Humor en dos idiomas

Valencia, 25/04/2025.Palau de Les Arts Reina Sofía. Ravel y Puccini. L’heure espagnole y Gianni Schicchi.Eve-Maud Hubeaux (Concepción), Armando Noguera (Ramiro) Iván Ayón Rivas (Gonzalve y Rinuccio) Mikeldi Atxalandabaso (Torquemada y Gherardo), Manuel Fuentes (Don Íñigo Gómez y Betto di Signa) Marina Monzó (Lauretta), Elena Zilio (Zita), Giacomo Prestia (Simone). Orquestra de la Generalitat Valenciana.Moshe Leiser y Patrice Caurier, dirección de escena. Michele Spotti, dirección musical.

En la ópera hay parejas estables y relaciones más o menos esporádicas. Me refiero, claro está, a la programación de obras de corta duración. Aquí, a L’heure espagnole de Maurice Ravel y a Gianni Schicchi de Giacomo Puccini las han separado de sus habituales compañeras. En el caso de la primera, de su hermana de padre, pues suele ofrecerse con la otra ópera de Ravel: L’enfant et les sortilèges. En el caso de Schicchi, de sus hermanas trillizas, con las que forma Il trittico, aunque es verdad que desde su estreno en Nueva York en 1818, formando parte de la famosa trilogía pucciniana, siempre ha andado un poco por libre, con un éxito que ha superado a las otras dos (Il tabarro y Suor Angelica). La idea de esta coproducción entre el Palau de Les Arts valenciano y el Teatro de la Maestranza sevillano, y que comandan Moshe Leiser y Patrice Caurier, un tándem bien conocido en la escena operística, dicho por los mismos directores artísticos, es el humor. No abundan las óperas cómicas en este formato y unir dos de ellas, muy cercanas en el tiempo (la de Ravel vio la luz en París en 1911, la de Puccini, ya lo comentamos, en 1918) es una iniciativa que aunque choca en un principio, funciona bien. Enfrenta a dos idiomas, pero, sobre todo, a dos formas de enfocar el humor, y por ende, la música de una forma muy diferente. 

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La comicidad de L’heure es más sutil, más de vodevil, más francesa, llena de enredos amorosos e idas y venidas en el escenario, con un genial libreto de Franc-Nohain. La de Schicchi, con texto de Tiovacchino Forzano, es más franca, más a la italiana, más de trazo grueso, pero también mucho más crítica con los personajes. Puccini se ríe abiertamente, y diría que sin piedad, de la ambición de la familia del rico difunto de Florencia. Ravel es más permisivo con los affaires de Concepción, la mujer aburrida e insatisfecha de un relojero toledano. Y musicalmente estas dos obras de los primeros años del siglo XX abordan los cambios musicales de una manera completamente diferente.

Ravel crea una partitura en la que la música y la palabra juegan, y la primera se adapta a la prosodia del francés, con una indudable vena declamatoria mucho más que cantada de manera tradicional. Es una música que bebe del impresionismo musical, de las nuevas corrientes que invadían la composición francesa de la época, pero en la uqe tienen cabida desde ritmos de vals hasta unos inevitables toques “españoles” que siempre nos parecen tópicos cuando los oímos por estos lares. La ópera de Ravel, que es su estreno en este género, que no será nunca el más trabajado por el compositor, destaca porque sus notas dibujan perfectamente cada uno de los personajes, los distintos amantes de la protagonista y la simpleza (o no) de su marido. Un trabajo que produce una ópera muy teatral, en el sentido de que hay que verla representada para apreciar todo su potencial.

Puccini en cambio, con una de las carreras más impresionantes de la historia de la ópera, llega más sabio y con un bagaje personal y artístico muy amplio, a la composición de El trittico. ¡Y qué tres maravillas crea! Especialmente Gianni Schicchi es una partitura ambiciosa moderna, llena de matices, que aunque tenga influencias de Commedia dell'Arte resulta completamente innovadora, rica orquestalmente y ambiciosa en lo musical. Una joya divertida, coral, rebosante de energía.

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El enfoque de la dirección escénica de Leiser y Caurier respeta muchísimo ambas óperas. Se adapta a la trama y la deja fluir con soltura, sin ocurrencias fuera de lugar.  Realmente los directores no crean nexo escénico entre ambas. Lo único que las une es que en ambas la acción se traslada al momento actual. En el resto son dos planteamientos distintos que funcionan bien en las dos, aunque creo que es más ambicioso en L’heure. Aquí el juego de entradas y salidas, el disloque con los relojes de pie donde se esconden los personajes, el colorido de la habitación-relojería donde se desarrolla la acción, con un toque kitsch muy apropiado, demuestra un buen conocimiento del juego escénico y un dominio del movimiento actoral. 

La acción de Gianni Schicchi se desarrolla en una habitación de hospital donde el rico Buoso Donati agoniza. Un gracioso rifirrafe con su sobrino-nieto Gherardino hace que muera y que comience la comedia. El espacio hospitalario delimita la acción y los conflictos que crea el jocoso argumento. Los directores dan algunos toques, pero dejan que el humor surja de la propia obra. Un buen trabajo que se refuerza por una excelente iluminación de Christophe Forey. 

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Musicalmente la velada fue todo un éxito. L’heure espagnole se vio realzada por la extraordinaria actuación de Eve-Maud Hubeaux, una mezzo que triunfa en toda Europa y que aquí dio una lección de cómo se debe cantar una ópera en la que la prosodia es tan importante. Fue una ventaja su origen francófono para un trabajo impecable en ese sentido, pero además es que es una artista expresiva y con un timbre de gran belleza, oscuro pero con unos toques brillantes de indudable atractivo en la zona más alta de la tesitura. Su parte no requiere grandes alardes vocales pero sí esa conjunción entre canto y palabra que, vuelvo a insistir, fue una de las armas que le sirvió para triunfar ante el público valenciano.

Como también triunfó por el mismo motivo Armando Noguera como Ramiro, el amante que se lleva el gato al agua al final de la obra seduciendo a Concepción. El barítono argentino, con formación vocal en Francia, consiguió también esa piedra de toque de que su canto se uniera de forma perfecta a su dicción. Estuvo simpático y tierno actoralmente y demostró tener unas dotes vocales de categoría. A muy bien nivel también el Gonzalve del joven tenor peruano Iván Ayón Rivas, que demostró una potencia de categoría en el tercio superior de su canto, con gran proyección y un timbre hermoso, aunque, a mi parecer, muy impetuoso para su papel como el poeta enamorado de la relojera. Impecable Manuel Fuentes como don Íñigo, el rico pretendiente de Concepción, y, como nos tiene habituados, profesional y riguroso con su trabajo Mikeldi Atxalandabaso como el relojero.

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¿A estas alturas que se puede decir del Schicchi de Ambrogio Maestri? Estos papeles cómicos italianos tienen con el cantante de Pavía un seguro a todo riesgo. Si es un inolvidable Falstaff, es un impecable Schicchi, y lo volvió a demostrar con una actuación en la que hace fácil lo difícil y todo fluye con una naturalidad asombrosa, admirando a todos los espectadores. Impagable su “Addio Firenze!”. El resto de “familiares” estuvieron a gran altura. Ayón Rivas aquí se encontró mucho más cómodo que en L’heure, se nota que es un repertorio en el que ha profundizado más y nos presentó una “Firenze è come un albero fiorito” de categoría. Repitieron con soltura y un trabajo destacable tanto Mikeldi Atxalandabaso como Manuel Fuentes, y cumplieron con buenos resultados Holy Brown, Bryan Sala y Laura Fleur. Destacar aquí el grato timbre de Giacomo Prestia que dio el empaque adecuado a su breve actuación como Simone.

Dos grandes cantantes completaban este elenco. Por una parte la valenciana Marina Monzó, todo un lujo para el papel de Lauretta, sobre todo porque tiene una de las arias más famosas para soprano, “O mio babbino caro”. La resolvió con la calidad que ella tiene y con ese agudo resplandeciente aunque quizá le faltó un poco de pasión. Merecidísimos los aplausos que recibió y que interrumpieron la acción. Y para finalizar el comentario sobre el reparto vocal, me permito hablar de milagros. Porque es un milagro que Elena Zilio, con ochenta y cuatro años, defienda con esa energía, ese señorío y esa belleza el papel de Zita. Sus agudos son impecables y se mantienen con seguridad y hacen que uno le hiciera una reverencia mental cuando salió a saludar.

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La dirección musical corrió a cargo de Michele Spotti, el responsable musical de la ópera de Marsella. Son óperas muy diferentes, como vengo recalcando, las de este programa. Pese a ser italiano creo que destacó más su exposición de L’heure. Fue una dirección meticulosa, llena de detalles y rica en sonoridad. La música de Ravel sonó impetuosa y sensual o pícara y divertida según fuera necesario y eso es mérito de la batuta de Spotti. Su Schicchi fue más tumultuoso, con menos detalle, efectista pero menos meditado. De todas formas demostró que es un joven maestro con un futuro brillante por delante. Una vez más la Orquestra de la Comunitat Valenciana dio muestras de su calidad y su brillantez en todas sus familias. Pero fuera por el director o por la música, la encontré más precisa y atractiva en la ópera francesa. 

Una estupenda velada de ópera que hermanó Francia e Italia gracias a la sonrisa del público del Palau de Les Arts.

Fotos: © Miguel Lorenzo - Mikel Ponce | Palau de Les Arts