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Los distintos colores del tumulto

Barcelona, 27/06/24. Gran Teatre del Liceu. Wagner: Die Walküre (acto 1). Clay Hilley (Siegmund), Lise Davidsen (Sieglinde), Gábor Bretz (Hunding). Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons, dirección musical.

Las relaciones entre la dirección del Liceu y sus barras bravas no pasan por el momento más dulce. No me siento autorizado para desentrañar las causas reales de los hechos pero, al torrente de cancelaciones y cambios de reparto (parece que es una plaga que no sólo afecta a este teatro), se añadía esta vez la supresión pura y dura de la primera parte del concierto, que tenía que incluir música del propio Wagner y de Richard Strauss. Cuando el director artístico salió a  anunciar el hecho lo hizo con los argumentos que ya habían aparecido por escrito en la web del teatro. Como eran argumentos poco convincentes se armó una bronca (legítima en mi opinión) que nos recordó viejos tiempos de ciclotimia e hiperventilación. Tanto más si se tiene en cuenta que, paradógicamente, el ambiente de la sesión que se iniciaba acabó coronada con la apoteósis total.

Se esperaba a Lise Davidsen por encima de cualquier otra cosa. Visto el ambiente una indisposición de la soprano noruega podía haber provocado auténticos disturbios (no se sabe nunca qué imprevistos pueden provocar tumultos insurreccionales). Pero la Davidsen gozaba de excelente salud: vino, cantó y venció. 

Dirigía Josep Pons la orquesta de la casa. En la agitada persecución que expresan los tensos crescendi orquestales de los primeros compases parecía que los piano súbitos que siguen  se convirtieran en súbitos silencios, perdiéndose la tensión sostenida por el tremolo de las cuerdas. Apareció Siegmund derrengado pero en traje de gala, dijo lo suyo y cuando Sieglinde lo encontró se hizo la luz. La Davidsen se presentó con un piano expresivo (Ein fremder Mann?) que pese a su intimismo recorrió toda la sala. Sin embargo, el solo de cello que antecede a Kühlende Labung gab mir der Quell no tuvo el lirismo exigible así que las cosas, a pesar del prometedor inicio de la señora Davidsen, todavía planteaban dudas. Pero la nitidez de la dicción de frases como Dies Haus und dies Weib sind Hundings Eigen dejó claro que, en cualquier caso, teníamos exactamente la soprano que habíamos ido a ver. Todo ello a pesar de la escasa poesía de los metales cuando Sieglinde ofrece la bebida a Siegmund, sostenida todavía en la enunciación del tema de Hunding  y a la que se apuntó Clay Hilley en su racconto  (ni él ni Pons dieron con la tecla en mich drängt' es zu Männern und Frauen); a pesar del solo orquestal previo a Ein schwert verhiess mir der Vater (un tema de la espada completamente inexpresivo) y durante el mismo. Y a pesar también de queGábor Bretz en el papel de Hunding se había mostrado correcto pero inadecuado para la parte: aunque resolvió dignamente las exigencias del papel en el registro grave mostró en general una zona central excesivamente lírica.

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No hay que hacerse una idea catastrófica de estos hechos porque, más allá de los detalles apuntados, Clay Hilley es un Siegmund muy consistente, que sostiene con gran seguridad vocal no solo esta parte sino también otras partes todavía más exigentes del repertorio wagneriano. A pesar de un acting un tanto excesivo para tratarse de una versión de concierto cantó siempre con voz sonora, sin forzaturas angustiantes (a las que nos tienen acostumbrados los heldentenor  al uso) y con una musicalidad muy notable que además fue creciendo durante la velada. De manera que cuando volvió Sieglinde para ofrecer más Davidsen a un público angustiado por el síndrome de abstinencia, las cosas habían encontrado ya un cauce prometedor tanto en lo que respecta a Siegmund como  a la orquesta. Y solamente faltaba la señora Davidsen cantando un Der Männer Sippe (el solo más relevante del personaje) de auténtica antología. El fraseo sobrio y detallista pone la piel de gallina, la sonoridad esplendorosa de su octava alta no revela ni el más mínimo signo de forzatura y, sea cual sea la dinámica en la que cante, el Liceu (sala dura para muchos cantantes) se queda pequeño. No creo que sea una exageración decir que se trata del fenómeno vocal más impactante que un servidor ha visto en esta sala en mucho tiempo.

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Pons decidió afrontar el famoso Winterstürme a la Karajan, elección interpretativa ultralírica que no comparto, y Hilley se alió con él en un süsseste Wonne gélido. Pero ya todo daba igual. Lo que había empezado como una exhibición individual de Lise Davidsen estaba arrastrando al maestro Pons, a su orquesta y al señor Hilley a un arrebato que no cesó hasta el final. El pasaje en que Siegmund arranca la espada del tronco (Heiligster Minne) fue cantado y tocado con un piano ultraexpresivo inolvidable y la emoción en la sala era tan palpable que ya no cabía duda de que velada era esta de las que se recuerdan. 

No hace falta decir que el final de este acto es una de las páginas más emocionantes que han sido escritas. Nada se interpuso entre Wagner y el respetable, que irrumpió en una ovación furibunda de las de antes, de las que no están prefijadas (hay muchas de estas) sino que provienen de la reacción de un público conmocionado.El tumulto final recordaba a aquellas ocasiones que a veces creemos (y nos equivocamos, afortunadamente) que nunca volverán. Si Lise Davidsen hubiese saludado sola (no nos engañemos, todos lo estábamos deseando) la cosa hubiese sido delirante. Pero no fue así y como gente civilizada volvimos a nuestras casas olvidando completamente que el inicio de la velada anunciaba tormenta.

Fotos: © Sergi Panizo