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Hecho en Francia con tecnología alemana 

Aix-en-Provence (10/07/2023) Teatro del Arzobispado. Weill. L’Opéra de quat’sous. Troupe de la Comédie-Française. Ensemble Le Balcon. Thomas Ostermeier, dirección de escena. Maxime Pascal, dirección musical.

El Festival de Aix-en-Provence se abrió el pasado 4 de julio con el estreno de la versión francesa de Die Dreigroschenoper (La ópera de los cuatro cuartos –elijo esta entre las varias versiones del título en español–), definida por sus autores, Kurt Weill (música) y Bertold Brecht (texto) (en colaboración con Elisabeth Hauptmann) como “Una pieza con música en un preludio y ocho cuadros”. Es la gran apuesta de Pierre Audi, director del Festival, de colaboración con una de las instituciones más prestigiosas de Francia: la Comédie-Française. Una colaboración que ha tenido sus luces y sus sombras. La obra ha perdido en su traducción completa al francés, aparte de la esencia del idioma en el que se escribió, su aire más underground, barriobajero, esa esencia del Londres marginal que hereda de su referencia histórica The beggar’s opera (estrenada 200 años antes que L’Opéra de quat’sous, en su traducción francesa).

Para contar el argumento de la ópera me permito citar un creo que claro y certero texto de Manuel Cerdá: “La acción transcurre en Londres, en plena época victoriana. Peachum, el rey de los mendigos, y Mackie Messer (Mackie el Navaja), un gánster con pocos escrúpulos, son sus principales protagonistas. Ambos dirigen su actividad criminal con la profesionalidad que se le supone a cualquier hombre de negocios; lo suyo, al fin y al cabo, es una empresa, una empresa que, además, genera importantes beneficios. Peachum es el jefe de la sociedad Amigo del mendigo y sigue cuidadosamente los principios de la mercadotecnia para que el negocio funcione lo mejor posible. Así, vigila que su apariencia sea lo suficientemente mísera para despertar la conmiseración de la gente. Y le va de maravilla, es prácticamente imposible mendigar en Londres sin una licencia suya, a cambio de la cual, obviamente, sus beneficiarios entregan a este la mayor parte de sus ingresos. Al tiempo que Peachum controla la mendicidad, el gánster Mackie el Navaja es el dueño del hurto callejero y el robo. Es un acuerdo al que ambos llegaron en su día que se romperá cuando Polly, la hija de Peachum, se casa con Mackie. Peachum no está de acuerdo con la boda; como buen hombre de negocios que es, sabe que el matrimonio de una hija no deja de ser una transacción. Decide entonces sacar partido del hecho, no lo consigue y denuncia  a su yerno, que acaba en la cárcel. En el último momento, no obstante, la reina indulta a Mackie, le da un título nobiliario, le regala un palacio y le da una renta vitalicia. Ha triunfado la injusticia”.

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Pero también hay que destacar que esta versión francesa ha bebido de las fuentes originales de la composición (cambiada en distintas ediciones) e incorpora una canción nueva Pauv’ Madam Peachum escrita en 1937. Además, un espectáculo de dos horas y cuarenta minutos que no tiene un descanso, al final se hace pesado y precisamente los asientos del Teatro del Arzobispado no son lo que se dice cómodos. La puesta en escena, muy centrada en la comunicación con el público (muchos momentos te hace pensar en una stand up inglesa), como si los protagonistas contaran la historia y luego la representaran. También hay exceso de comicidad demasiado vista, sin la doble intención con la que fue escrita, sobre todo en la primera parte. Pero el espectáculo está bien montado, basado en varias estructuras metálicas y en unos paneles con videos que dan un toque colorista y gráfico (muchos de los diálogos tienen su reflejo en ellos) que crean un ambiente entre expresionista y dadá, muy adecuado a la ópera. El trabajo actoral es bueno, sin ser deslumbrante y pese a ser los protagonistas reputados actores, en el escenario su trabajo no acaba de encajar. Y es que entre la burla y la sutil crítica y el histrionismo hay una frontera fina, pero muy visible.

Vocalmente L’Opéra no requiere grandes voces pero sí un ambiente de cabaret, de jazz, de local de dudable reputación en el Londres victoriano. Las voces femeninas, en general, estuvieron a gran nivel, especialmente Marie Oppert (Polly Peachum) que cantó un memorable Jenny, la filibustera. También destacó Véronique Vella como Celia Peachum, una voz que ya no está en su mejor momento pero que le da verdadero sentido a todos sus números y que convence plenamente al público. Muy bien también la Jenny de Elsa Lepoivre y la Lucy de Claïna Clavaron, ambos personajes antiguas amantes del protagonista. Más floja la parte masculina del elenco donde destacó más bien por lo inadecuado el Macheath de Birane Ba, con una voz que ni con la ampliación que se aplicó a toda la obra, resultó convincente. Mejor en todos los sentidos, aunque sobreactuado en muchos momentos, el Peachum de Christian Hecq. Adecuados el resto de personajes. 

La música de Weill, denostada en algunos círculos, es realmente adictiva, llena de influencias mezcladas con pericia por el compositor que es capaz con todas ellas de crear un estilo propio y que, sobre todo, refleja una época, una sociedad, un momento histórico irrepetible como fue el Berlín de entreguerras. Impecable la dirección de Maxime Pascal al frente de su conjunto Le Balcon. Su trabajo y el del ensemble en el foso fue, sin duda, lo mejor de toda la representación por su fidelidad a la partitura, por la conexión con el escenario y por ser un servir y admirar la música de Weill y, como no, el texto de Brecht. Y es que por mucho que se cante o recite en otro idioma, indudablemente esta ópera es alemana.

Foto: © Jean-Louis Fernandez