El Euskalduna vuelve a hacer de las suyas
Bilbao. 19/11/2016. Palacio Euskalduna. Rossini. La Cenerentola. José María lo Monaco (Angelina), Edgardo Rocha (Don Ramiro), Paolo Bordogna (Dandini), Bruno de Simone (Don Magnifico), Petros Magoulas (Alidoro), Marta Ubieta (Clorinda), María José Suárez (Tisbe). Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección de escena: Jean Philippe Clarac y Oliver Deloeuil. Dirección Musical: Antonello Allemandi.
Ya se ha comentado más de una vez en estas mismas páginas lo peligroso que resulta para algunos cantantes de ópera enfrentarse a un espacio de las características del Palacio Euskalduna de Bilbao. Sus grandes dimensiones, unido a una acústica más que cuestionable, hacen que muchas veces voces de no excesiva proyección o volumen sean engullidas e inaudibles para gran parte del público. Si a esto se une una producción muy abierta, que no cierra de ninguna manera el amplio escenario de la sala, aboca, casi siempre, a una representación deslucida y con graves carencias. Así ocurrió el pasado sábado, día 19 de noviembre, en la primera representación de La Cenerentola de Gioachino Rossini, segundo título de la temporada de la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera).
El Euskalduna siempre está ahí, y es verdad que en otras muchas ocasiones sus condiciones no han impedido el triunfo de títulos y cantantes. Pero esta vez las características de la muy floja producción (procedente de la Ópera de Toulon) y las carencias de su dirección escénica, ambas firmadas por Jean Philippe Clarac y Oliver Deloueuil, no ayudaron en nada a los artistas. En primer lugar porque la escenografía, basada en un cubo de madera sobre una plataforma movible que se abría según las necesidades de la acción -convirtiéndose de cocina de Cenicienta en Palacio de Ramiro o bodega real sin apenas ningún cambio especial- era la única pieza escenográfica de toda la representación, quedando los laterales y la parte superior del escenario totalmente abiertos. Esto hizo que las no demasiado potentes voces de alguno de los protagonistas fueran casi inaudibles. Si alguien hubiera pensado, una vez comprobado en los ensayos esta falta de potencia, en hacerles cantan más cerca de la corbata del escenario seguramente se hubiera salvado una representación que dejó un regusto un poco amargo en los espectadores.
Porque el material de los cantantes principales de esta Cenerentola es muy bueno. José María lo Monaco, que debutaba en ABAO con esta Angelina, es una mezzo con una voz muy bella, de un color precioso y que, cuando se pudo oír, brilló por sus matices y calidad. En su gran escena final, con las endiabladas coloraturas que conlleva, se pudo comprobar ese material vocal tan atractivo, lleno de contrastes, con agudos limpios y zona baja, aunque menos consistente, bien definida. Pero, desgraciadamente, sólo en los recitativos y cuando la orquestación rossiniana se mostraba más benévola, se la pudo oír. En la mayoría de los concertantes y conjuntos no podía distinguírsela, mal colocada en el inclemente escenario y hasta con una deficiente iluminación (responsabilidad de Rick Martin). Estoy seguro que la Cenerentola de lo Monaco, que da a su personaje actoralmente una humildad y un cariño que resultan muy tiernos, hubiera sido mucho más apreciada y valorada en un teatro más benigno y con una producción que pensara en sus cantantes. Algo parecido ocurrió con el Don Ramiro del uruguayo Edgardo Rocha, también debutante en Bilbao y que sustituía al programado Javier Camarena. Rocha también sufrió las mismas inclemencias que su compañera con respecto a producción y escenario. Su valía se demostró en la famosa aria "Sì, ritrovarla io giuro". En ese momento, mimado por el director, es donde su voz, claramente de tenor ligero, pudo apreciarse rica en matices, con perfecta e intencionada dicción, buen fiato y excelente agudo. Desgraciadamente, en otras ocasiones más corales, difícil fue oírle entre todos sus compañeros.
Mejores resultados en esta lucha cantante-Euskalduna obtuvieron los solistas más veteranos, conocedores del espacio y de cómo proyectar la voz en ocasiones tan adversas como ésta. Paolo Bordogna volvió a ser el gran actor y buen cantante a que nos tiene acostumbrados. Su Dandini fue el personaje más desenvuelto, simpático y divertido en una dirección escénica que parecía dejar a los actores a su libre albedrío. Vocalmente, aunque tuvo algún problema puntual con las coloraturas, resolvió sin problemas su parte destacando sobre todo en el dúo con Don Magnifico del segundo acto más que en su difícil aria de presentación "Come un'ape nei giorni d'aprile". Bruno de Simone asumía el papel de Don Magnifico y vocalmente fue impecable, sobre todo en sus dos momentos estelares, la famosa aria de la bodega real y también en la desternillante "Sia qualunque delle figlie" donde lució una voz bien proyectada, con suficiente volumen y con un timbre muy atractivo. Quizá le faltó algo más de lo bufo que pide el rol quedando cojo por ese lado el dibujo de un personaje tan importante de la ópera. Adecuado Petros Mangoulas como Alidoro. Sus medios, aunque también debutaba en ABAO, pudieron con las inconveniencias escénicas y estuvo muy correcto en su aria "Là dal ciel nell'arcano profondo". Divertidas, alegres y desenvueltas actoralmente fueron la Clorinda de Marta Ubieta y la Tisbe de María José Suárez. Mostraron esa maldad vulgar y hortera que tan bien les va a las hermanastras de Cenicienta. En el apartado vocal no estuvieron tan acertadas aunque se pudieron oír en todo el teatro sin dificultad.
El coro masculino es una parte fundamental en La Cenerentola. Con algunos problemas de coordinación con el foso empezaron los componentes del Coro de Ópera de Bilbao pero, poco a poco, fueron consiguiendo una actuación muy meritoria donde destacó el excelente acompañamiento al tenor en "Sì, ritrovarla io giuro", sin duda su mejor momento de la noche. El maestro Antonello Allemandi es bien conocido en las temporadas operísticas bilbaínas. Su enfoque de la partitura rossiniana quedó patente en la obertura: tiempos muy contrastados, vivos los más rápidos y ralentizados, pero sin perder tensión, los más lentos. Fue en éstos, donde dejó respirar a orquesta y cantantes permitiéndoles su lucimiento, donde mejores resultados obtuvo. Hay que agradecerle, pese a que pudiera parecer otra cosa, su contención constante para que se pudiera oír a los artistas con menos proyección, pero la partitura de Rossini tiene que sonar, cuando éste lo indica, con la fuerza necesaria. Siempre atento al escenario y acompañado por una excelente y bien empastada Orquesta Sinfónica de Bilbao, fue uno de los más reconocidos en los aplausos finales, que en general fueron, esta vez, más tibios que de costumbre.
Incluso, cosa rara en Bilbao, se pateó levemente, en esos saludos finales, cuando salieron los responsables de la producción. Y es que, como ya hemos remarcado a lo largo de esta crónica, esta producción no es adecuada para un teatro como el Euskalduna ni para una temporada como la de ABAO. La escenografía resultó pobre y básica. El vestuario (también responsabilidad de los directores), que nos situaba en la actualidad, con los protagonistas y parte del coro formando parte de un partido de polo, careció de gracia y atractivo, resultando bastante inexplicable que Cenerentola apareciera como una dama de la Inglaterra jacobina cuando se presenta radiante en el palacio del príncipe. Otros detalles sin conexión alguna con la trama o intención escenográfica (unos niños que aparecen con distintos atuendos a lo largo de la representación, el atuendo de piloto de Alidoro -¿un guiño a su nombre?-, una gesticulación como a cámara lenta de los cantantes en el quinteto del primer acto) quieren dar carácter a una dirección que denota muy poca imaginación y que parece más propia de un teatro de aficionados que de una temporada tan asentada como la bilbaína.
Reseñar que esta semana ABAO ha realizado distintos actos en homenaje a una de las más destacadas Cenerentolas de la historia de la ópera: la gran Teresa Berganza. A ella iba dedicada esta representación, que contó con su presencia. El anuncio de esta circunstancia y el saludo emocionado de la diva arrancó un largo, cálido y cariñoso aplauso del público.