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Distintos focos de interés

Semana de Música Religiosa, de Cuenca 2023. 6 y 7/04/2023. Teatro Auditorio José Luis Perales. 

(1) Presentación del proyecto divulgativo LUZ, de José Luis Temes, con música grabada de Luis de los Cobos y Santiago Lanchares.

(2) Passio et mors domini nostri Jesu Christi secundum Lucam, de Krisztof Penderecki, con Olga Pasieczik (soprano), Enrique Sánchez (barítono), Lukasz Jakobski (bajo), Ángel Saiz (narrador), Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, Coro de la Radio Polaca y Jóvenes Cantoras de la JORCAM. Dirección musical: Marzena Diakun.

(3) Sinfonía nº 49 en fa menor, La Pasione, y Stabat Mater, de Franz Joseph Haydn,  con Jone Martínez (soprano), Helena Ressurreição (mezzosoprano), Manuel Gómez Ruiz (tenor), Josep Miquel Ramón (bajo), Real Filharmonía de Galicia y Coro Easo. Dirección musical: Marc Leroy-Calatayud.

 

La LX edición de la Semana de Música Religiosa, de Cuenca ha tenido distintos focos de interés en virtud de las variopintas propuestas hechas a los espectadores, ya autóctonos ya visitantes. Aprovechando el interés de esta edición se pudo asistir a tres eventos que procedo a comentar por estricto orden cronológico.

 

Preámbulo

El primer acto al que pudimos asistir fue una charla-coloquio-concierto grabado en el que el director de orquesta José Luis Temes presentó una pequeña parte de su proyecto divulgativo Luz, que está centrado en la música sinfónica española más infrecuente tanto entre las orquestas como entre los programadores. El acto se centró en una presentación amena y muy pedagógica del mencionado director, dando a conocer a los doscientos asistentes las figuras de dos compositores castellano-leoneses y una pequeña muestra de su música sinfónica para pasar luego a disfrutar del proyecto en sí, es decir, la escucha de la grabación de la obra y la proyección del trabajo visual correspondiente. 

Luz XIII encuentra refugio en la figura del vallisoletano Luis de los Cobos (1927-2012), compositor ignorado y desconocido por muchos melómanos. Dentro de una estética ecléctica y que el mismo Temes calificó como eslabón perdido dentro del sinfonismo español pudimos escuchar con las imágenes correspondientes su música de la Primera Sinfonía, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Castilla-León. En correspondencia a la figura grave y adusta del personaje las imágenes se centran en las principales figuras religiosas del Museo Nacional de Escultura, sito en el mismo Valladolid, único museo del mundo donde como comentó el presentador es imposible encontrar una simple sonrisa.

El segundo trabajó ofrecido fue Luz VI, dedicado al palentino Santiago Lanchares –presente en la sala- y que une Cantos de Ziryab, obra grabada por el mismo director, alma mater del proyecto global, dirigiendo a la Joven Orquesta Sinfónica de Cantabria, con imágenes que tratan de fusionar las tradiciones persa, árabe, cristiana y judía presentes en la historia cultural de las tierras castellanas. Las imágenes representan las distintas formas de entender la espiritualidad y la necesidad de encontrar puntos de encuentro entre ellas, en rechazo inequívoco de cualquier intención excluyente.

Un acto sencillo éste pero relevante porque pudimos conocer de primera mano un proyecto que a estas alturas ya se puede decir se convierte en ineludible referencia para todos aquellos que quieran explorar nuevos mundos sinfónicos y que está necesitado de la correspondiente financiación para que alcance aquellas metas a las que aspira.

 

Primer concierto: Krisztof Penderecki

Desde el respeto más escrupuloso al resto de los conciertos, compositores y artistas, así como a los gustos de los allá presentes, si alguna cita de esta Semana de Música Religiosa, de Cuenca tenía especial interés esta era la interpretación de Passio et mors domini nostri Jesu Christi secundum Lucam, obra de Krisztof Penderecki, compuesta entre 1963 y 1966 y que pasa por ser una de las pasiones más rompedoras, iconoclastas y, al mismo tiempo, fervorosas de la historia de la música.

En la década de los 60 del siglo pasado la religión –quizás deberíamos decir las religiones- no gozaba de buena salud. A nivel filosófico, político e ideológico corrientes agnósticas cuando no decididamente ateas alzaban sus banderas de rebeldía, transformación y revolución en Europa y en el mundo. Que en aquellos años un compositor apostara por una obra estrictamente religiosa y más aun por la católica, apostólica y romana pudiera entenderse como una mirada al pasado, algo que estuviera demodé. Sí, todos conocemos la figura relevante de Olivier Messiaen, referencia absoluta uniendo de forma casi militante catolicismo y música en esos años pero sin olvidar que por ello fue calificado de compositor original y casi provocador.

La composición de la singular obra que nos ocupa coincide plenamente con la convocatoria y celebración del Concilio Vaticano II (1962-1966), reunión ecuménica que trató de incardinar la fe dentro del llamado mundo moderno emergente en ese momento. Pues bien, a modo de consecuencia natural de estos hechos, en esta coyuntura, un polaco levanta un monumento de ochenta minutos dedicado a la pasión y muerte de Jesucristo según los textos del evangelio de Lucas. Una obra grande en dimensiones y compleja, muy compleja tanto en lo que a su parte instrumental –con una abundancia de percusión y labor relevante de metales y cuerda grave- se refiera como a la parte vocal. 

Esta última obliga, por un lado, a la presencia de tres agrupaciones corales y vaya por delante que cualquier análisis de la interpretación de las mismas habrá de tener en cuenta que las dificultades técnicas que plantea esta obra para los coros son apabullantes. Cualquier persona que tenga una mínima experiencia en esta materia solo puede ponerse a temblar al imaginar ese momento de la primera apertura de la partitura, ante el primer ensayo de una partitura endiablada, llena de exigencias y de recursos habituales y otros harto infrecuentes como silbar, chillar, susurrar, simular múltiples conversaciones simultáneas, gritar, etc. Una imagen frecuente durante el concierto, repetida por numerosos coralistas, fue el de hacer vibrar el diapasón en busca de la afinación perdida. En este sentido es muy difícil hacer cualquier valoración tras una sola escucha y uno puede intuir problemas técnicos durante la interpretación pero aceptemos que esta fue meritoria, sufrida y sí, quizás mejorable pero, ¿habrá una nueva oportunidad  de escuchar esta obra?

No menor era la dificultad para los solistas vocales, donde destacó claramente la soprano Olga Pasiecniz, de voz voluminosa, capaz de hacerse oír en ese magma de estructuras sonoras que es esta obra. No le anduvo a la zaga el bajo Lukasz Jakobski mientras que los dos refuerzos de última hora supongo que tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para entrar en el proyecto a última hora. Suficiente el narrador Ángel Saiz mientras que el barítono Enrique Sánchez tuvo que pelear con una voz más modesta y una tesitura muy exigente. En cualquier caso, reciban nuestro agradecimiento por colaborar en la puesta en pie de esta obra.

Marzena Diakun tenía una labor ímproba. Coordinar todas estas dificultades técnicas, darles la forma necesaria para que el público las comprendiera y ajustar a todos los intérpretes no era tarea baladí y en la opinión de quien firma esta reseña, estamos ante la gran triunfadora de la noche. Obra de grandes contrastes, en los números de turba las exigencias de Penderecki provocan estupor mientras que en otros números, algunos de ellos a capella, primaba la austeridad, casi la intimidad trasladada por las voces en piano del coro, como ocurrió, por ejemplo, en el número 24 de la obra, el Stabat Mater.

Muy significativa presencia de público que ocupaba –a primera vista- un setenta por ciento del recinto y que respondió con bravos vigorosos la interpretación de una obra que todo melómano debería escuchar alguna vez, más allá de sus creencias, su fe y sus gustos musicales.

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Segundo concierto: Franz Joseph Haydn

Después del dispendio sonoro del jueves santo, el concierto del viernes santo parecía apetecer algo menos; quizás porque se provocaba demasiado contraste. Y curiosamente, el concierto se celebró con la presencia de menos espectadores con respecto al día anterior, con huecos significativos en las localidades centrales.

Ya se sabe que Franz Joseph Haydn es considerado el padre de la sinfonía y del cuarteto de cuerda y que ante su obra religiosa se suele pasar como de puntillas, como si fuera cuestión de segundo orden. Y lo cierto es que Haydn, que era ferviente católico, se implicó en la tarea de composición de tal género porque llegó a concluir, al menos, catorce misas, dos Te Deum, 34 ofertorios e himnos además de oratorios d temática religiosa por lo que no puede desdeñarse ni su cantidad ni su calidad. 

El concierto propuso en su primera parte la Sinfonía nº 49, La Pasione, mientras que la segunda, más larga, estaba ocupada por el Stabat Mater. La primera, no es obra específicamente religiosa a pesar del sobrenombre pues tal mención a la pasión se entiende hoy en día más ligada a la gravedad y al estilo sombrío de la partitura que a una mención concreta de la pasión de Jesucristo; la segunda, la aportación de Haydn al género específico del Stabat Mater, uno de los más recurrentes de la historia de la música pues ha sido trabajado desde las antiguas fechas de Josquin Desprez hasta las más actuales de Karl Jenkins. 

Obra de línea clásica para cuarteto solista y coro, nos permitió disfrutar de un grupo vocal muy interesante donde destacó, por encima de todos, la soprano vizcaína Jone Martínez, de voz cristalina, perfecta dicción y muy loable intención. No estuvo a la zaga la mezzosoprano portuguesa Helena Ressurreição, de timbre oscuro en muy adecuado contraste con su compañera y con un volumen más que suficiente. Impacto la nobleza de la voz del valenciano Josep Miquel Ramón, siempre abordando los momentos más trágicos del texto y bastante más liviano el tenor grancanario Manuel Gómez Ruiz, que estuvo siempre muy pendiente tanto de la batuta como de sus compañeros.

Notable la Real Filharmonía de Galicia con una cuerda hermosa y sonora en la primera parte sinfónica y curiosa y desequilibrada disposición la de la agrupación coral, con un 60% de voces masculinas frente a un 40% de femeninas, lo que conllevó una descompensación que en momentos puntuales fue evidente. Por lo demás, el coro cumplió con su cometido. Insultantemente joven la batuta del suizo Marc Leroy-Calatayud, de origen franco-boliviano, que mostró buena disposición y ofreció un resultado notable aunque en ocasiones el equilibrio entre orquesta, coro y solistas se viera afectado en detrimento de estos últimos. En cualquier caso, un concierto disfrutable.

 

Conclusión

Cuarenta años de historia hacen de la SMR de Cuenca una cita ineludible para cualquier melómano y tanto la ciudad como el ambiente que se vive en ella ayuda a acercarse. La propuesta de Penderecki ha arrasado como un ciclón, levantándose como una de las más interesantes que cualquier festival musical pueda abordar este 2023 y además ha ayudado a confirmar que los espectadores, los oyentes, aceptamos de buen grado la denominada música de vanguardia si se ofrece sin complejos, con ilusión y determinación.

Fotos: © David Gómez