La revolución francesa y una huelga
Bordeaux. 11/06/2023. Gran Teatro Ópera de Bordeaux. Francis Poulenc: Dialogues des carmélites. Anne-Catherine Guillet (Blanche de la Force), Marie-Andrée Bouchard-Lessieur (Madre Marie de L’Incarnation), Thomas Bettinger (Caballero de la Force), Lila Dufy (Sor Constance), Frederic Caton (Marqués de la Force), Mireille Delunsch (Madame de Croissy), Patricia Ciofi (Madame Lidoine) y otros. Orquesta Nacional de Bordeaux-Aquitaine. Coro de la Ópera Nacional de Bordeaux. Dirección escénica: Mireille Delunsch. Dirección musical: Emmanuel Villaume.
Minutos antes de comenzar esta función se respiraba un ambiente infrecuente en las inmediaciones de un teatro de ópera; una pancarta estaba desplegada entre dos de las imponentes columnas del teatro mientras, detrás de ella, varias decenas de personas protestaban y entregaban a quienes procedíamos a entrar al recinto una hoja informativa en la que se anunciaba la razón de todo ello: con motivo de la presentación de la temporada 23/24 los miembros de los distintos servicios técnicos del teatro protestaban por sus circunstancias contractuales y laborales y nos anunciaban su decisión de hacer huelga el día de autos, es decir, que la función que estaba a punto de comenzar iba a quedar condicionada por dicha circunstancia. Una de las trabajadoras, en un castellano muy fluido, tuvo a bien explicarme las reivindicaciones más fundamentales: el hecho de que un 60% de los técnicos empleados lo sean con contratos intermitentes y que el pago bruto era de 11.52 euros/hora y que tal cantidad no había sufrido modificación alguna en la última década.
Ya en el interior, segundos antes de comenzar la función una de las trabajadoras se dirigió al público para anunciar tal condicionamiento en la misma, lo que fue recibido con un primer y sonoro abucheo por parte de un sector del público, siendo inmediatamente respondido este último con el aplauso de quienes decidimos apostar por la defensa del derecho de cualquier trabajador a la huelga. Un servidor no puede dejar de pensar que cuando un trabajador del ámbito del arte recurre a la huelga hasta el punto de hipotecar una función de ópera ha recurrido antes a todas las vías imaginables, por aquello del respeto al arte.
Casi tres horas después el público prorrumpió en una ovación tan justa como sentida a la labor realizada por todos los intérpretes y no pude dejar de acordarme de los insolidarios protestones del inicio, que ahora se tornaban miembros de la lógica algarabía. Y ello había ocurrido sólo porque habíamos dejado fluir la música; y es que, con todos los hándicaps que hubo –y fueron muchos- Poulenc y su música resultaron ser los grandes triunfadores.
Queda dicho que la función fue apoteósica. Y es que Dialogues des carmélites tiene la facultad de sacar de muchos de nosotros, más allá de nuestra fe personal –o de la ausencia de la misma- los sentimientos de compasión y dolor más internos. Porque esta ópera es una crescendo en el que Francis Poulenc va enredándonos con su tela de araña, pasando por el tema de la Revolución Francesa haciendo una lectura de parte aunque, eso sí, una lectura dramáticamente muy bien construida. Porque no podemos negar que esta obra se alinea de forma contundente a favor de la iglesia católica y sus miembros, de los que se destaca tanto su humanidad como su aspecto espiritual mientras que los revolucionarios apenas aparecen como meros aplicadores de normas y leyes estrictas o simples lectores de sentencias injustas.
Eso sí, Mireille Delunsch, responsable de la puesta en escena, nos muestra un puente de solidaridad entre las mártires y el público que asiste a la ejecución que, en forma de modesta rebeldía, manifiesta su dolor al entregar a cada una de las monjas ajusticiadas una vela encendida en señal de duelo y fraternidad. Eso sí, no cabe análisis alguno de la puesta en escena porque la principal afección de la huelga fue, precisamente, la imposibilidad de proceder a los cambios escénicos por lo que toda la ópera se hizo con el escenario cubierto con la imagen que simulaba el decadente palacio del marqués de la Force y los nimios cambios de atrezzo fueron realizados por los mismos cantantes.
El ya apuntado éxito de la función descanso sobre todo en tres columnas pétreas: la fundamental, la construcción que del papel protagonista hizo Anne-Catherine Guillet, una contundente y convincente Blanche de la Force. Capaz de transmitir aparente debilidad en la escena I, más tarde –por ejemplo, en la hermosa escena de la conversación con su hermano- era capaz de hacer creíble la transformación de esa tímida joven en una mujer de ideas claras y disposición valiente ante las circunstancias. Su voz es hermosa, sus agudos bien colocados y canta con una seguridad aplastante. Ya pudimos disfrutarla en el mismo teatro en 2019 cuando cantó La voix humaine, del mismo Poulenc y el estreno de Point d’orgue, de Thierry Escaich y todo lo positivo dicho entonces es ahora aplicable.
No le quedó a la zaga la prestación de Marie-Andrée Bouchard-Lessieur como la madre María de la Encarnación, personaje que no deja de ser auténtico motor del convento y, por lo tanto, del desarrollo de la ópera. Es, junto a Blanche, el único elemento que está presente en todos los momentos de la ópera y tiene mucho que decir aunque a veces tenga que callar. Una voz de muchos quilates, muy bien proyectada, sonora, recia y que inundó con su sonido el coqueto teatro. Y la tercera columna sería la dirección musical de Emmanuel Villaume, plena de energía, exigente con orquesta y cantantes y que aunque en alguna ocasión llevó a las monjas al límite vocal, hizo una lectura muy pasional de la obra, una apuesta que me satisfizo mucho.
Entre el larguísimo reparto solo hubo una pequeña sombra: la situación vocal de Patricia Ciofi, otrora significada rossiniana y experta en el mundo del barroco y que, al encarnar a la nueva madre superiora, madame de Lidoine, se vio totalmente superada por el papel. Y es que su voz aun guarda algún resto de grandeza en la franja aguda pero el centro y los graves son áfonos, totalmente inaudibles y faltos de esmalte; así, por ejemplo, en la escena con María de la Encarnación el contraste vocal era sumamente cruel. El resto de la larga lista de solistas el nivel medio fue muy alto, destacando la transparencia de la voz de Lila Dufy (sor Constanza, que no deja de ser uno de esos papeles que –casi- siempre lleva a la artista al éxito), la personalidad de Mireille Delunsch en la moribunda madame Croissy que, eso sí, tuvo que fallecer junto al canapé del marqués y padre e hijo, es decir, Frédéric Caton y Thomas Bettinger. Adecuado el coro.
Cuando comenzó el Salve Regina las monjas pasaban de izquierda a derecha desde los ojos del espectador cruzando todo el escenario para, a continuación, oírse el golpe de la guillotina. La emoción estaba servida. Y con el simple acorde final, la reacción del público fue enfervorizada. Créanme si les digo que en ese momento nadie se acordaba de la huelga, de los condicionamientos escénicos y del abucheo de primera hora. Con el acorde final flotaba sobre el ambiente la emoción y la grandeza de la música de Francis Poulenc; y algunos guardamos un breve momento para recordar que existen en todos los teatros un grupo de personas que son imprescindibles para que una temporada operística llegue a buen puerto y que, en ocasiones, están obligados a protestar por aquello de dignificar su situación laboral.
Foto: © Eric Bouloumié