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Martha y la abstracción

Madrid. 06/10/16. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. CNDM: Liceo de cámara XXI. Obras de Bach, Brahms y Schumann. Martha Argerich, piano. Cuarteto Quiroga.

Hará casi exactamente tres años, la mítica pianista argentina Martha Argerich ofrecía, en el mismo lugar, la misma obra de Schumann que hemos podido escuchar de nuevo el jueves pasado: el Quinteto para piano op.44. Aquella ocasión, caótica y desordenada con Gitlis, Zhao, Guttmann y Chen acompañándola, no pudo por desgracia ser recordada tras abandonar el Auditorio. Nada cuajó en lo musical aquella noche. Por fortuna el público madrileño ha podido resarcirse con una cita que, al contrario de aquella, será recordada por mucho tiempo. Es el poder de abstracción de un piano único como el de Argerich y el buen hacer de unos músicos realmente perceptivos y expresivos como es el Cuarteto Quiroga.

Esta noche también tuvo un punto de descontrol en su comienzo, con la pianista ya sobre el escenario mientras aún entraba mucha gente para acomodarse en sus asientos, con el enfado añadido de los que ya se encontraban en sus sitios. Pero cuando la pianista dice ya, es ya; cuando decide el cómo, ese ha de ser el cómo (¿quién querría desdecir a la verdad en la música?). Entró directa al piano, y se arrancó toda una Partita Nº2  BWV 826 de Bach del tirón, sin descansos y con un tiempo propio. Expresividad a flor de piel en la articulación y un fraseo personal que la situaron, como a todos los grandes, en una lectura no perfecta, tan expuesta como victoriosa en su visión. Martha estaba abstraída, estaba ella sola allí, sobre el escenario, con todos nosotros y nuestras bocas abiertas alrededor (¡tan difícil es escucharla en solitario por aquí!), como si se encontrara practicando en el salón de su casa... Para sacarla de allí la ovación fue colosal, teniendo que salir a saludar en cuatro o cinco ocasiones.

El Cuarteto Quiroga ofreció a continuación un Brahms más en su propia expresión, coherente en sus coordenadas personales, pero no tanto en las del compositor. Un Brahms en la búsqueda de una belleza que no le pertenece, al menos de ese modo. Un sonido moldeado en lo pequeño, al que faltó un punto más ácido, agresivo en su Allegro inicial, mirando tal vez hacia la reminiscencia schubertiana de su D703. Quizá sobró un punto de lirismo en pro de una mayor tensión y expresión, algo de mayor radicalidad para sonar a un Brahms verdadero en sus movimientos extremos, mientras la concepción del Quiroga se adaptó mucho mejor a los movimientos centrales, más moderados en los tiempos y de menor vehemencia expresiva, dibujando un precioso momento con los cantabile del moderato e comodo.

Llegado Schumann, el Cuarteto no es que tuviese que buscar las formas directas del compositor sino que tuvieron que traducirlas a través del piano de Argerich. Supieron amoldarse a su concepción, a su modo de vivirlo; expresivo y tenaz, si bien la pianista pareció no quedar del todo conforme, tal y como pudo apreciarse al finalizar el concierto. De nuevo acelerada expresividad romántica en los movimientos inicial y final, llevados con el temperamento vivo de la argentina, que encontraron el ideal balance en la marcia cuasi fúnebre del segundo movimiento, suficientemente sosegada y un scherzo vibrante que fue repetido a modo de propina, que por segunda vez sonó mucho más homogéneo que en su primera lectura. Todo esto no es decir mucho, es decir muchísimo a buena cuenta del binomio que forma Argerich-Schumann en la interpretación pianística contemporánea. Un tándem de dos nombres asociados como los de Brendel y Schubert, Uchida y Mozart o Lupu y Brahms. Un ensamblaje de altura para una noche, esta vez sí, inolvidable, donde todos pudimos abstraernos en la música.