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La combinación perfecta

Hamburgo. 03-04/09/2024. Elbphilharmonie. Obras de Mendelssohn, Mahler, Adams, Rajmáninov, Stravinsky y Puccini. Pittsburgh Symphony Orchestra. Anne-Sophie Mutter, violín. Yefim Bronfman, piano. Manfred Honeck, dirección musical.
 
En el marco de su gira bienal por Europa, la Pittsburgh Symphony Orchestra y su director titular Manfred Honeck han recalado en la Elbphilharmonie de Hamburgo con dos citas sumamente atractivas, tanto por el exigente repertorio propuesto como por los solistas reunidos, la violinista Anne-Sophie Mutter y el pianista Yefim Bronfman.
 
Manfred Honeck lleva al frente de la Sinfónica de Pittsburgh década y media, desde el año 2008 y con un contrato en vigor que se extiende hasta la temporada 27/28, con la idea así de completar una larga titularidad de veinte años de duración, algo verdaderamente histórico y un tanto inédito hoy en día. Lo cierto es que el encaje entre Manfred Honeck y la Pittsburgh Symphony depara una mixtura sobresaliente: a la energía de la formación norteamericana se une el refinamiento del maestro austríaco, la a entrega del conjunto de Pensilvania se añade la precisión de la batuta; potencia y estilo en fin, la combinación perfecta. Juntos, no en vano, han fraguado una discografía imponente que se sigue ampliando, recientemente con su grabación de la Novena sinfonía de Bruckner.

El repertorio escogido para esta gira era sumamente exigente: el Concierto para violín de Mendelssohn, la Sinfonía no. 5 de Mahler, Short Ride in a Fast Machine de John Adams, el Concierto para piano no. 3 de Rajmáninov, El pájaro de fuego de Stravinsky y un arreglo sobre Turandot de Puccini, obra del propio Manfred Honeck junto a Tomáš Ille. Un verdadero tour de force.

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Por lo que hace a los solistas congregados, por un lado sigue impresionando la capacidad de Anne-Sophie Mutter para encontrar y recrear un sonido propio, genuino, de enorme presencia, penetrante y con relieve. Por descontado, la violinista alemana es además una intérprete afanada e intensa, delicada, capaz de trasladar las más variadas emociones. Asombra en ella, recién revasados los sesenta años de edad, la pasmosa solvencia técnica y el dominio del estilo, de un modo tal que haría palidecer a más de un violinista emergente todavía hoy en día. Impresionante. Como propina, junto a Honeck y su orquesta, ofrecieron el famoso tema de la banda sonora de La lista de Schindler, obra de John Williams, íntimo amigo de la propia Mutter como es bien sabido. 

Yefim Bronfman es un pianista con aplomo, una garantía de seguridad y solvencia en el teclado, y lo cierto es que sigue paseándose por el gran repertorio con suma naturalidad. El Tercero de Rajmáninov ha sido una de sus especialidades desde lo más temprano de su trayectoria. No en vano lo grabó en Sony con Esa-Pekka Salonen allá por 1990, en uno de sus primeros registros con orquesta. En esta ocasión, y en plena sintonía con Honeck y su formación, Bronfman volvió a demostrar que no se esconde, que quizá sus dedos no son ya tan frescos y ágiles como antaño, pero que el conocimiento de la obra es profundo y evidente. Un gran profesional, en suma.
 
En el acompañamiento a ambos solistas, Honeck hizo gala de un conocimiento profundo y esmerado de la acústica de la sala, la ya célebre Elbphilharmonie de Hamburgo, un lugar donde es realmente posible abundar en pianissimi de una sutileza extrema pero de gran relieve y nitidez. Esto fue posible especialmente en el caso de la partitura de Mendelssoh, que sonó como un guante aterciopelado al servicio de la exhibición de Mutter.
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Durante los dos exigentes programas, en la dirección de Manfred Honeck encontré madurez, un profundo conocimiento del repertorio, un gesto nítido y estilizado y una actitud gentil y exigente al mismo tiempo. El resultado es una interpretación con carga emocional y relieve teatral, y al mismo tiempo con una idea meditada y cuidada del sonido, todo suena exactamente como el director austríaco querría que sonase, con una Sinfónica de Pittsburgh que se pliega a sus exigencias con entrega. 
 
Es evidente que Honeck ha logrado cincelar la orquesta su medida, articulando una maquinaria que responde al instante y al milímetro a sus indicaciones. Pude disfrutar de un largo ensayo, en la antesala del segundo de estos conciertos, en el que también repasaron casi de cabo a rabo la Sinfonía no. 1 de Mahler, otra de las obras que han llevado en esta gira por Europa y con la que terminarán estos días en Viena. La flexibilidad con la que los atriles de la Sinfónica de Pittsburgh se acoplaba a los requerimientos de Honeck fue admirable.
 
En conversación para una entrevista que publicaré con él próximamente en estas páginas, Manfred Honeck me confesaba lo importante que es para él la tradición. Pero no un sentido cargado de ideología, no como una suerte de conservadurismo sino como un conjunto de hábitos, referencias y modos de hacer que conforman la idiosincrasia de cada obra y de cada autor. Y eso es precisamente lo que me maravilló de su Quinta de Mahler, tremendamente vienesa, refinada y sarcástica, contundente pero con mil filigranas, llevada a término con un fraseo envolvente y una tremenda autoridad estructural. 
 
Del resto de piezas interpretadas destacaría también la descollante versión de El pájaro de fuego de Stravinski, donde los metales del conjunto de Pittsburgh destaparon el tarro de las esencias con una ejecución verdaderamente virtuosa. Igualmente, es digna de elogio la partitura con arreglos de Turandot de Puccini, una suerte de 'Anillo sin palabras' de Wagner al modo que Lorin Maazel -titular por cierto de la Sinfónica de Pitsburgh entre 1984 y 1996- lo propuso en su día pero esta vez en torno a la última ópera del genio de Lucca. El arreglo reealmente funciona muy bien, es electrizante, lírica y extrae lo mejor del tejido sinfónico de esta paritura tan colorista.
 
Sin duda fue el broche perfecto a esta dos jornadas en la Elbphilharmonie de Hamburgo, regadas con generosas propinas por parte de la Pittsburgh Symphony y Manfred Honeck. El primer día disfrutamos del vals del barón Ochs en el arreglo del propio Honeck sobre Der Rosenkavalier de Strauss; y en la segunda velada se ofreció primero 'La mañana' de Peer Gynt de Grieg y después una sobresaliente ejecución de la 'Muerte de Tybalt' de Romeo y Julieta de Prokófiev. Una auténtica fiesta.
 
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Fotos: © Daniel Dittus