Pablo Gonzalez MayZircus 

Nuevos y estimulantes horizontes

Madrid. 26/06/2023. Auditorio Nacional. Obras de Nielsen, Haydn y Strauss. Orquesta Sinfónica de Madrid. Simon Veis, violonchelo. Pablo González, dirección musical.

Carl Nielsen es un compositor que, desgraciadamente, no acaba de cuajar en las programaciones de conciertos de nuestro país. Mahler consiguió hacerlo ya hace unas cuantas décadas, y ya en nuestros días sus sinfonías se programan ad nauseam una y otra vez. De Sibelius también escuchamos con frecuencia la segunda y quinta sinfonías, y un poco menos la primera y septima; el resto tampoco acaban de encontrar sitio en las programaciones (por no hablar del resto de obra sinfónica exceptuando su concierto para violín). En cambio de Nielsen se toca poco más que la quinta sinfonía alguna vez (esa que Derik Cooke nombró como “la mejor sinfonía del siglo XX”) y que es una obra compleja con la que he visto pasarlo mal a la mismísima Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, y de la que escuché decir al director Alain Gibert que era la sinfonía mas difícil que había interpretado jamás. La segunda, en cambio, es una obra más accesible técnicamente, y es la que se ponía en escena en el concierto que ahora se comenta. Nielsen la escribió entre 1901 y 1902 y se la dedicó al que fue su gran amigo Ferruccio Busoni. La escribió inspirado por unos cuadros que se encontró en una taberna en Zeeland, y que representaban los cuatro temperamentos del hombre, y así denominó los cuatro movimientos de la obra: colérico, flemático, melancólico y sanguíneo.

Obra cambiante, rica, de intrincados meandros rítmicos sobretodo en el primer y último movimiento, requiere de una orquesta en forma, y un director que sepa diferenciar y llevar a buen puerto toda su complejidad. Pablo González lo consiguió plenamente, y además insufló a la Orquesta Sinfónica de Madrid de un entusiasmo y un buen hacer que hizo engalanar el cierre del ciclo sinfónico que la orquesta organiza todos los años en el Auditorio Nacional. El primer movimiento, según el cuadro de la citada taberna, lo describía Nielsen como un hombre a caballo que, con la espada desenvainada, embestía al aire salvajemente. El “allegro collerico” resultante, empezó con la energía y fuerza requeridos, y el director supo aderezar el discurso con los acerados y cortantes refuerzos en acentos que el movimiento necesita. Muy buena realización del fugato posterior, donde se lució la cuerda, y donde se consiguió remarcar y resaltar cabezas de tema o episodios de importancia, fraseando González con destreza y amplitud.

Estupendamente diferenciados en el segundo movimiento (“Allegro commodo y flemático”) los dos temas principales, algo importante, porque Nielsen los engarza en todo el movimiento de múltiples y variadas formas, con lo que la peligrosa amalgama se evitó de forma muy rica y sabia. El staccato del segundo motivo se marcó de forma adecuada dando el pleno contraste, además de las importantes síncopas de violas que luego retoman otros instrumentos.

El tercer movimiento “Andante malincolico” comenzó de forma intensa y cálida con los violines primeros explotando muy bien la cuarta cuerda. Magnífica la entrada del oboe en un cuidado y conseguido cambio de clima, donde se lució el instrumentista sonando realmente bello, al igual que el corno ingles que le dio replica. Destacable el momento posterior con los amenazantes trombones en los instantes, quizá, con aire mas bruckneriano de toda la obra. Muy bonito el delicado clima conseguido por flauta y violines primeros a continuación creando el suficiente contraste de texturas.

El cuarto y último movimiento, “Allegro sanguineo”, es el más optimista de la sinfonía, y así quedo reflejado en el sincopado y exultante arranque inicial. El virtuosismo orquestal requerido fue debidamente expuesto por toda la orquesta, aunque los violines pudieran haber obtenido algo mas de punch en las rapidísimas corcheas. Sonó muy bien el motivo de flautas y violas, que también se lucieron en el pequeño fugato posterior. Suficiente cambio de clima previo a la eclosión final, donde orquesta y director consiguieron acabar la obra con la brillantez requerida. Gran obra, y gran trabajo de Pablo González y la Orquesta Sinfónica de Madrid. 

Haydn es ese compositor que queda de genio en las enciclopedias, pero que en la realidad es otro desconocido, teniendo en cuanta lo poco y mal que se programa, prácticamente reducida su presencia en nuestras orquestas a un escaso puñado de sinfonías con ‘nombrecito’ eso sí, como si las demás sinfonías que no lo tienen no fuesen también obras maestras. En este caso se ofrecía el Concierto en Re mayor para violoncello y orquesta, bastante menos frecuente que su hermano en Do mayor, quizá por su expuestísimo virtuosismo, o porque su autoría fuese durante mucho tiempo dudosa, siendo en tiempos atribuída a Anton Kraft, el cellista que estrenó el Triple Concierto de Beethoven. Para ello se contó con el solista de violoncello de la propia Orquesta Sinfónica de Madrid: Simon Veis, que realizó una encomiable labor solística. Con un sonido no muy grande, pero bello y uniforme, sorteó las mil y una dificultades de su parte, llena de posiciones con pulgar, notas rápidas, dobles cuerdas, y pasajes comprometidos y de una muy peligrosa transparencia. González y una orquesta muy reducida acompañaron perfectamente, con elegancia y con blandura en los ataques y finales de frase, y con el comedimiento debido para evitar tapar al solista en su desempeño.

El concierto se inició con la obra mas famosa y frecuentemente programada: Las travesuras de Till Eulenspiegel de Richard Strauss, que se inició bellamente con los aéreos y flotantes diseños de la cuerda, antes del famoso motivo de la trompa irreprochablemente realizado aunque falto de crescendo final. La orquesta quizá tardó un poco en calentar, y los ácidos ataques y sforzandi que ponen la característica sal gorda de la obra llegaron al principio un tanto romos, consiguiendo después despegar y exponer esplendorosos tutti. Se lucieron los instrumentos solistas, tanto la concertino con su impecable bajada cromática, como oboes, fagotes, y especialmente la solista de clarinete, que resaltó de forma brillantísima su característico motivo. Algo falta quizá de profundidad y sentido trágico la escena del juicio, y perfectamente realizadas las modulaciones de la cuerda, así como el piano antes del postrero tutti final, donde González consiguió llegar en volandas a toda la orquesta hacia su apoteósico final.

Foto: © May Zircus