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A su servicio, Herr Mahler

Madrid, Auditorio Nacional de Música. 2 junio 2025. Gustav Mahler, Sinfonía nº2 en do menor “Resurrección”. Serena Sáenz, soprano. Fleur Barron, mezzosoprano. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, Coro de Radio Televisión Española, Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid. Alondra de la Parra, directora.

La Segunda sinfonía de Mahler se está convirtiendo en un elemento recurrente de los programas orquestales. Está alineada con la sensibilidad actual y pone a prueba las capacidades de las orquestas. Cuando se interpreta correctamente, nos sumerge en un viaje espiritual de una intensidad emotiva como pocas otras obras del repertorio. Desafortunadamente, es también una obra que invita a la exhibición y al exceso, y en demasiadas ocasiones hemos visto cómo la arrogancia y el afán de protagonismo de algunos directores de renombre han arruinado la experiencia. Todo lo contrario de lo que ha hecho la directora Alondra de la Parra al frente de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), que el pasado lunes ofreció una de las interpretaciones más auténticas y estremecedoramente emotivas que recuerdo.

De la Parra se aproxima a la obra no tanto con la intención de dejar la huella de su genialidad, sino, sencillamente, de desplegar todo el potencial de la partitura de Mahler. Y lo hizo incluso antes de empuñar la batuta, en una detallada charla introductoria en la que, desde la humildad y la admiración al compositor, aclaró los puntos clave para que el público no experto pudiera sumergirse en las entrañas de este universo sonoro.

La mexicana dirigió sin excesos, sin dejarse arrastrar por las muchas trampas de grandilocuencia que encierra la partitura. Se adivina un trabajo de preparación sólido con la orquesta, que se tradujo en una textura musical equilibrada, donde apenas sobresalieron los instrumentos solistas, siempre al servicio de una expresividad conjunta. El volumen fue contenido, sin buscar efectos fáciles de decibelios. El fraseo, delicado y expresivo, sostuvo en todo momento una tensión subterránea que impulsó la narrativa existencial de vida y muerte que recorre la obra. Y todo esto se escucha, pero también se percibe en la mirada: a través de una dirección con lenguaje corporal de mínimos, lejos de los excesos teatrales y compulsivos de otros directores estrella.

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El resultado fue una interpretación que arrastra, de la que es difícil apartar la atención, y que potenció con sabiduría los elementos más característicos de cada uno de los movimientos. La terribilidad tensa del funeral inicial nos convenció de que, efectivamente, nos estábamos adentrando en un asunto metafísico. Adaptando la voluntad del compositor, De la Parra introdujo una pausa de varios minutos tras el primer movimiento, algo difícil de sostener para el público contemporáneo, pero que, gracias a su carisma musical y personal, funcionó como ejercicio de entrega colectiva a la ceremonia.

El segundo movimiento destacó por la belleza y elegancia del fraseo, entrelazado con algunas notas de oscuridad pertinentes. El sinsentido de la existencia se hizo patente en la circularidad recurrente de las maderas en el tercero, que, bien mezcladas en otros grupos instrumentales, desplegaron magistralmente el abanico de contradicciones que vertebran este movimiento: el humor, el terror, lo banal, lo grotesco y ese grito climático de desesperación que, en sus manos, sonó también paradojamente luminoso.

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Con la luz prístina de Urlicht y la voz de la mezzosoprano Fleur Barron, nos asomamos al consuelo. La voz de esta cantante tiene buena proyección y un bello y oscuro timbre que, potenciado por un vibrato a veces excesivo, dio a este movimiento un carácter religioso de piedad y penitencia. Entregados a su lectura —basada en la mesura, el control y la minuciosidad en el mensaje—, Alondra de la Parra jugó su carta sorpresa: solo entonces, en el movimiento final, soltó las riendas, chasqueó el látigo, y dejó volar la potencia de la orquesta hacia el desenlace resolutivo. No fue solo volumen para los estallidos y clímax fallidos, sino también un incremento de nervio en unas medias voces que cargaron de tensión incluso los silencios. 

La soprano Serena Sáenz empastó bien en mensaje, timbre y carácter con su compañera. El trabajo de los coros fue solvente en los pianos y medias voces, aunque no del todo a la altura del resto de los músicos. Afortunadamente, se reivindicó en la explosión de esperanza final, acompañando a una orquesta en estado de gracia.

Probablemente, este concierto haya sido una de las mayores sorpresas de una temporada musical llena de excelentes momentos. Con seguridad, honestidad, sin excesos, y, sobre todo, con una extraordinaria vocación de servicio a la partitura, Alondra de la Parra nos ha ofrecido una de las interpretaciones más auténticas que recuerdo de esta obra; una lectura impecable de su esencia. Ojalá este magnífico hacer se mantenga con una integral de Mahler que parece estar planeada para los próximos años. Si este es el nivel que pueden ofrecer, no deberíamos perdérnosla.

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Fotos: © David Mudarra