Mesias Baluarte I.Zaldua 1 

Regalo de Navidad

Pamplona. 22/12/2022. Auditorio Baluarte. Georg Friedrich Haendel: The Messiah: Julia Doyle (soprano), Tim Mead(contratenor), Thomas Hobbs (tenor), Roderick Williams (bajo), Akademie für Alte Musik Berlin, Rias Kammerchor. Dirección musical: Justin Doyle.

Pareciera que según se acercan las fechas de navidad se despertara en todos, organizadores, intérpretes y público, una necesidad apremiante de escuchar The Messiah, quizás el oratorio más conocido de la historia de la música. La última lógica que unen obra y fechas es difícil de entender pero parece existir un cierto consenso social acerca del hecho y aquí y allá, en teatros, iglesias y catedrales asistimos a un boom de propuestas del oratorio que provoca estupor. Solo por poner un ejemplo, a cien kilómetros de mi domicilio yo podría escucharlo cuatro veces en cuatro ciudades distintas (Pamplona, Donostia, Bilbao y Burgos) y en cuatro días distintos durante estas vacaciones navideñas. Un empacho que, insisto, provoca cierto estupor, al menos a quien firma estas palabras.

Y como hay que elegir, apostamos por el concierto del auditorio Baluarte, con la versión de un grupo tan prestigioso como la Akademie für Alte Musik Berlin y el Rias Kammerchor en la confianza de disfrutar de una obra tan hermosa. En los últimos años hemos podido paladear otras versiones de prestigio como puedan ser las de Robert King, Harry Christophers o Paul McCresh y considero conveniente comenzar diciendo que la propuesta de Justin Doyle fue un regalo; eso sí, un regalo dotado de enorme personalidad porque terminado el concierto un servidor no pudo sino asumir que acababa de asistir a una interpretación singular y atípica versión de la obra. En mis apuntes personales tengo recogida, por ejemplo, la duración de la versión de Paul McCreesh  en el mismo Baluarte hace siete años, que llegó a los ciento cuarenta minutos de oratorio mientras que la que ahora nos ocupa llegó a los ciento sesenta; y es que Doyle y desde la misma sinfonía inicial hizo una apuesta por un tempo moroso y que obligo en más de una ocasión a que los cantantes hicieran alarde –o mostraran ciertas carencias- de su fiato y canto legado. 

Nadie puede negar una enorme coherencia, la del director, pues su propuesta fue homogénea durante todo el desarrollo de la misma; y tampoco que no fuera capaz de crear momentos de gran contraste porque si esta morosidad, buscada, se hizo presente en momentos concretos –sirvan como ejemplo la citada sinfonía o el aria He was despited and rejected, quizás uno de los momentos cumbres de la noche-, en los que las notas llegaron a quedar suspendidas en el auditorio, como si el tiempo se hubiera detenido tal era la tensa parsimonia con la que avanzada Justin Doyle, en otros pasajes, -utilicemos como ejemplo el célebre Hallelujah- la batuta apostaba por un tempo dinámico y buscaba personalísimos efectos como la exigencia de melismas a la cuerda grave del coro, por ejemplo dando inusitado realce a la percusión y logrando con ello efectos de gran dramatismo. En definitiva, que pretendiéndolo o no, Justin Doyle se erigió como el gran protagonista de la noche musical pamplonica.

Evidentemente, la orquesta, la Akademie für Alte Musik Berlin fue en sus manos un instrumento moldeable y muy eficaz a la hora de construir tal interpretación. Las cuerdas, de una textura transparente y un bajo continuo muy eficaz y sobrio aunque no puedo sino destacar los breves pero impresionantes momentos que consiguió la intérprete de trompeta barroca, de una afinación y pulcritud aplaudibles, como ocurrió en el The trumpet shall sound. Si solo hay parabienes para la orquesta, un servidor se rinde ante la exactitud, precisión, empaste y color del Rias Kammerchor. Uno podría escuchar horas a este grupo y no dejaría de pensar que es tal su grado de compenetración que parece podrían cantar solos, sin director alguno, tal es la seguridad que transmiten. Sin que suponga demérito alguno para el resto subrayaría el precioso color de la cuerda grave masculina.

El cuarteto solista fue quizás tan particular como la propuesta misma del director. La soprano Julia Doyle tiene una voz pequeña y quizás, en ocasiones, fue la que demostró más problemas para seguir el tempo propuesto desde la batuta aunque ello no obsta para que cada una de sus intervenciones fueran una pequeña muestra de lo que es una voz plegada a las exigencias del estilo barroco. El contratenor Tim Mead estuvo brillante en la página arriba mencionada, al comienzo de la segunda parte y fue capaz de mantener la tensión artística exigida desde el podio con un fraseo y dramatismo propios del momento cantado. En la primera parte tuvo alguna estridencia en la franja aguda sin mayor relevancia.

El tenor Thomas Hobbs fue la voz más blanca, la más liviana. Tuvo algunas dificultades en la franja aguda, donde disminuía el ya de por sí limitado volumen pero, una vez más, no se le pueden negar ni intención ni adecuación estilística. Roderick Williams, el bajo, fue la voz más “operística” de todas y también aportó cierta personalidad en la interpretación de distintas variaciones en la ya mencionada The trumpet shall soun llegando a utilizar el falsete para invenciones sobreagudas cuando menos sorprendentes.

El público llenaba en un 80 por ciento aproximado el Baluarte, destacando los huecos entre las entradas más caras pero, aun y todo, buena asistencia y respuesta fervorosa de quienes se sentían, nunca mejor dicho, felices por el regalo de navidad que acabábamos de recibir.

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Fotos: © Iñaki Zaldua