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Sin cerrar el círculo pucciniano

Oviedo. 07/10/2023. Teatro Campoamor. G. Puccini: Il tabarro / Gianni Schicchi. Beatriz Díaz (Giorgetta / Lauretta), Ana Ibarra (Frugola / Zita) Azer Zada (Luigi / Rinuccio), José Antonio López (Michele / Gianni Schicchi), Miguel Ángel Zapater (Talpa / Simone) y otros. Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Director: Pablo Moras), Orquesta Oviedo Filarmonía. Paul-Émile Fourny, dirección de escena. José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.

La segunda propuesta de la temporada 23/24 de la Ópera de Oviedo tenía su punto de interés porque Il tabarro y Gianni Schicchi son títulos atractivos que no son los que más se prodigan entre los que componen el monumental corpus operístico del de Lucca. No es difícil de entender que, aunque solo sea por pedir, lo suyo hubiera sido disfrutar de Il trittico completo porque, de hecho, Il trittico tiene sentido absoluto cuando se disfrutan las tres óperas y en consecuencia, los tres sentimientos que a través de ellas se expresan, de forma consecutiva: la desesperanza de la resignación en el primer título; la redención tras el injusto castigo de la segunda; y la alegría del inteligente burlón que sabe sacar beneficio de cualquier situación en la obra que cierra el tríptico.

Pero lo mismo que la organización entenderá esta consideración nosotros podemos asumir que unir a los dos propuestos un título de tantos solistas como Suor Angelica exigía tanto tener una cantante notable para encarnar la protagonista como tener que ampliar el presupuesto general por el sustancial aumento del número de solistas femeninas, así que conformémonos con lo que tenemos entre manos, que no es poco.

Il tabarro es un drama brutal que responde a todos los estereotipos del verismo: matrimonio roto, celos, amante y violencia. Además, exige en los tres protagonistas voces anchas, de carácter dramático, que sepan responder de forma adecuada a las exigencias de la partitura y aquí es donde surgieron los problemas. José Antonio López mostró unas primeras frases dubitativas para luego, en la segunda parte de la obra ser capaz de responder a su Michele de forma más adecuada y terminar con la entereza suficiente, haciendo creíble el personaje de marido implacable. Beatriz Díaz tuvo que lidiar con el temor de la esposa frustrada y sus intenciones fueron buenas aunque los agudos estuvieran algo forzados. El que estaba fuera de lugar era el tenor azerí Azer Zada, impotente ante la partitura y prisionero de una voz pequeña, blanquecina e inaudible en el Campoamor. Sus frases en el Hai ben ragione eran pura impotencia.

Los veteranos Miguel Ángel Zapater y Josep Fadó dieron empaque a sus breves apariciones y Ana Ibarra volvió a demostrar que no hay papeles pequeños sino artistas grandes. Su Frugola se oía como un cohete al ser dueña de una voz bien proyectada. La puesta en escena de Paul-Émile Fourny buscaba la literalidad de un París anunciado por la proyección de la imagen trasera de la catedral y hacía desarrollar toda la acción en un escenario oscuro, al nivel del drama. En definitiva, una propuesta sencilla aunque eficiente. Muy bien la batuta precisa y contundente de Pérez-Sierra. 

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Tras el pertinente descanso dimos un gran giro hasta la Florencia medieval para disfrutar de Gianni Schicchi, una píldora de optimismo que tras la obra anterior servía para equilibrar el estado de ánimo. Aquí también Paul-Émile Fourny apostaba por un escenario único aunque en este caso, abarrotado de accesorios prestos a utilizar durante la representación. Hubo detalles escénicos bonitos, como el uso simulado del micrófono en la escena de las tres mujeres junto a un grupo instrumental jazzístico muy bien coordinado –impecable Zapater al contrabajo- con otros más bien irritantes como el “baile” de los tres hombres en la escena siguiente, con una coreografía que no se aceptaría ni en una función de fin de curso de primaria. ¡Qué empeño tienen algunos en tratar de mover a quien no ha nacido para ello! 

José Antonio López tenía el reto de hacernos sonreír, lo que no es poco, y aunque como actor estaba algo limitado, vocalmente le escuchamos más solvente que en la obra anterior. Beatriz Díaz estuvo más contenida y en su celebérrimo Oh, mio babbino caro! enseñó un detallado fraseo y adecuada intención. Azer Zada demostró que era un Rinuccio metido antes en tareas mayores aunque los problemas no desaparecieron del todo, sobre todo en la franja aguda.  

Muy bien los numerosos comprimarios, transmitiendo la existencia de un equipo de trabajo de gran efectividad y en el que la coordinación y la vis cómica de algunos de ellos –Josep Fadó, por ejemplo- hicieron que la función alzara vuelo. De nuevo, las intervenciones de Ana Ibarra destacaron de forma clara entre el amplio número de solistas vocales. La batuta de José Miguel Pérez-Sierra fue una vez más ejemplo de eficiencia y lo cierto es que terminó siendo de lo más interesante de la velada. 

Una noche en la que por distintas circunstancias, desde el mismo planteamiento de la organización hasta el desarrollo de la misma, fue como un círculo sin cerrar. Nos quedamos sin monjitas, nos quedamos sin el contraste que nace de la escucha de las tres obras aunque pudimos vivir de la música de Puccini en dos títulos que, para muchos, no son habituales.

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Fotos: © Iván Martínez