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Lo profano

Rávena, 24/06/23. Ravenna Festival. Palazzo Mauro de André. Obras de Rimsky-Korsakov, Beethoven y Chaikovski. Orquesta Juvenil Luigi Cherubini. Yefin Bronfman, piano. Julian Rachlin, director musical. 

Rávena, 25/06/23, Ravenna Festival. Teatro Alighieri. Obras de diversos autores. The King’s Singers, voces.

 

Los perímetros de la memoria están hechos de sensaciones, y las sensaciones dirigidas por los sentidos. La vista prima en Las ciudades invisibles, se regodea en los territorios de jardines colgantes, barrios microscópicos y ciudadanos que a veces parecen insectos. Urbes laberínticas, de telaraña, proteicas, sinuosas o voluptuosas, concluyen y renacen en las pupilas que las diseccionan. La memoria del viajero es nuestra memoria y sus metrópolis las de nuestros amantes, nuestros afectos y nuestras querencias.

Prólogo de la edición argentina deLas ciudades invisibles de Italo Calvino.

 

El Festival de Rávena tiene este año como nexo de unión las sinergias que forman las diversas culturas que forman parte de su historia y que tiene un claro referente literario en la obra del gran Italo Calvino. Desde el proyecto “Le Vie dell’Amicizia”, que desde 1997 lleva a distintas ciudades que atraviesan crisis de todo tipo la música del Festival hasta la propia programación que se desarrolla en la ciudad, todo invita a la interculturalidad y la interconexión; a esas ciudades inventadas o fantásticas, a la arquitectura interior que forma la música, al entramado cuasi urbano que forman muchas de las propuestas. Dos de ellas tuve la oportunidad de disfrutar.

 La primera fue el concierto de Orquesta Juvenil Luigi Cherubini (columna vertebral sinfónica del Festival y fundada por Riccardo Muti) dirigida por Julian Rachlin, que también es un afamado violinista, y teniendo como invitado al pianista Yafim Bronfman. El programa comenzó con un guiño a las ciudades fantásticas, de cuento, de las que tanto nos habla Calvino. Se trataba el Preludio de la ópera de Nikolai Rimski-Korsakov La leyenda de la ciudad invisible de Kítezh, la penúltima del compositor. Un gran cocktail de fuentes inspirativas diversas conforma esta composición que tiene su origen primigenio en una leyenda eslava. El indudable impulso wagneriano de estas últimas obras de Rimski se pudo apreciar en la interpretación de Rachlin, gran conocedor de este repertorio y que optó por una visión lenta, creando un aire fantástico y ensimismado que es perfecto para este Preludio. Desde el primer momento Yefim Bonfman se hizo con el mando del 4º Concierto para piano y orquesta de  Ludwig van Beethoven con el amable beneplácito de Rachlin, consciente que el pianista (que es poseedor, si no me equivoco, de tres nacionalidades: la rusa, la israelí y la estadounidense, ¿se puede encajar más en la idea de diversidad que impera en el Festival?) es un consumado intérprete del genio de Bonn. Ya en los primeros compases quedó claro que íbamos a escuchar una versión centrada en “la verdad” de la música, alejada del efectismo, de los juegos virtuosos.

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Bronfman nos entregó un concierto transparente, cristalino, original, no con la pátina que ha ido acumulando la obracon las cientos de interpretaciones que se han dado. Buscando esos orígenes el sonido fue de una belleza exquisita, pero casi monacal, sencilla pero a la vez, grande porque el Cuarto es uno de los conciertos más impresionantes de Beethoven. Como decía, Rachlin, sabiamente, fue un acompañante, un apoyo a la labor del pianista y la orquesta un excelente complemento a un piano extraordinario.

La segunda parte la ocupaba la Cuarta Sinfonía de Piotr Ilich Chaikovski, una obra marcada por su relación con Nadezhda von Meck, mujer que fue su mecenas y muy influyente en la vida del compositor ruso, que tiene entre sus características que sus sentimientos impregnan su obra. Esto es evidente en esta sinfonía en la que  desde el primer movimiento podemos ver en palabras del propio Chaikovski que “la desesperación y el desencanto se agigantan… al fin nos vence un dulce y tierno sueño que, poco a poco, se adueña del alma; pero era solo un sueño, y el Destino no hace despertar. De suerte que la vida es una alternancia persistente de la dura realidad con sueños que se desvanecen, y un aferrarse a la felicidad.” Julian Rachlin, que dirigió de memoria la sinfonía, supo buscar esa fuerza sentimental, esa pasión que conlleva esta pieza y trasladarla a sus músicos que con entrega realizaron una espléndida interpretación. Una lectura la del director lituano que demostró el conocimiento del repertorio romántico ruso encontrando la belleza subterránea que recorre las notas, más allá de la superficialidad  y el efectismo que muchos solamente ven en estas últimas sinfonías de Chaikovski. 

The King’s Singers, que ofrecieron un concierto en el recoleto Teatro Alighieri el  domingo, 25 de junio, es uno de los  grupos a capella más apreciados a nivel internacional. La música a capella ha formado parte del canto, tanto en su aspecto sacro como profano, desde el principio de los tiempos. Por eso su inclusión en Ravenna Festival (hay otros dos grupos programados este año) resulta particularmente interesante, porque si hay algo que une a los pueblos, a las diversas ciudades reales o fantásticas, es la voz humana. La voz humana se reivindica por sí sola pero también por la imitación de otros instrumentos o de la voz de animales. Los King’s Singers presentaron una propuesta ejemplar. La primera parte estuvo dedicada a canciones cuyo eje principal fueron temas en los que los pájaros, esos animales que tanto han rivalizado con el hombre por romper el silencio de la naturaleza, eran los protagonistas.

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El enorme nivel del grupo se constató en verdaderas joyas vocales que fueron desde grupos pop como Fleetwood Mac o The Beatles (preciosa versión de Blackbird) hasta compositores clásicos como Schubert, Ravel o Poulenc, pasando por la música vocal de los siglos XVI y XVII o la versión de Huw Watkins del precioso poema de Shakespeare The Phoenix and the Turtle. Acabó esta primera parte con una maravillosa sorpresa: la hermosa y divertida The Musicians of Bremen del compositor contemporáneo inglés Malcom Williamson. La segunda parte fue más ecléctica y en las distintas canciones pudimos ver la increíble versatilidad de la voz humana y la conjunción y la atracción casi hipnótica que consiguieron Patrick Dunachie, Edward Button, Julian Gregory, Christopher Bruerton, Nick Ashby y Jonathan Howard. 

Pudimos escuchar desde un estupendo arreglo de Cielito lindo que les hicieron en su gira por México, pasando por la versión de Oh I Can’t Sit down de la ópera Porgy and Bess de George Gershwin o de la conocida y emotiva The Oak and the Ash, una canción tradicional inglesa, para llegar a un Vuelo del moscardón de Rimsky-Korsakov digno de un tony a la mejor interpretación. Porque los King’s Singers no conciben cantar sin expresarse con su cuerpo, con sus movimientos, con los gestos que unen a sus voces. El esfuerzo y el buen hacer del grupo lo supo agradecer un público totalmente entregado a este espectáculo tan llamativo.

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Fotos: © Zani Casadio y Luca Concas