Ejercicio de voluntarismo
20/10/2022. Pamplona. Palacio Baluarte. Emilio Arrieta: San Franco de Sena. Beatríz Díaz (Lucrecia, soprano), Itsaso Loinaz (Lesbia, mezzosoprano), Alejandro Roy (Franco, tenor), Javier Franco (Federico, barítono), Frederic Jost (Mansto, bajo), Julen Jiménez (Dato, tenor) y Patricio Poncela (narrador). Orquesta Sinfónica de Navarra y Coro Lírico de la AGAO. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra.
Los aniversarios del nacimiento o fallecimiento de los compositores son momentos adecuados para que se realicen esfuerzos por programar y dar a conocer la obra del susodicho. Si la figura es gigante y universal –caso del año 2020, triturado por la pandemia, en el 250º aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven- solo cabe insistir en la trascendencia de su obra y aprovechar cualquier mínima excusa para volver a disfrutar de su trabajo. Si, por el contrario, el recordado por el aniversario es más local, tenemos dos posibilidades: bien insistir en los ejemplos de siempre o, de lo contrario, realizar un esfuerzo por dar a conocer alguna de sus obras ignotas. Este último pudiera ser el caso de Emilio Arrieta, de quien durante el pasado 2021 –el otro año triturado por la misma razón- se recordaba el 200º aniversario de su nacimiento. Y así, un año y un día antes del concierto que en esta reseña nos ocupa, pudimos escuchar en el mismo recinto y con el objetivo de recordar al de Puente la Reina Marina, su ópera/zarzuela más popular y de la cual dimos sucinta cuenta en este mismo medio.
Emilio Arrieta es uno de esos compositores que están condenados a pasar a la historia, por pequeño que sea su lugar, por una sola obra, la mencionada Marina. A pesar de que su corpus la integran cuatro óperas y casi medio centenar de zarzuelas, la inmensa mayoría de ellas duermen el sueño de los olvidados con la excepción –siendo extremadamente generoso- de El dominó azul. Por ello es de agradecer que en la programación del Baluarte pamplonica se haya insistido en la versión en concierto de San Franco de Sena que en principio se planteó para el pasado 30 de diciembre y como conclusión del bicentenario y que tuvo que ser aplazada -¡oh, sorpresa, adivinen la razón!- hasta diez meses después. Así pues, el aniversario ha servido al menos para dar a conocer una obra que no se interpretaba desde hace casi un siglo y que no me cuesta reconocer, ni siquiera sabía de su existencia hasta el anuncio del Baluarte del año pasado.
Vivida la función creo que es de justicia agradecer el esfuerzo de la organización por salirse de lo más trillado y darnos la oportunidad de conocer una obra de la que es difícil incluso encontrar algún aria suelta o fragmento orquestal en las hoy dominantes redes sociales. Pero si quiero ser justo con mi primera impresión creo, sinceramente, que hoy en día una obra como la que nos ocupa tiene muy escaso recorrido.
San Franco de Sena es una zarzuela grande, estructurada en tres actos y cuya parte musical alcanza casi las dos horas de duración; según el programa de mano minúsculo que se nos ofreció, ciento diez minutos. Si a ellos les añadimos los propios de la parte hablada, estamos ante una obra de grandes dimensiones y duración que puede acercarse a las tres horas. Por lo que a su estructura dramática se refiere y a riesgo de ser demasiado simple, esta zarzuela parece ser o estar demasiado inspirada por otras obras célebres anteriores. Me explico: el acto I es un remedo del Don Giovanni mozartiano en su planteamiento, con un Franco desbocado, sin la menor empatía por las mujeres y con un criado, Dato, que también guarda la lista de los objetivos del crápula. El acto II, con la fiesta en la que Franco es líder de los desalmados recuerda inevitablemente a la Marina del mismo autor; parece que en cualquier momento van a entonar el A beber, a beber. Finalmente, el acto III nos retrotrae a La forza del destino verdiano, incluido el eremita provocado por hermano despechado y aparición mariana final, con milagro.
Esta versión se ofreció en versión de concierto con un narrador resumiendo la acción dramática que en una función completa sería recitada. Patricio Poncela cumplió con este papel con gran eficacia y un ritmo más que adecuado. En cuanto a las voces, y más allá de que su voz es una de esas que puede provocar incesantes discusiones entre los aficionados líricos, en mi opinión el tenor asturiano Alejandro Roy fue el gran triunfador de la noche. Su voz es grande, de timbre oscuro, baritonal, con squillo y bien emitida aunque tiende a vacilar en la zona media. Los agudos salen como cañonazos y por su proyección dejó en evidencia a todos sus compañeros de reparto. Su amada Lucrecia fue encarnada por la también asturiana Beatriz Díaz que trató de responder con brío a un papel de cierta dificultad. Trató de dotar a su interpretación de cierta implicación dramática y supo salir airosa aunque algún sobreagudo sonara destemplado y el timbre no fuera muy atractivo.
Su hermano Federico, rencoroso y vengativo, fue encarnado por el barítono gallego Javier Franco y estuvo a la altura de la exigencia; quizás algo áspero pero eficiente. El alemán Frederic Jost fue el desventurado Mansto, padre del calavera protagonista y que acaba reconciliado con su hijo; quiso cantar con gusto y estilo aunque, eso sí, su timbre está muy lejos de responder a la tesitura de bajo, con un color claro en exceso. Finalmente los de casa, Itsaso Loinaz como Lesbia, la criada de Lucrecia, muy eficiente en sus breves momentos y Julen Jiménez como el Leporello particular del finalmente santo que apenas fue audible en su primera intervención para aparecer con una voz pequeña aunque bella de color en su escena breve del acto final. El Coro de la AGAO, con la colaboración del Coro de Cámara Alzaga, respondió adecuadamente aunque sería lícito solicitar a ellas más prestancia vocal. Al ser la versión en concierto cantantes y orquesta, además del coro, estaban situados en el mismo plano y ello supuso obstáculo insalvable para alguno de los solistas, que quedaron condicionados por el desequilibrio de los planos sonoros. En este sentido José Miguel Pérez Sierra, director, tenía que haber cuidado algo más a los cantantes. Eso sí, supo dotar a los distintos momentos el tono adecuado, ya festivo en la verbena del acto II ya misterioso en el encuentro entre antiguos amantes en la entrada de la gruta. Adecuada participación de la Orquesta Sinfónica de Navarra.
Hemos de alegrarnos de haber tenido la oportunidad de conocer esta obra; ahora bien, sinceramente creo que será muy difícil podamos reencontrarla en un futuro. El libreto, de José Estremera, poco ayuda a ello. Frases como Voy a morir, temo a la muerte, quiero vivir como monólogo de una moribunda en poco ayuda; además permítaseme la licencia de decir que tantos vítores a Franco –aunque fuera el de Sena- no dejaban de resultar más que curiosos cuando no incómodos. Por ello quizás este San Franco de Sena haya sido, en cierta perspectiva histórica, poco más que un ejercicio de voluntarismo, que aun y todo agradecemos.
Fotos: © Iñaki Zaldua