La llamada Teatro Lara 

Una llamada que merece la pena responder

Madrid. 13/09/2016. Teatro Lara. Ambrossi, Calvo: La Llamada. Susana Abaitua, María. Angy Fernández, Susana. Olalla Hernández, Milagros. Soledad Mallol, Bernarda. Richard Collins Moore, Dios. Rubén Tajuelo, Guitarra. Ignacio Villafruela, Batería. Alejandro de Lucas, Bajo. Milo García, Teclado. Alberto Jiménez, Música Original. Mariano Piñeiro, Producción. Ana Garay, Escenografía. David Mínguez, Iluminación. Ana López Cobos, Vestuario. Javier Calvo y Javier Ambrossi, Dirección. 

Cinco personajes: dos adolescentes amantes del electro-latino, dos monjas, y el mismísimo Dios, nuestro Señor. Música, talento, humor, y, sobre todo, una enorme cantidad de ternura. Si caminando por la capital del reino siente usted algo inexplicable al pasar cerca del Teatro Lara, no hay duda: ha sentido la llamada. No se resista, es inútil. 

La Llamada es un gran musical muy pequeño, al menos en su origen; apenas un divertimento para representar en el vestíbulo del Teatro Lara. Tras unas pocas funciones, quedó claro que su sitio estaba en la sala, que el público, atraído por el boca a boca, ha ido llenando desde hace ya tres años. Sus creadores, Javier Ambrossi y Javier Calvo, han sabido crear algo verdaderamente emocionante, fresco y arrollador. 

María (fabulosa Susana Abaitua, hago referencia a los actores de la función a la que asistí) y Susana (divertidísima Angy Fernández) llevan asistiendo al campamento cristiano “La brújula” desde niñas. Ahora, con diecisiete años, en lo único que piensan es en escabullirse para ir de fiesta e intentar promocionar su dúo electro-latino que ya tiene una primera canción, “Lo hacemos y ya vemos”. Milagros (adorable Olalla Hernández) es una monja más buena que el pan recién horneado, a la que las chicas quieren y engañan a partes iguales. Y la madre Bernarda de los Arcos (tronchante Soledad Mallol) es la nueva coordinadora que pretende, pobre infeliz, poner un poco de orden en todo aquello. María y Susana están castigadas por escaparse, de manera que durante unos días son las únicas inquilinas del campamento. Pero a María, de repente, se le aparece Dios (impresionante Richard Collins Moore) vestido de negro y con lentejuelas, y le canta canciones de Whitney Houston. Y esto es solo el planteamiento inicial del espectáculo, háganse a la idea de lo que está por venir. O, mejor dicho, no se la hagan, porque se equivocarían. Con semejantes elementos es inevitable pensar en una especie de comedia loca, un divertimento de manual en el que la comicidad es el único factor importante. Y para mí el mérito de La Llamada es que no es solo un espectáculo con momentos realmente descacharrantes: los personajes consiguen salir de la bidimensionalidad de las comedias al uso y se convierten en seres humanos reales (bueno, menos Dios, claro) a los que vemos dudar, emocionarse y hacerse preguntas para las que no siempre tienen respuesta. María ve a Dios, y de repente se da cuenta de que ya nada es como era, o como ella creía que era. No sabe qué quiere Dios de ella, ni qué quiere ella de Dios. Susana no entiende qué le está pasando a su amiga, y además, ella también está pasando su propio rito de iniciación, descubriendo que lo que siente por Milagros, la monja más joven, es algo más que amistad. Milagros, por su parte, está echando la vista atrás y preguntándose si la decisión que la llevó al convento fue la más acertada. Y hasta la madre Bernarda, que entra en escena cual sargento chusquero, se emociona hasta la médula cuando María le cuenta lo que le está ocurriendo. Y todo ello sin sermones ni atisbo de cursilería o moralina. Los personajes están tratados desde el cariño más profundo, es difícil no empatizar con cada uno de ellos, en ningún momento hay sombra de crueldad o afán de ridiculización. La Llamada es un emocionante canto a la libertad, al primer amor, al descubrimiento, a la sinceridad. Y a Whitney Houston, claro. ¿Se les ocurre mejor combinación? Háganse un favor y no se la pierdan, esta es una llamada que merece la pena responder.