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El Hamlet de Menéndez y Blanch

Oviedo. 14/12/2022. Ópera de Oviedo. Thomas: Hamlet. David Menéndez (Hamlet), Sara Blanch (Ophèlie), Béatrice Uria Monzon (Gertrude), Alejandro del Cerro (Laerte), Javier Castañeda (Espectro), Josu Cabrero (Marcellus), Carlos Carzoglio (Horatio), Alejandro López (Pollonius), Juan Laborería (Primer sepulturero), David Barrera (Segundo sepulturero). Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro Intermezzo. Dir. Escena: Susana Gómez. Escenografía: Ricardo Sánchez. Dir. musical: Audrey Saint-Gil. 

Ya en la recta final de la temporada, la Ópera de Oviedo apostó en esta ocasión por la programación de una obra que no se encuentra entre las más representadas del género. Hablamos de Hamlet de Ambroise Thomas. Toda una obra maestra que, si bien puede adolecer en ciertos momentos de una dilatación excesiva quizás autoimpuesta por las costumbres de la época, cuenta con innumerables momentos inspiradísimos, proliferando en la partitura melodías de enorme belleza.

La dirección de escena firmada por Susana Gómez para la Ópera de Oviedo resultó, en esta ocasión, un acierto. El trabajo de la ovetense va ganando enteros a medida que transcurre la obra, alcanzando sin duda su clímax durante la famosa escena de la locura de Ophélie, en la que se apuesta por vaciar casi por completo la caja escénica a excepción del plano inclinado situado en el suelo, y haciendo así gala de un estilo minimalista pero dramáticamente efectivo. Con todo, lo mejor de estas representaciones pasó sin duda por el buen hacer vocal de la pareja protagonista: Hamlet y Ophélie.

El rol de Hamlet se confió en el barítono castrillonense David Menéndez, a quien ya hemos podido ver en incontables ocasiones sobre las tablas del Teatro Campoamor. La última de ellas como Schaunard en la Bohème. En todas ellas, Menéndez demuestra por qué es siempre una garantía. Lo ha hecho también en este Hamlet, y esto resulta aún más meritorio tratándose de un rol que, probablemente, se cuenta entre los más ingratos y difíciles para su tesitura. En este contexto, David Menéndez estuvo espléndido de principio a fin, dosificando inteligentemente sus recursos, para firmar una función memorable tanto desde el punto de vista vocal como actoral. Su voz corre por la sala sin problema alguno, haciendo gala de una proyección envidiable al tiempo que mantiene una uniformidad tímbrica en todo su registro.

Uno de los mejores momentos de la noche, fue el precioso primer dúo que mantuvo con la soprano Sara Blanch, la otra gran protagonista de la noche. Por su parte, la soprano catalana, lleva años cosechando grandes éxitos en el Teatro Campoamor, y en toda Europa, pero seguramente haya sido Hamlet la ópera de la que todos nos acordaremos. Desde el primer momento se reveló como una Ophélie exquisita en cada una de sus intervenciones, pero fue en la escena de la locura, esas páginas compuestas por Thomas para el lucimiento o el absoluto fracaso de la soprano, donde Blanch brilló con luz propia. Es difícil encontrar hoy en día una soprano cuya voz se ajuste mejor a este rol. Su hermosísimo timbre e innata musicalidad la hacen perfecta para este endiablado personaje, en el que solventó agudos, sobreagudos o messa di voce, con insultante facilidad. Fue muy aplaudida por el público, durante y al final de la función.

Cerrando el resto del elenco, la mezzosoprano Béatrice Uria-Monzon, encarnó al rol de Gertrude como hiciera tiempo atrás en el Liceu de Barcelona en el año 2003. Se nos antojaba más adecuada al personaje antes que ahora. Su voz ha ganado en volumen y expansión, pero ha perdido en armónicos, aunque sigue teniendo una dicción impoluta, pudiendo presumir de haber sido una de las mejores cantantes francesas de los últimos años, lo que siempre es interesante para una temporada como la de la Ópera de Oviedo.

Simón Orfila, por su parte, se demostró como un valor seguro para el rol de Claudius, el cual no le supuso ningún problema vocal ni escénico, mientras que Alejandro del Cerro hizo un trabajo más que correcto con el rol de Laërte, un tanto ingrato y más complejo vocalmente de lo que pudiera parecer en un primer momento. El resto de secundarios, por su parte, demostraron un buen nivel general que contribuyó a redondear la función.

A la batuta de Audrey Saint-Gil, la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias gozó de una sonoridad que se podría tildar de rotunda, aunque respetando siempre la emisión de cada cantante, logrando así un resultado empastado que resultó muy convincente. No llegó a convencernos del todo, en esta ocasión el Coro Intermezzo, cuyos integrantes exhibieron en ciertas ocasiones un volumen superior al que parece demandar la partitura.