© Javier del Real | Teatro Real

Déjà vu

Madrid. 10/12/2025. Teatro Real. Bizet: Carmen. Aigul Akhmetshina (Carmen). Charles Castronovo (Don José). Adriana González (Micaëla). Lucas Meachem (Escamillo) y otros. Damiano Michieletto, dirección de escena. Eun Sun Kim, dirección musical.

En lo referente a la puesta en escena de la ópera Carmen, de Georges Bizet, hay un antes y un después de la propuesta de Calixto Bieito. El burgalés hizo un salto al vacío con su mirada sobre este mito, en una de las producciones más aclamadas y difundidas de las últimas décadas. Hasta tal punto que parece inevitable volver a mirar esta ópera sin tener en cuenta la propuesta de Bieito, estrenada en Perelada en 1999 y consagrada ya como todo un hito en el imaginario lírico sobre esta obra. Y digo esto porque al contemplar el trabajo de Damiano Michieletto sobre esta partitura resulta inevitable tener una sensación de déjà vu, como si todo lo que propone ya lo hubiera propuesto alguien (Bieito) antes. El trabajo del regista italiano es bueno y se antoja honesto, no es ni mucho menos una copia de la propuesta de Bieito pero sin duda se perciben en su propuesta constantes ecos de aquel otro trabajo escénico ya citado.

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Michieletto plantea la acción en un espacio sórdido y desértico, en el contexto de los años setenta del pasado siglo XX, tal y como se deduce del vestuario de Carla Teti, de aires 'torrentianos'. La iluminación de Alesandro Carletti, algo invasiva, incide en ese caracter casi desnudo y un punto atemporal de la propuesta escenográfica, que lleva la firma de Paolo Fantin. El resultado es una Carmen situada en un lugar remoto, polvoriento y caluroso. La propuesta funciona, la dirección de actores es exigente y el manejo de las fuerzas corales es consistente. Y sin embargo falta precisamente ese vuelo trágico genuino, ese golpe en la boca del estómago que hace que uno termine de ver Carmen con un nudo en la garganta. Eso aquí no pasa y la función, aunque bien llevada a término, transcurre sin pena ni gloria.

Quizá el mayor acierto de Michieletto, en esta producción estrenada en Londres en la primavera de 2024, sea la incursión de la figura de la madre de Don José, “ una especie de Bernarda Alba silenciosa, castrante, censuradora, enfundada en un vestido negro impoluto, que encarna la tradición, las normas, la muerte y el destino que arrastra a don José a cometer el disparate del desenlace”, como explica Joan Matabosch en el programa de mano. La figura premonitoria de esta madre pulula por los cuatro actos de la representación como si fuera un recuerdo constante de la muerte que amenaza el trágico final. 

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 En el rol titular Aigul Akhmetshina regresaba al Teatro Real tras el éxito de su Elisabetta en Maria Stuarda, en diciembre de 2024. La cantante de origen ruso posee sin duda los medios para una Carmen ideal pero en líneas generales se echa de menos una mayor madurez del rol, algo por otro lado perfectamente lógico y esperable, dada su juventud. Lo cierto es que Carmen se ha convertido en un rol icónico ya en su agenda, habiéndolo encarnado en importantes escenarios como el Metropolitan de Nueva York o el Covent Garden de Londres. En su encarnación de la propuesta de Michieletto la mezzosoprano plantea una Carmen más sexual que sensual, más física que emocional. Su tragedia es visceral pero no es trascendente. En cualquier caso, una Carmen de primer nivel, aunque sea solo por la insolente facilidad vocal con la Akhmetshina que resuelve la parte.

A priori se diría que Charles Castronovo encuentra en la parte de Don José un rol hecho a su medida. La emisión no obstante es algo desigual, con sonidos aquí y allá que resultan demasiado nasales y guturales; la emisión del tercio agudo, en líneas generales, resulta algo leñosa, aunque sea efectiva. Así las cosas, interpretativamente hablando su Don José fue más sólido que poético, un tanto envarado en el fraseo y más convincente sin duda en las partes dramáticas del rol, en los actos tercero y cuarto. Castronovo logró asimismo cuajar una muy buena versión de la célebre 'aria de la flor', atinando con un regulador de buena factura en el Si bemol que corona la página.

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La soprano guatemalteca Adriana González presentó la voz de emisión más canónica de toda la velada, con un sonido redondo y fácil, sin apreturas y regulado a placer. Su Micaëla, de gran lirismo, fue sin duda valiosa en el plano vocal y estuvo muy esmerada en lo escénico, en un retrato pacato y naíf del rol por parte de Michieletto. En cambio, el barítono Lucas Meachem sonó demasiado liviano y falto de fuste para la parte de Escamillo, con instantes -especialmente en su 'Votre toast'- en los que su voz apenas lograba pasar la orquesta. 

El elenco se completaba con un atinado equipo de comprimarios, entre los que destacaron el buen hacer de David Lagares como Zúñiga, Lluís Calvet como Le Dancaïre y Natalia Labourdette como Frasquita. El oficio de Toni Marsol, Mikeldi Atxalandabaso y Marie-Claude Chappuis redondeó un conjunto de comprimarios sin fisuras.

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La dirección musical de la maestra surcoreana Eun Sun Kim fue, curiosamente, de más a menos, a diferencia de lo que suele suceder en estas ocasiones. Lo que empezó siendo un planteamiento vibrante y nítido, subrayando una ejecución muy precisa en los atriles de la Orquesta Titular del Teatro Real, se acabó desdibujando hasta plantear un cuarto acto realmente descafeinado, de fraseo blando y sin brío. Todo sonó demasiado calculado, cuadrado en demasía, con poca flexibilidad y la orquesta sonó especialmente amortiguada, casi en sordina, durante ese dúo final, en el que se echó de menos una tensión genuina, más pegada a la escena. En líneas generales la dirección de Eun Sun Kim, que ostenta la dirección musical de la Ópera de San Francisco, estuvo presidida por tiempos ágiles, a veces incluso demasiado, aunque siempre estuvo atenta al desarrollo de la acción escénica, con constantes indicaciones al coro y a los solistas.

Impecable trabajo esta vez del Coro Titular del Teatro Real, bien empastado y desenvuelto en su trabajo escénico. Lo mismo cabe decir de los Pequeños Cantores de la ORCAM, un conjunto que nunca defrauda. 

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