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El intenso perfume de Nuréyev 

París, 21/03/24. Ópera de París, Bastille. Don Quichotte.Coreografía de Rudolf Nuréyev sobre la original de Marius Petipa. Música de Ludwig Minkus. Sae Eun Park (Kitri/Dulcinea), Paul Marque (Basilio). Estrellas, Primeros danzarinas y danzarines y los cuerpos del Ballet de la Ópera nacional de París. Orquesta de la Ópera de París. Gavriel Heine, director musical.

No vamos a explicar aquí lo que significa para la literatura y la cultura general de Occidente la novela de Miguel de Cervantes El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada en 1605. Don Quijote se ha convertido en una obra inmortal y desde muy temprano influyó en multitud de materias artísticas, incluido el ballet. No son pocas las obras coreográficas basadas en argumentos extraídos de la célebre novela, entre ellas: Don Quijote chez la Duchesse, ballet cómico de Favart con música de Boismortier, estrenada en la Ópera de París en 1743; Don Quijote, de J. G. Noverre, creado en Viena en 1750; el llamado Las bodas de Camacho, con coreografía de Nilou, que se estrenó en la Ópera de París en 1801; otro Don Quijote, de Didelot, así como el de igual título, coreografía de Taglioni, que se representó por vez primera el año 1850 en Berlín. Pero la versión que entró con paso firme y para quedarse en la historia del ballet, fue la creada por Marius Petipa, autor tanto del libreto como de la coreografía, que consta de prólogo y cuatro actos (estructura luego modificada por Nuréyev). La adaptación de Petipa se basa en el episodio de Las bodas de Camacho que se encuentra en la segunda parte de El ingenioso hidalgo en los capítulos XIX, XX y XXI. Ludwig Minkus, de origen austriaco, pero por entonces ya afincado en Rusia, fue el encargado de componer la música para el estreno en el Teatro Bolshói en 1869. El éxito de esta partitura generó un enorme reconocimiento y fue nombrado Compositor Oficial del Ballet Imperial Ruso, cargo que ocupó hasta 1886. La colaboración con Petipa fue fructífera y entre sus colaboraciones está otro de los ballets clásicos más conocidos: La bayadera.

Don Quijote es una pieza en la que participan el caballero andante y su dama, el escudero, pillastres, toreros y gitanos… pero también majos goyescos y personajes burlescos afrancesados que nada tienen que ver con la España de Don Quijote, aunque sí con la que conoció Marius Petipa. Don Quijote está lejos de ser una adaptación fiel de la novela de Cervantes (no tiene nada del patetismo del personaje, nada de su dignidad magullada), pero quizás esto no importe mucho. Los anacronismos (formales y musicales) introducidos por Petipa, la inclusión de escenas vividas a pie de calle por el propio coreógrafo durante su estancia en España y la dramaturgia añadida posteriormente por Alexander Gorski, alumno de Petipa y también bailarín,  convirtieron al ballet Don Quijote en un ballet que no pretende recrear un momento de la historia ni ser fiel a la obra literaria, pero que logra, en sí mismo, aglutinar el talento de varias generaciones de coreógrafos y compositores que han acercado la danza clásica académica a la frescura y la diversidad de nuestra danza española.

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Uno de estos talentos, que aún está presente en nuestra memoria, es Rudolf Nuréyev. Primero en su Unión Soviética natal y después de su huída a Occidente en 1961, se le considera el bailarín más influyente de la segunda mitad del siglo XX. Pero también tenía una indudable vocación de coreógrafo que fue desarrollando a la vez que su carrera sobre los escenarios. Centrándonos en la obra que nos ocupa, hay diversas versiones firmadas por Nuréyev a lo largo de su carrera para grandes conjuntos de danza como por ejemplo por el Ballet de Australia (versión muy conocida por haber sido filmada), o la Ópera de Viena, y también, en 1981, para la Ópera de París, invitado por su Directora de Danza Rosella Haigtower, y que en gran parte está basada en versión cinematográfica de 1966.

El coreógrafo devolvió la importancia al prólogo: una primera mirada al mundo fantástico de Don Quijote que hace un casco de caballero con un cuenco de barbero y cree ver aparecer de repente en su humilde casa a la blanca y luminosa Dulcinea, la dama de sus sueños. Como siempre ocurre con Nureyev, la habitación, la casa, el palacio, es un mundo privado; un lugar de tormento para el alma, de sueños y pesadillas que ayudan al héroe o a la heroína a superar las convenciones de su subconsciente. En cambio, “la vida exterior continúa” en el primer acto: ruidosa y alegre, la plaza de Barcelona siendo el escenario de una serie de acciones simultáneas y eventos coloridos. Sancho Panza, que ya no es un ayuda de cámara sino un monje regordete, ladrón y obsceno como antes, es la principal atracción aquí, mientras Don Quijote representa el viejo mundo, un idealista de otra época.

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A la cabeza de la historia están Basilio (Paul Marque en la representación que comentamos y que suponía la premiere de la obra en esta temporada) y Kitri (Sae Eun Park), amantes que navegan por el gran cliché de la narración renacentista: un padre brusco que desaprueba a su pareja. En este caso, Lorenzo (Sébastien Bertaud) quiere que su hija se case con un petimetre rico, Gamache (Daniel Stokes), en lugar del hombre travieso de sus sueños. Al igual que Don Quijote y Sancho, estos papeles de villanos cómicos son en gran medida decorativos, andan dando tumbos por el escenario pero no representan una amenaza real. Nureyev claramente quiere que sus amantes brillen, y Marque y Park están magníficamente a la altura de las circunstancias. La coreografía de este primer acto tiene un ritmo vertiginoso y es infinitamente complicada, pero los bailarines la hacen parecer alegre. Un trabajo de campo ultrarrápido y un fraseo intrincado dan paso a saltos vertiginosos y caídas desmayadas; las líneas y extensión de los bailarines aquí son notables, pero sin esfuerzo, destacando también el admirable trabajo de Florent Melac como Espada y Roxanne Stojanov como la bailarina callejera y también el de todo el cuerpo de baile del Ballet de la Ópera de París. Mientras que el primer acto es robusto y fogoso, el segundo es más delicado. Una escena extensa en la que Don Quijote se imagina rodeado de ninfas es danzada magníficamente por el cuerpo de baile, con un primer pas de deux de las dos estrellas protagonistas. El acto final vuelve al ritmo del primero, con abundancia de fouettés y piruetas, grandes jetés y giros aéreos impresionantes. Hay un número de grupo exuberante del cuerpo de baile con atuendo completamente español, y más virtuosismo espectacular de Sae Eun Park y Paul Marque, entre algunos asuntos escénicos divertidos sobre muertes fingidas y nupcias apresuradas. Es enormemente divertido, la exuberancia subrayada por una precisión impresionante.

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La partitura del compositor vienés Ludwig Minkus es maravillosamente variada y ricamente melódica, interpretada por la Orchestre de l’Opéra national de Paris bajo la batuta del gran especialista en el género Gavriel Heine, siempre atento a lo que acontecía en el escenario, y que supo conjugar de manera perfecta la sensibilidad y la  pasión que este gran ballet se merece.

Fotos: © Yonathan Kellerman / OnP