potenciar. En este Königskinder el director parte de un decorado en redondo blanco, como una elipse limpia que funciona a modo de burbuja de realidad, y que el director ‘mancha’ cuando le conviene, como en la impactante escena justo antes de las campanadas cuando la turba violenta está a punto de destrozar al idealista personaje del hijo del rey. En ese momento Loy esquina la situación y paraliza los brazos en alto, los gestos de opresión, el odio, y la luz inmensamente blanca hasta entonces, se torna gris, sucia. La impresión, el fotograma, es de impacto, y uno no puede dejar de pensar en el Guernica de Picasso. También estremece en ese blanco y negro la pequeña película que Loy proyecta en el preludio instrumental del tercer acto, donde el director refleja sin cortapisas la crueldad del pueblo que juzga y quema en la hoguera a la bruja, y encierra y quiebra al violinista, el único personaje que se niega a adherirse a las crueles reglas de conducta. Loy también recalca que los niños, en esta historia, son los que tienen la capacidad de ver la verdad, son los que ven, los adultos son los ciegos. Pero el top de los momentos de impacto, fue la muerte de los protagonistas, donde Loy consiguió realzar la conmoción del instante con una fantástica realización. Con la nieve cayendo, y un lento telón negro desplegándose en el omnipresente fondo blanco, con la violinista/personaje tocando en el escenario la maravillosa música escrita para la ocasión, y con el lento caminar del personaje en ‘esencia’ de la bruja ‘abrazando’ el luctuoso momento de la niña ganso, actuando así mas como madre/abuela, que como bruja. Inolvidable.

Dutch National Opera Koenigskinder 2022 photo Monika Rittershaus 203

Muy gratificante también el trabajo de Marc Albrecht, que jalona así su experiencia vivida en la ópera de Amsterdam como titular durante años, y sumando con este Königskinder un paso más en su experiencia allí en la ópera romántica y romántica tardía. El director alemán supo crear con refinamiento un tapiz muy muelle, donde los espejeantes reflejos de la riquísima orquestación de Humperdink refulgieron con un fuerte color, y los entramados y entresacados de las voces con los solos instrumentales y la orquesta fueron muy sabiamente administrados y tejidos, consiguiendo hacer de su batuta, ganchillo. Albrech también remarcó de forma muy bella momentos importantes, como el evanescente y plateado lecho que administró a la niña ganso en su plegaria del acto primero. La orquesta y el coro de la ópera holandesa se comportaron de forma sobresaliente, y hubo una estupenda sensación de conjunto, también con los cantantes, que supieron estar en buena medida a la altura.

La niña ganso de Olga Kulchynska brilló como su personaje. Delicada, fresca, con ‘plata’ en la voz, supo regular estupendamente y conseguir conmover cuando correspondía como en la citada plegaria. A su lado, Daniel Behle es verdad que palideció un tanto como personaje de hijo del rey, sobretodo en los momentos de más expansión y agudos, pero supo ser bastante creíble en el difícil rol, un cierto Tamino con hechuras. Doris Soffel bordó la creación aquí de la bruja, dura, intransigente, sí, pero también humana. Incluso con su ya gastada voz, pintó al personaje de experiencia, y supo sacar recovecos, a base de acentuación e intención. Suficientemente filósofo el Der Spielmann de Josef Wagner, el violinista que debe tener nobleza schubertiana en la voz, y adecuados Sam Carl y Michael Pflumn como El Leñador y el Vendedor de escobas respectivamente.

Fotos: © Monika Rittershaus