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Manchegos todos

Madrid. 27/01/23. Teatro de la Zarzuela. Guerrero: La rosa del azafrán. Juan Jesús Rodríguez (Juan Pedro). Yolanda Auyanet (Sagrario). Carolina Moncada (Catalina). Ángel Ruiz (Moniquito). Vicky Peña (Custodia). Mario Gas (Don Generoso). Emilio Gavira (Micael). Pep Molina (Miguel). Juan Carlos Talavera (Carracuca), entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. José María Moreno, dirección musical. Ignacio García, dirección de escena.

Que en Madrid, si no todos, muchos de nosotros y nosotras somos manchegos, es un hecho. O castellanos, o las dos cosas, porque así lo explica un insigne de la tierra como es Emilio Gavira en el último Viaje por la Zarzuela del teatro: "todo manchego es castellano, no todo castellano es manchego". Es difícil - y extrañamente, muy fácil al mismo tiempo - tener cierto sentido de pertenencia a una tierra donde nos hemos inventado nuestra bandera y nuestro himno, con pocos años más que quien escribe estas líneas. Ni siquiera nuestro deje al hablar, que fue moldeado por un alicantino como Arniches. Por mucho que pretendamos dar lecciones de tantas cosas, aquí ya todo el mundo tiene raíces en otros lugares. Desde Buenos Aires a Jerez de la Frontera. Y es algo maravilloso.

Sin duda, La rosa del azafrán es un cuadro costumbrista que muestra el acervo, la tradición, el de dónde venimos para entender en dónde estamos, como reflejo de La Mancha, sí, pero que encuentra sus lógicas concomitancias en lo que podría ser Murcia, Andalucía, La Rioja o Aragón. La dureza de una tierra y el peso de una historia propia, que no mira hacia Madrid como salvación (ahí está, por ejemplo, Surcos, con Torrente Ballester y García Leoz), sino hacia sus adentros. El libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, inspirado en El perro del hortelano de Lope de Vega, es uno de los más recordados, a pesar de la violencia de ciertos números vistos desde hoy en día, licencias sistólicas (Manchega, flor y gala de la llanura...) y de competir consigo mismos en Doña Francisquita o La villana, donde también trasladaron argumentos del Siglo de Oro. No obstante, si por algo sigue llegando hoy en día a los espectadores, es por esa mezcla de folclorismo con la modernidad siempre buscada, en todos los ámbitos culturales que le rodearon en vida, de Jacinto Guerrero. De La Mancha salieron Pedro Almodóvar y Sara Montiel, pero también El Quijote, con reflejo en la figura y versos de Don Generoso en La rosa, alcanza esa actualidad, ese futuro, en tantas de sus palabras. Y de Castilla surgió Guerrero, que tan pronto toma las raíces de las seguidillas manchegas como que introduce pandereta, castañuelas, palmas para dar color a sus compases... Y sin embargo, no deja de sonar absolutamente moderno.

rosa azafran 02 elena del real 1© Elena del Real.

Esta historia de costumbres y arraigo, de la imposición de la clase social en el marco campestre, como puede serlo perfectamente la estela de L'elisir d'amore, por qué no, está perfectamente hilvanada y detallada por la meticulosa dirección de escena de Ignacio García, con un texto peinado con tiento y que se completa con la magnífica coreografía de Sara Cano y el vestuario de Rosa García Andújar. El antiguo director del Festival de Almagro y uno de los nombres que siempre se cuelan en la terna para dirigir el propio Teatro de la Zarzuela, plantea aquí una propuesta que acentúa la tradición, una Mancha figurativa, intercalando algunas páginas donde cobra protagonismo la cantante Elena Aranoa y donde su voz sustenta y entreteje muchos de los diálogos. Es este el mejor punto de anclaje con la escena actual, dentro de una escenografía un tanto arcaica, aunque efectiva para la obra que acoge. El trabajo de García, por lo demás, se pliega a la palabra, al sentir, a la acción en cada momento. Es pura delicia en las formas de un plantel de secundarios y comprimarios que, diría, llegan a robar el protagonismo a la pareja principal de enamorados. Es una gozada ver nombres de la talla de Vicky Peña dando lo mejor de sí misma - precisamente cuando está bien dirigida -, a Mario Gas y sus recitados, que son oro puro, honestamente aplaudidos por el público, o a Emilio Gavira en el papel de Micael. ¡Esto respira teatro por los cuatro costados! No puedo, tampoco, dejar de mencionar a Juan Carlos Talavera y a Pep Molina, nombres de escenario que sumaron a una de esas noches que se antojan redondas.

Como contrapunto cómico en toda historia clásica que se precie, el Moniquito de Ángel Ruiz es un verdadero dechado de buen humor y, lo que es más difícil, de facilidad para llevarlo a cabo. No cabe sino dar gracias por seguir disfrutándole en este teatro. Y a su lado la Catalina de la soprano Carolina Moncada, de quien ya había escuchado muy buenas referencias y que ha supuesto un disfrute personal en esta Rosa del azafrán. Un personaje absolutamente completo, en el decir, en el cantar, en el sentir. Esta ha sido su primera vez en la Plazuela de Teresa Berganza, pero esperemos que no sea la última. Juan Jesús Rodríguez como Juan Pedro es todo un torrente de voz y su página del Sembrador un regalo en estos tiempos, ciertamente.Parece que la Zarzuela se ha asegurado noches futuras de éxito con su presencia, comenzando por la violentísima Juan José de Sorozábal, en este mismo mes de abril. Y como Sagrario, esa mujer que no es que luche consigo misma o contra los demás, sino que se encuentra con ella, que se permite, se libera y termina por amarse a sí misma abriéndose al cariño de Juan Pedro, estuvo una siempre musical, siempre inteligente, siempre acertada Yolanda Auyanet.

Coronaron esta noche tan estupenda un Coro del Teatro de la Zarzuela al que se vio disfrutón, cómodo y animado en su hacer, así como una Orquesta de la Comunidad de Madrid que estuvo en su sitio, a manos de José María Moreno, quien optó por una lectura de tiempos vivos y caudal contundente, siempre respetando a los cantantes, pero insuflando vida, especialmente a los dúos y números grupales, tal y como esta campechana partitura parece requerir.

Se dice y las fotos así lo atestiguan, que más de 700.000 personas acudieron a ver el féretro de Guerrero cuando falleció en Madrid. Miles lo portearon desde su Teatro Coliseum, en la Gran Vía, hasta el Teatro de la Zarzuela, pasando por la SGAE. Sin duda, era un hombre que sabía lo que se hacía en lo musical para ganarse el cariño de la gente. De estas funciones, estoy seguro, todos habremos salido sintiéndonos, cuando menos, lo que muchos ya somos, un poco más manchegos.

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