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La emoción

Zúrich. 20/09/2023. Opernhaus. Puccini. La rondine. Ermonela Jaho (Magda), Benjamin Bernheim (Ruggero) Sandra Hamaoui (Lisette), Juan Francisco Gatell (Prunier), Vladimir Stoyanov (Rambaldo). Coro de la Ópera de Zúrich. Orquesta Filarmónica de Zúrich.. Dirección de escena: Christof Loy. Dirección musical: Marco Armiliato.

Hay incógnitas en el mundo de la ópera que siguen sin resolverse. Para mí una de ellas es cómo obras que me parecen de gran calidad pasan escasamente por los escenarios operísticos. En cambio se siguen programando una y otra vez títulos de menor interés pero, supuestamente, de mucho tirón para el gran público. Realmente uno no se lo explica. Y mucho menos después de ver y oír la producción de la Ópera de Zúrich de La rondine (La golondrina), esa maravillosa joya que creó Giacomo Puccini y que tan cara es de ver representada en un teatro.

Diversos e interesantes son los avatares de la creación y composición de La rondine. No son lugar estas líneas para hacer un repaso de ellos, pero invitaría a las personas interesadas que indagaran sobre el tema porque se mezclan aspectos políticos y musicales curiosos y atractivos para los amantes de la historia operística. Sólo recordar que en un primer proyecto la obra iba a ser una opereta para el público austriaco y eso, pese al resultado final, plenamente operístico, sigue impregnando la composición, que tiene referencias musicales que van desde el fox-trot hasta el one step pasando por el tango. Una composición llena de momentos sublimes, con toques que nos recuerdan otras obras del autor, con ese sello pucciniano tan especial y maravilloso. Algo al alcance de muy pocos. El libreto nos puede recordar a La traviata verdiana (de hecho ha recibido el apodo de “La traviata de los pobres”) pero la historia entre una joven “mantenida” en el rutilante París y el típico burgués francés de provincias poco versado en mujeres, se ve liberada de su lado más trágico y tremendista, y aún siendo igual de dura emocionalmente que la historia verdiana, resulta más natural, menos forzada, como si los personajes aceptaran su destino porque la vida es así, para lo bueno y para lo malo. 

Hablaba de emoción y así he titulado mi crónica. Y es que desde que salí de la Opernhaus de Zúrich tuve la idea, quizá poco canónica, de hacer partícipe a los lectores de ese sentimiento tan personal que sentí (y creo que sintió gran parte del público por su reacción, puestos en pie en cuanto cayó el telón) en la última escea de la ópera. Puntuales veces he tenido la experiencia que me pasó esa tarde. Ese tsunami que viene del escenario y el foso e invade desde la fila uno del patio de butacas hasta la última localidad de paraíso. Una Emoción, con mayúsculas, fruto de la conjunción de una música excepcional, unos cantantes en estado de gracia y un director que es un auténtico maestro en este repertorio. El dúo final donde los enamorados Magda y Ruggiero se tienen que separar porque su amor no es posible conmovió a todo un teatro, porque Ermonela Jaho, Benjamin Bernheim y Marco Armiliato lo dieron todo para que el público sintiera esa sensación inolvidable. Aún ahora, escribiendo estas líneas, y aunque resulte poco adecuado decirlo, siento esa emoción, esa lágrima fácil, esa piel de gallina, ante la belleza de ese momento, ante el arte de Puccini y ante la inmensa calidad de tres intérpretes excepcionales. 

Y es que la obra que ha abierto la nueva temporada de la Ópera de Zúrich ha sido un rotundo éxito. Para su primera representación en tierras suizas, La rondine, ha contado con una excelente y austera producción de Christof Loy, muy teatral, utilizando la misma escenografía (un gran salón con otro más pequeño al fondo del escenario), algo modificada, para los tres actos, con un acertado y elegante vestuario que sitúa la acción a finales de los años 50 o principios de los 60 del pasado siglo y con un planteamiento que basa todo en la dirección de actores. Loy es fiel al libreto y sólo le da un toque personal al resaltar con ese movimiento actoral la dureza de la sociedad, que sigue primando las apariencias a los sentimientos, que aprecia más el que dirán que el vivir cada uno su vida, sea quien sea. Y, consecuentemente la soledad, sobre todo de la protagonista. Esa mujer que piensa en un futuro que nunca llegará porque le lastra un pasado que no puede cambiar. 

Y quien mejor que una actriz como Ermonela Jaho para transmitir todas las pasiones que encierra Magda. He dicho actriz, sí, porque además de ser una cantante excepcional Jaho es una actriz espectacular, que en los papeles puccinianos se crece y nos hace sentir cada pensamiento del personaje. Se crece como intérprete escénica y nos lleva al éxtasis con su voz. No voy a comparar, pero cuando la cantante albanesa canta Puccini te olvidas absolutamente de todo. Sólo sientes, se nota cada agudo perfectamente proyectado, cada media voz que casi parece un milagro, sutil, bella, emocionante (siempre la emoción por medio). Todo lo cantó perfecto, desde Chi il bel sogno di Doretta o Forse, come la rondine, del primer acto  pasando por todos los dúos y especialmente el ya nombrado del tercer acto.

Fue un trabajo sublime y, como siempre, sientes una suerte enorme de oír a esta gran cantante. Espectacular también el trabajo de Benjamin Bernheim como Ruggiero. Hasta el segundo acto casi no lo oímos pero a partir de ahí se disfrutó de su voz potente, bien proyectada y bella, de agudo fácil y espectacular. Si en ese segundo acto, más coral, se lució comenzando ese precioso coro que es Bevo al tuo fresco sorriso, triunfó totalmente en el aria que abrió el tercer acto Morire? … E chi lo sa qual è la vita! que, en versiones posteriores, Puccini trasladó al primer acto con una letra más alegre (Parigi e la citta dei desideri). Morire? fue solo la muestra de lo que sería un acto musicalmente perfecto de los dos cantantes. 

Juan Francisco Gatell bordó su papel del poeta Prunier. Estuvo perfecto vocalmente, con un agudo bien resuelto y un estilo totalmente pucciniano y fue un buen actor. También a un gran nivel de Sandra Hamaoui como Lisette, la sirvienta de Magda y amante de Prunier. Las agilidades que la exige la partitura las resolvió con facilidad y buen hacer y resultó convincente como actriz. Vladimir Stoyanov, bien conocido en España, sobre todo en las temporadas de ABAO, cumplió sin problemas como Rambaldo, el mantenedor de la protagonista. Excelentes el resto de comprimarios, sobre todo las tres amigas de Magda (Yuliia Zasimova, Meeta, Raval y Siena Licht Miller). Gran desempeño del excelente coro de la Ópera de Zúrich que volvió a demostrar su altísimo nivel, más cuando tiene un excelente director en el foso).

Ese foso, ese escenario que dominó con maestría increíble Marco Armiliato, una vez más fue el triunfador orquestal de una noche mágica. Pocos directores dominan este repertorio con tanta clase. Su Puccini es alegre sin ser chabacano, dramático cuando es necesario, atento a los detalles y elegante, muy elegante, especialmente en una partitura con tintes straussianos como es la de La rondine. Hubo una conexión extraordinaria entre foso y escenario y supo poner en valor esta obra que, no paro de recordarlo, merece una mayor proyección de la que se le da. A sus órdenes una formación de campanillas como la Filarmónica de Zúrich que sonó como un sólo instrumento, compacta, perfectamente metida en el mundo de Puccini. 

Una representación inolvidable de una de mis óperas favoritas, como ha quedado claro en esta crónica en la que la emoción siempre ha primado, aunque también intentando que mis gustos personales no interfirieran demasiado. No sé si lo habré conseguido.