Un altar musical

Barcelona. 28/05/24. Palau de la Música Catalana. Obras de John Williams, Gabriela Ortiz y Antonín Dvořák. María Dueñas, violín. Los Angeles Philarmonic. Gustavo Dudamel, dirección.

La segunda cita estelar de la Filarmónica de Los Ángeles en Barcelona se consumó el pasado martes en el Palau de la Música Catalana. Aunque Gustavo Dudamel suele visitar España cada año, siempre es todo un acontecimiento, especialmente por el debut de la LA Phil en el templo modernista. Para la ocasión se presentó un programa muy especial que contó con un menú de tres platos muy sugerentes, formado por la Olympic Fanfare and Theme de John Williams, compuesta para las olimpiadas de 1984; el Concierto para violín “Altar de cuerda” de Gabriela Ortiz; y, un “clásico” para cerrar la velada, –¡cómo no!– la Novena de Dvořák. 

La joven y aclamada María Dueñas, la violinista española con mayor proyección internacional, era el baluarte de esta gira europea que retoma el desafiante concierto de Ortiz, dedicado a ella en 2022, estrenado y grabado por Dudamel y su orquesta, representado, por lo menos, una docena de veces, a las que pronto se habrán sumado las de París y Londres. Un trinomio panhispánico, si incluimos a Dudamel, con una gran historia que contar, que visitó un Palau de la Música totalmente abarrotado.

Raudo comenzaba el aclamado director su andada olímpica nada más irrumpir en escena y pudo apreciarse pronto por qué su filarmónica es una de las mejores y más modernas del mundo. Pudieron apreciarse algunos detalles que la distinguen de nuestras formaciones habituales. Por ejemplo, detalles en la distribución, con los contrabajos situados a la izquierda –todos con extensor grave– o, con la sección de viento-metal en línea –de forma transversal–, el arma secreta de los de Dudamel. El conjunto se mostró muy cómodo con la breve partitura de Williams, donde las trompetas brillaron y el conjunto de metal mostró una clarísima articulación.

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Le siguió el reto de la tarde, el Concierto para violín de Gabriela Ortiz, y la invitada a superarlo entró al escenario con toques de naranja y dorado. La prodigiosa violinista granadina, experta ya en esta obra de tres movimientos, defendió su caballo de batalla e hizo valer nuevamente sus proezas en esta pieza de virtuosismo exhaustivo. Recorrió los primeros pasajes con gran expresividad, extrayendo toda la rugosidad de su imponente instrumento para ir ascendiendo progresivamente y coronar las cotas altas de un movimiento repleto de gimnasia violinística. Dudamel compaginó bien la profusa actividad orquestal, coloreada por el arpa y el piano, con los puntos de encuentro entre orquesta y solista a lo largo de Morisco chilango, primer movimiento del concierto. Le siguió Maya Déco, más contemplativo, en el que el Ortiz esboza un paisaje sonoro atmosférico muy imaginativo, lleno de efectos “frotantes” –copas de vidrio, arcos en gongs, etc.–. Dueñas explotó su vertiente más dramática y desgarradora poco después de dejar atrás el cristalino inicio, y lució una de sus mejores cadencias con un nutridísimo sonido sul tasto. El director manejó bien los bloques orquestales antes de marchar hacia el tercer movimiento, Canto abierto, exuberante en ritmos y en percusión, en el que Dueñas lució músculo en el tercer gran solo de violín, y en pasajes que solamente admiten el manejo experto del arco. La estrella invitada apaciguó la ovación con una delicadísima propina.

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Dudamel trajo desde el nuevo mundo una Novena de Dvořák bien moderada de dinámicas, aunque dejó nuevamente que el latón de la orquesta campara a sus anchas en el primer movimiento. Con gestos no especialmente elegantes, pero efectivísimos, el inconfundible Dudamel transmitió el ímpetu inicial a los californianos antes de abordar el nostálgico Largo con su bellísimo tema al corno inglés.  Los staccati del tercer movimiento dieron paso al célebre Allegro con fuoco y a su imperecedero tema principal, donde lució, como cabría esperar, la espléndida sección de trombones. Dudamel ofreció una lectura ligera de tempo en el que también enfatizó las voces intermedias y enloqueció en los coletazos finales. Como colofón, el venezolano y su séquito regalaron a la audiencia un pedacito de Hollywood con la Raiders March –Indiana Jones–, un latigazo de emoción y sorpresa que entusiasmó al público y cerró una velada inmejorable que sin uda perdurará en el tiempo.

Fotos: © Toni Bofill