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Hello Kitty…adiós Butterfly

Madrid. 01/07/24. Teatro Real. G. Puccini: Madama Butterfly. Saioa Hernández (Cio-Cio-San), Matthew Polenzani (Pinkerton), Silvia Beltrami (Suzuki), Lucas Meachem (Sharpless), Mikeldi Atxalandabaso (Goro), Tomeu Bibiloni (Príncipe Yamadori), Fernando Radó (Tío Bonzo), Marta Fontanals-Simmons (Kate Pinkerton). Dir. Esc.: D. Michieletto. C. Y O. Titulares del Teatro Real. Dir. Coro.: J. L. Basso. Dir. Mus.: N. Luisotti. Producción Teatro Regio Torino.

El cierre de la temporada 23/24 del Teatro Real se da con diecinueve funciones de Madama Butterfly, con hasta cuatro protagonistas diferentes, en una clara apuesta por agotar entradas con uno de los títulos más populares y queridos por el público. 

Poco o nada aportó la regie de Damiano Michieletto a esta historia atemporal que los libretistas, Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, hilvanaron para un Puccini en pleno estado de gracia. Con un entorno kitsch, donde no se sabe si se está en un burdel de Indonesia, en un puerto de Shangay o en un barrio de prostitución de Japón, Michieletto propone -con una escenografía feísta y descarnada de Paolo Fantin- descubrir la macabra tragedia de la protagonista. 

No existe poesía, ya en su primera salida a escena, sola, con un paraguas oriental y bien solícita, se adivina que no es una niña-adolescente de quince años, sino una mujer adiestrada en los servicios de lupanares para extranjeros como Pinkerton. Con una camiseta de Hello Kitty, burdo intento de remarcar la infantilidad de Butterfly, lo que consigue Michieletto es caricaturizar a la geisha. 

La dramaturgia se agota rápidamente con una protagonista perdida en un entorno de yakuzas, de esquemáticos lugares comunes, pistolas en vez de tantō, el puñal japonés con el que se realiza el seppuku o harakiri, coches en vez de barcos, y una casa de cristal transparente que nos deja ver a la vez la fragilidad de Butterfly y su desnudez frente a la violencia sexual implícita de su trágica historia.

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No existió emoción ni empatía a nivel teatral, y tampoco ayudó una dirección de Nicola Luisotti letárgica y falta de fantasía. La salida de Butterfly sonó plana y pesante, sin magia ninguna, el fantástico dúo con Pinkerton, descarnado y sin morbidez ni emoción… La orquesta del teatro pareció esta vez anegada en una batuta gris y de tempi parcos, sin una apuesta clara y con unas dinámicas de notoria pobreza teatral. Y con todo la magnífica orquestación pucciniana brilló por momentos reivindicándose en el dúo de las flores y su preciosa transición al coro a bocca chiusa, aquí con un impecable Coro Intermezzo que con estas funciones cumple veinte años.

Así las cosas, con una producción sin alma y una batuta poco inspirada el reclamo recayó en las voces protagonistas. Saioa Hernández volvió a protagonizar la ópera final de temporada del Real, igual que hiciera el año pasado con Turandot. Un privilegio para esta madrileña, de instrumento lustroso, personal y siempre atractivo, quien por fin es profeta en su tierra y con justicia.

Es cierto que en este momento de la carrera de Hernández, Butterfly entra casi con calzador, pues por tamaño vocal, poderío de registro y proyección, casi pareció una Turandot intentando calzarse el quimono de Cio-Cio-San. Pero no es menos cierto que la voz, imponente, mórbida y timbricamente afilada y generosa se plegó con virtuosismo al rol, con una salida de gran mérito, donde los piani fueron cincelados con aplomo y belleza, así como en su dúo, aquí menoscabado por una dirección sombría, pero que Saioa construyó con meritoria sensibilidad. Un triunfo más para Saioa Hernández pleno de calidad vocal y medios administrados con sabiduría y holgura.

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De color meloso y canto sensible el Pinkerton de Matthew Polenzani. Fraseó con notable sensibilidad para un rol ingrato y poco agradecido que sin embargo defendió con un registro homogéneo, de agudos bien dosificados y centro atractivo al que solo le faltó dulcificar un final menos parco con alguna dureza tímbrica.

De voz matronal y oscura la Suzuki de la mezzo Silvia Beltrami. Impecable por estilo y calidad vocal quedó algo desdibujada en una regie que parece que no sabe dónde colocarla. Algo parecido pasó con el Sharpless del barítono Lucas Meachem, quien navegó por el rol con profesionalidad pero con un carisma escénico muy puntual.

Se volvió a reivindicar el excelente cantante vasco Mikeldi Atxalandabaso como Goro. Desagradable y ruín personaje, este sí bien caracterizado por la desnortada regie, con una voz siempre plena, llamativa y generosa por color, timbre y proyección. Un gran cantante del que siempre sabe a poco en roles secundarios como este.

Solvencia y profesionalidad en el resto del reparto para unas funciones que vuelven a llevar al Real la tragedia de Butterfly, una de las mejores óperas de Puccini, aquí sin embargo en una producción fallida y con una batuta sin carisma.

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