Disfruta y cambia la vida
Donostia. 13/09/2023. Auditorio Kursaal. Gustav Mahler: Sinfonía nº 2, Resurrección en do menor. Miren Urbieta-Vega (soprano), María José Montiel (mezzosoprano), Orfeón Donostiarra y Euskadiko Orkestra. Dirección musical: Ramón Tebar.
Permítaseme comenzar por justificar el título de esta reseña. El concierto del Kursaal, como todo el Festival RenHacer 2023, está organizado por la Fundación Columbus y el objetivo tanto de este concierto como del resto –más tarde haremos una breve sinopsis de los mismos- es recaudar dinero con el objetivo de que, copio literalmente, con la recaudación se realizará un ensayo clínico de vanguardia en Gipuzkoa para la enfermedad rara SPG50.
Así, el lema que circunscribe todo el Festival RenHacer es, precisamente, disfruta y cambia la vida de menores con enfermedades raras. Los que tenemos la suerte de no saber qué supone vivir tal circunstancia no podemos sino reconocer a aquellos que tratan de dar a estos chavales una vida mejor; eso sí, y sin ánimo de vacuas polémicas, nunca dejará de extrañarme que tenga que ser la iniciativa privada en general y las personas afectadas en particular los que tengan que impulsar –en este caso- un ensayo clínico de vanguardia y no sean las instituciones públicas.
Este festival se desarrolla entre el 13 y el 16 de septiembre y el concierto que nos ocupa ha sido, precisamente, quien ha abierto el mismo. Le acompañaran en los próximos días conciertos de cámara, líricos y la repetición de este mismo por lo que con la Quincena Musical recién terminada la capital guipuzcoana ha podido disfrutar, de nuevo, de un gran concierto sinfónico-coral, con el protagonismo de la música de Gustav Mahler.
Desde luego que los mahlerianos no tendrán/tendremos queja alguna. Últimamente su música aparece programada por doquier y si apenas hace un mes vivíamos la colosal octava sinfonía, en apenas dos semanas tendremos como inauguración de la temporada de abono la tercera sinfonía y antes de fin de año, la primera. Así pues, sobredosis de Mahler que habrá quien lo agradezca y habrá quien sienta sufrir de empacho.
La Sinfonía nº 2, Resurrección, de Mahler es, sencillamente, colosal, tanto en la disposición de los efectivos como en la trascendencia de su música. Y creo es de justicia reconocer que el protagonista del concierto fue la batuta encargada de llevar a buen puerto semejante transatlántico, a saber, el director valenciano Ramón Tebar.
Pocas veces hemos podido disfrutar de tal claridad de líneas. A pesar de los momentos puntuales de agobio que produce la música de Mahler en el desarrollo de la obra todas y cada una de las familias orquestales se escuchaba con claridad meridiana, estaban perfectamente delineadas y desde nuestra butaca podíamos disfrutar de cada uno de los múltiples matices que la obra ofrece. Una versión en la que cada movimiento quedó muy bien diferenciado; así el Totenfeier inicial tuvo la rigurosidad y solemnidad necesarias; muy expresivo el tercer movimiento, In ruhig fliessender Bewegung, quizás el más emocionante; aplastante el último, con todos los efectivos participando de la fiesta musical.
Es sabido que los dos últimos contienen la participación de la voz humana y todos los intervinientes estuvieron a la altura de las circunstancias. La soprano guipuzcoana Miren Urbieta-Vega, que ya nos deslumbró con su única frase en la citada octava enseñó una vez más una voz carnosa, voluminosa y muy bien proyectada mientras que la madrileña María José Montiel, en un inicio algo apocado, quedó a otro nivel en su lied del cuatro movimiento y mejor en su breve intervención final.
Los pianissimi del Orfeón Donostiarra son legendarios pero, curiosamente, lo que más me impactó en este concierto fue su forte, ¡Lo que ha perecido, resucitará! muy bien declamado por la sección masculina. En cualquier caso ya sabemos que en esta obra –y en tantas otras- esta agrupación es sinónimo de calidad.
El Kursaal presentaba una buena entrada, unos tres cuartos del mismo aproximadamente y el próximo sábado, 16, se repetirá la misma obra en el Santuario de Arantzazu, en Oñati. No niego que hubiera sido más apetecible vivir esta experiencia musical en un lugar tan emblemático pero por mucho que escuchemos a Mahler, aun no hemos conseguido el don de la ubicuidad.
Una lástima que no se adjuntara la traducción de lo cantado. Sin embargo, y en resumen, un concierto precioso, un objetivo noble, una respuesta popular exitosa y sensaciones de emoción al final de un concierto que, con semejante obra, nunca puede dejar indiferente a ningún melómano.