© Ruth Walz
Como a un Cristo dos pistolas
Amsterdam. 23/04/2025. Nationale Ópera de Amsterdam. Strauss: Die Frau ohne Schatten (La mujer sin sombra). AJ. Gluecker (Emperador). Daniela Köhler (Emperatriz). Michaela Schuster (Die Amme). Josef Wagner (Barak). Aušrine Stundytė (mujer de Barak). Sam Carl (mensajero). Aitana Sanz (voz del halcón). Daría Brusova (guardián del templo). Eva Kroon (voz desde las alturas). Netherlands Philharmonic. Coro de la Dutch National Ópera. Katie Mitchell, directora de escena. Marc Albrecht, director musical.
También es deseable una dirección de escena que pueda intentar resolver el complicadísimo universo creado por Hugo von Hofmannsthal que, en su cuarta colaboración con Strauss, ha imaginado un texto con distintos estratos y difíciles simbolismos que hacen que el abordaje de su trama sea una labor ciertamente compleja y casi imposible de resolver en sus múltiples vértices.
En la Nationale Ópera de Amsterdam se ha contado para ello con una nueva producción encomendada a la británica Katie Mitchell. La directora, que es conocida por producciones con ese sesgo, ha presentado la obra como un “thriller de ciencia ficción feminista”. Como ejemplo intenta imbuir a la esposa de Barak de más simpatía y profundidad, o traduce el elemento de cuento de hadas del libreto de la sombra como símbolo de fertilidad en una situación muy realista en la que se utiliza un equipo de ultrasonido para determinar si una mujer está embarazada o no.
También nos dice Mitchell que el libreto se sustenta en ideas sobre la feminidad que hoy en día se encuentran anticuadas o incluso misóginas: “El libreto pone culpa de la falta de hijos en su totalidad a la pareja, sin ninguna base científica. Además hay un elemento de ablaismo (discriminación contra las personas con discapacidades físicas, mentales o cognitivas) en la forma en que se retrata a los hermanos de Barak”. La directora explica que en su concepto de puesta en escena ha añadido tensión y peligro extra, transformando la ópera de un cuento de hadas “algo lento” en un thriller lleno de sexo y pistolas, rápido y violento con un enfoque con el que se caracterizan sus producciones: psicológicamente detallado y cinematográfico.
Mitchell ha tomado decisiones artísticas definitorias como centrar el concepto de su puesta en escena en la relación padre e hija: Keikobad y la Emperatriz. En la obra original, Keikobad nunca aparece físicamente, sin embargo la directora ha decidido colocar el conflicto entre padre e hija en el centro, teniendo a Keikobad físicamente presente en el escenario desde el principio para entregar el ultimátum en persona: si la Emperatriz no obtiene una sombra (que simboliza la fertilidad) dentro de tres días, su esposo, el Emperador, se convertirá en piedra. Al mantener a Keikobad en el escenario, su poder patriarcal se hace más explícito, nos cuenta la directora.
Según Mitchell, la popularidad de la ópera se debe principalmente a la magnífica música de Strauss. “El libreto de la ópera generalmente no es tan celebrado como la música. La estructura dramática es bastante desigual. Sin la música espectacular, el texto por sí solo nunca se mantendría como una obra de teatro. Adaptar la puesta en escena para modernizar el libreto es esencial para mantener la ópera relevante. No se pierde nada al hacerlo, las cosas solo se ganan” comenta la directora.
Pues bien, aceptando buena parte de los conceptos y cambios que Mitchell explica, y reconociendo aciertos en bastantes de los planteamientos citados, hay que decir, que, visto su montaje, el espectáculo naufraga. Es verdad que hay escenas muy potentes, algunas de ellas con el característico ritmo a cámara lenta tan afín a la directora británica. Pero, igual que en la Theodora de Haendel que pudimos ver esta temporada en el Teatro Real las cosas funcionaban muy bien, el complejísimo libreto (y por momentos insalvable, estoy de acuerdo) de La mujer sin sombra, no se adapta tan adecuadamente a lo propuesto.
En la ópera de Strauss hay demasiadas capas como para simplificarlo todo a un thriller lleno de violencia. A lo largo de la ópera se observan bastantes situaciones encajadas con calzador y, a pesar de sus indudables buenas ideas y momentos, y a una potente escenografía y muy eficaz iluminación, ese ir bordeando el precipicio acaba traspasando el abismo en un final abocado al puro fuego de artificio fatuo, con una masacre final a tiros de pistola que no viene en ningún momento a cuento sino solo por terminar la función con dinamita fácil. Pura boutade.
Digamos que -y como resumen-, el traje feminista y de thriller que Mitchell suele confeccionar para sus montajes, es demasiado corto para vestir un ‘cuerpo’ tan complejo y extenso como Die Frau ohne Schatten.
Lo mejor de la noche vino de lo que sonaba desde la Nederlands Philharmonisch, orquesta que dio una auténtica lección de transparencia, virtuosismo, bella sonoridad y soberbio hacer, dirigidos por un expertísimo y sobresaliente Marc Albrecht, que debutó en la Ópera Nacional Holandesa en 2008 precisamente dirigiendo Die Frau ohne Schatten para, poco después, ser nombrado director titular de la compañía de ópera, cargo que ocupó durante diez años.
En 2020 Albrecht había querido marcar su partida con una nueva producción de la ópera de Strauss, pero la pandemia de Covid frenó ese plan. Ahora es cuando finalmente ha conseguido hacerlo, imprimiendo una seguridad y conocimiento bárbaros, tanto en los sonoros y potentes tutti, como en las numerosas partes más camerísticas; sabiendo combinar momentos de sonoridad acre y áspera cuando se necesitaba, con los encendidos y clásicos ‘caracoleos’ ondulantes tan típicos de Strauss.
Destacar en el equipo vocal la muy completa labor tanto canora como actoral de Michaela Schuster, que, como Die Amme, demostró una experiencia y un bagaje en el rol que le permite dominar el papel en todas sus facetas sabiendo sacar infinidad de detalles y pudiendo abarcar con desahogo la extensísima tesitura del personaje.
Destacable también Aušrinė Stundytė, que, como la tintorera, a pesar de la cierta acritud de su voz, consigue impactar con su presencia, potencia vocal y magnetismo, algo que acreditó de forma extraordinaria en su escena al principio del tercer acto, marcando uno de los indiscutibles hits de la noche.
Bello color y muy lírico el conseguido vocalmente por Josef Wagner, que ennobleció al personaje de Barak con su voz y buen hacer, a pesar de faltarle algo de anchura para el personaje. AJ. Glueckert defendió el inclemente rol de el Emperador con mucha dignidad, demostrando bello timbre, quizá un punto delgado para el personaje, pero cumpliendo con arrojo con los agudos impuestos por Strauss. Inestable y ‘bailona’ la voz de Daniela Köhler, y ayuna también del embelesamiento que, en bastantes momentos, el personaje demanda; aunque, a la postre, la cantante tuvo su eficacia y se puede decir que cumplió con el complicado papel.
Entre los secundarios destacar a Sam Carl como mensajero, la española Aitana Sanz como voz del halcón o Daria Brusova como guardián del templo. Muy eficaces todo el resto del reparto y las difíciles las voces internas, que se comportaron de forma sobresaliente durante toda la representación.
Fotos: © Ruth Walz