BorisScala22 c 

Chailly, el maestro ruso

Milán. 13/12/2022. Teatro alla Scala. Mussorgski: Boris Godunov. Ildar Abdrazakov (Boris Godunov). Lylly Jorstad (Fedor). Anna Denisova (Ksenija). Ain Anger (Pimen). Stanislav Trofimov (Varlaam). Alexey Markov (Scelkalov). Norbert Ernst (Vasilij Sujskij y otros. Riccardo Chailly, dirección musical. Kasper Holten, dirección de escena.

El Teatro alla Scala de Milán ha decido abrir este año su temporada con uno de los títulos más señeros del repertorio operístico: Boris Godunov. Que uno de los teatros más importantes del mundo abra, en estos tiempos de guerra y de horror protagonizados por un tirano ruso y sus secuaces, con la ópera más importante que se ha escrito en ese país es todo un símbolo. Supongo que un símbolo no programado, ya que el título ya estaría previsto mucho antes de la invasión rusa de Ucrania, pero aún así, y pese algunas críticas, se ha seguido adelante con esta obra maestra protagonizada además, en gran parte, por destacados cantantes rusos. Y dirigida por un director italiano, el titular de la Scala, Riccardo Chailly, que se ha transformado en auténtico maestro ruso, de esos que encumbraron la escuela de dirección rusa a lo más alto.

Y es que Chailly brinda una versión de Boris Godunov magistral, con una mezcla perfecta de dramatismo, fuerza y tensión. Sin concesiones de cara a la galería o al mero espectáculo (esta ópera sufre muchas veces de este mal) el maestro milanés profundizó hasta la médula del drama que escribiera y compusiera Modest Musorgski, y cuya primera versión ha sido la representada. Su lectura recalca esa escritura tan especial del compositor, que, por una parte, a veces parece adelantarse a su tiempo y crear sonidos y melodías que no se oirán hasta cuarenta años más tarde, en el impresionismo musical y por otra hunde sus raíces en el alma rusa, en ese folklore y en esos cantos ortodoxos que rezuman espiritualidad. Hay lugar también para pinceladas románticas y melodías casi tiernas. Pero, por encima de todo, hay una concepción global de un drama complejo, rico en contrastes, y que Chailly nos presentó de una manera espectacular. Este entramado musical no lo podría haber puesto en pie sin el apoyo incondicional de una Orquesta del Teatro alla Scala que rindió a un altísimo nivel en todas sus familias, pero sobre todo la cuerda, que sonó a verdadero símbolo del alma rusa. Una versión musical inolvidable. 

El otro gran triunfador de la noche fue Ildar Abdrazakov en el papel de Boris. El bajo ruso hizo una demostración extraordinaria de su talento como cantante y de su enfoque personal de un papel que tan grandes predecesores han encarnado. Supongo que la tradición rusa pesa a la hora de enfrentarse al rol más emblemático en su lengua pero Abdrazakov sale airoso de cualquier comparación precisamente porque su caracterización nace de sus cualidades como actor y cantante. Él no imita a nadie, crea su Boris. Un zar, en esta versión de 1869, la primera que escribió Musorgski, que es el centro de la historia, en la que todo gira a su alrededor, sin que haya más añadidos dramáticos como ocurrirá con la versión de 1872, con el famoso acto polaco. El bajo ruso está pletórico de facultades. Su voz, que quizá no alcance los graves de otros compañeros de su cuerda, tiene, en cambio, una versatilidad tremenda consiguiendo momentos de un dramatismo enorme (la escena de la locura) o de un lirismo exquisito como en la escena final de su muerte con una parte susurrada que fue simplemente estremecedora y algo que solo está al alcance de un cantante de la tremenda calidad de Abdrazakov. Si a eso unimos un timbre de gran belleza y una prestancia actoral que no se deja llevar por los excesos, tenemos el resultado de una actuación de referencia, que el público del teatro refrendó con sonoros bravos cuando salió a saludar, agotado, al final de la representación.

BorisScala22 a

Boris Godunov tiene un protagonista y muchos secundarios con gran presencia en la obra y además, es una ópera coral, en el sentido literal de la palabra porque el coro es parte esencial del drama. La música escrita por Musorgski para los coros (sea el pueblo llano, los monjes o los miembros de la Duma) es, sencillamente, genial y de una calidad que pocas obras del repertorio igualan. La famosa “alma rusa”, el pueblo silencioso que casi siempre acata los dictados del tirano, tiene su voz, dura, dramática, desgarrada, sobre todo el primer cuadro de la ópera y en la escena del idiota. Impresionante el Coro del Teatro alla Scala que dirige Alberto Malazzi. Todas las cuerdas rindidieron al máximo nivel y perfectamente empastadas, consiguiendo momentos de enorme belleza. También hay que destacar la aportación del Coro di voci bianche dell’accademia Teatro alla Scala, imprescindibles en la escena de la coronación.

Larga es la lista de los cantantes que acompañaron al protagonista, pero querría destacar especialmente el Pimen de Ain Anger, verdadero protagonista de la escena del monasterio, y que demostró sus cualidades de bajo profundo con un canto narrado de mucha más dificultad de lo que parece. También excelente Alexey Markov, como el secretario de la Duna, con una voz bien modulada y de perfecta técnica. Menos destacado estuvo Norbert Ernst en el papel del intrigante Sujski. Aunque en general defendió bien su rol, le lastró un tercio agudo no muy afinado. Muy bien el Varlaam de Stanislav Trofimov que, nos brindó una alegre “canción de Kazán” y el Grigori de Dmitry Golovnin. El apartado femenino, escaso y de poca relevancia en esta obra primordialmente masculina, estuvo también en excelentes manos con Lilly Jørstad como Fëdor, el hijo del Zar, Anna Denisova como Ksenija, su hija, la tabernera de Maria Barakova y en un papel menor pero con una voz muy atractiva Agnieszka Rehlis como la nodriza.

BorisScala22 d

El conocido director de escena Kasper Holten es el responsable de esta nueva producción que abre la temporada scaliana. Y realmente lo hace sin pena ni gloria, sin aportar nada nuevo a no ser una estilización de todos los elementos dramáticos y que marcan las diversas escenas y centrar la idea de la ópera en la recreación a gran tamaño y de distintas formas, del manuscrito origen del drama: La Historia del Estado Ruso de Nikolai Karamzin, origen del drama de Pushkin, en el que se inspiró Musorgski. El manuscrito que ocupa la parte central del escenario, cayendo desde la parte arriba y cambiando según lo hacen casi todas las escenas, va desarrollando la historia ilustrada con dibujos. Es una propuesta bella de la escenógrafa Es Devlin pero que simplemente enmarca la acción, sin ninguna aportación más. La dirección de actores es correcta (no debe ser nada fácil mover esas masas corales), pero tampoco nada que no se haya visto ya en otras ocasiones. Es una producción, en resumen, que no molesta y que deja perfectamente que la música sea la protagonista.

Foto: © Marco Brescia & Rudy Amisano