Hrusa 

Un perfeccionista

Nuremberg. 27/11/2016. Meistersingerhalle. Mozart: Maurerische Trauermusik. Rachmaninov: Danzas sinfónicas. Brahms: Concierto para piano no. 1. Orquesta Sinfónica de Bamberg. Rudolf Buchbinder, piano. Dir. musical: Jakub Hrusa

La Orquesta Sinfónica de Bamberg celebra durante 2016 los primeros setenta años desde su fundación, allá por 1946. Y lo hace estrenando nuevo director titular, tras el largo lapso de dieciséis años en el que Jonathan Nott ha comandado los destinos de la formación. Desde septiembre de 2016 el director titular de esta orquesta es el joven director checo Jakub Hrůša, con el que los músicos parecen haber tenido un flechazo. El concierto que nos ocupa, dentro de una sus giras locales por Baviera, esta vez en el Meistersingerhalle de Nuremberg, dio buena muestra de la intención de Hrůša en su puesto: continuidad, pues sería un crimen no mantener ese color reconocible y riquísimo de la orquesta, aunque con vocación de indagar y descubrir cada noche algo nuevo, haciendo de cada concierto un experimento vivo. 

De esta vocación habla no en vano el programa dispuesto en esta ocasión, con el Concierto para piano no. 1 de Brahms ocupando la segunda mitad, al contrario de la práctica habitual que sitúa los conciertos con solista al comienzo, y proponiendo sin solución de continuidad dos obras a priori dispares como la Música para un funeral masónico de Mozart y las Danzas sinfónicas de Rachmaninov, acometidas como si conformasen un todo. Hrusa es un hombre llevado por la curiosidad, con indudable vocación de indagar e insistir sin dar nada por supuesto. En este sentido es también un perfeccionista consumado: tras entrevistar a Hrůša (conversación que aparecerá próximamente en estas páginas) tuve la suerte de poder asistir a la prueba acústica que realizaban en el mencionado Meistersingerhalle de Nuremberg. Esta sala, por lo general más ancha que alta, no posee desde luego la misma acústica que el auditorio de Bamberg donde habían preparado estos conciertos. Ni corto ni perezoso, Hrůša abandonó el podio en mitad del ensayo, dejando a la orquesta sonar por su cuenta, para dirigirse a diversos puntos de la sala y comprobar el sonido, realizando después diversos apuntes y modificaciones a sus músicos. Pocos maestros he visto trabajar con tal grado de conciencia sobre el resultado final que buscan obtener.

De ideas claras, Hrůša expone su discurso con idéntica fortuna en lo vertical que en lo horizontal, esto es, con nitidez arquitectónica, de mirada amplia, y al mismo tiempo con un fraseo y un dinamismo elaborado y cuajado de contrastes, minucioso. Aunque con un arranque algo contemplativo, su Rachmaninov consiguió generar una combustión propia, una inercia que invitaba a seguir su gesto claro y decidido. En la segunda mitad demostró hasta qué punto el Concierto para piano no. 1 de Brahms bien podría ser una sinfonía para piano y orquesta, habida cuenta de la extraordinaria riqueza del discurso que desarrolla la formación, mucho más allá de un acompañamiento convencional.

La Sinfónica de Bamberg posee uno de los escasos sonidos todavía reconocibles en las orquestas de hoy en día. Junto con la Gewandhaus de Leipzig, el Concertgebouw de Amsterdam y  la Staatskapelle de Dresde, quizá sea la única formación a la que cabe reconocer cuando suena una grabación o retransmisión de uno de sus conciertos. Ese sonido tan típico lo definía el citado Jonathan Nott con una certera metáfora: es como un volcán, arde pero no brilla. Y en efecto, no escuchamos aquí un sonido exultante, hecho de metal y argenteo; al contrario, encontramos un material denso y cálido, sedoso, acolchado y hondo, como un whisky envejecido durante décadas. 

El pianista austríaco Rudolf Buchbinder celebra estos días su 70 cumpleaños con diversos conciertos por los principales escenarios europeos, como Viena o Berlín. Esta efeméride, coincidente con la de la propia Sinfónica de Bamberg, hizo de estos conciertos algo especial, pues Buchbinder ha trabajado con esta orquesta con mucha frecuencia anteriormente. Elegante, de formas estilosas, es sin embargo un intérprete algo distante y poco imaginativo, falto en fin de poesía y drama. Su Brahms no tuvo tampoco toda la frescura de dedos que hubiéramos querido, aséptico, más apuesto que intenso, superado un tanto en expresividad por el oleaje de sonido que emanaba de la formación de Bamberg.