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La vida pasa... y la zarzuela la abraza

Madrid. 24/11/24. Teatro de la Zarzuela. Sorozábal: La del manojo de rosas. Vanessa Goikoetxea (Ascensión). Manel Esteve (Joaquín). Ángel Ruiz (Espasa). Nuria García Arrés (Clarita). Jesús Álvarez (Capó). Gerardo López (Ricardo). Enrique Baquerizo (Daniel). Milagros Martín (Mariana). Entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Alondra de la Parra, dirección musical. Emilio Sagi, dirección de escena.

Decía la poeta Montserrat Abelló que amaba tanto la vida que la hacía suya en muchas ocasiones. Y es que, ¿cómo no amar la vida, a pesar de todo? Es algo que fácilmente uno puede salir sintiendo, noche a noche, de un lugar como es el Teatro de la Zarzuela. Máxime con obras como La del manojo de rosas. “Los teatros son las iglesias de quienes creemos, por encima de todo, en un dios imposible como es el ser humano”, he apuntado yo mismo en otras crónicas de zarzuela.

Es la zarzuela y por extensión su teatro por antonomasia un lugar donde se abraza a la vida. A nuestra vida. Probablemente, la mayor muestra de ello haya sido el devenir de la vida a través de la que, a buen seguro, es su producción más icónica: La del manojo de rosas firmada por Emilio Sagi. Son cinco ya las ocasiones en que he podido disfrutarla en Madrid - desde 1999 - y ver, sentir, amar a través de ella la vida. De ver cómo todo pasa. Y todo queda. De la Ascensión de Milagros Martín a su Mariana, siempre con el teatro a borbotones en sus labios, como una auténtica referencia de nuestro género. El regreso de Carlos Álvarez a su papel fetiche. El relevo de Luis Varela a Ángel Ruiz como dos grandísimos actores cómicos con lo que he reído - sigo riendo con Ruiz - de pura felicidad… El triste adiós de Eduardo Carranza... el nuevo vestuario de Pepa Ojanguren tras el de Alfonso Barajas… O la histórica Clarita de Ruth Iniesta que me ganó para siempre algo más que los oídos y la maravillosa Ascensión que le seguiría…

Este Manojo de Emilio Sagi esta cargado de vida porque está cargado de verdad. De esa que resulta mejor que la que nos espera afuera, tras abandonar cualquier teatro. Y una placa en su decorado a Teresa Berganza, que comenzó en la ficticia “Plaza del que venga” y que ha terminado tornándose realidad en el callejero madrileño con la Plazuela de Teresa Berganza. Ahí mismo, a las puertas de su querido Teatro de la Zarzuela. Y si citaba a Machado ante aquello que muta o permanece, lo hago ahora con Sosa: porque si cambia lo superficial, lo profundo, el modo de pensar y todo en este mundo… Que yo cambie no es extraño. Perdonen que les hable de mí, pero quien comenzó su amor por este Teatro hace más de 30 años y que durante la última década ha venido narrándoles sus pequeñas vidas sobre los escenarios, se retira con esta de las críticas / crónicas de zarzuelas. Esta es, pues, mi última mirada a un Teatro que me lo ha dado todo. Me ha sostenido anímicamente. Me ha hecho creer. En mí. En los demás. En la música.

Qué manera de abrazar la vida es la de la zarzuela, decía. Especialmente en esta reflexión sobre Manojo de Emilio Sagi que es ya icónica. Es ya… lo lleva siendo mucho tiempo, histórica. Cuando se logra epatar no ya gracias a una voz, a una actuación o una interpretación determinada… cuando lo que se consigue es que sea la producción, el sentir, el hecho musical y escénico en sí lo que trascienda. Sé que las entradas están ya agotadas. Sé que este título y esta regia la programan a menudo; cinco veces en 25 años, ya digo, pero no dejen de regresar o encontrarse con ella por primera vez cuando vuelvan a subirla a un escenario. Vivimos tiempos convulsos. De ignorancia convulsa, más bien. Agárrense al arte, refúgiense en un teatro. A poder ser como este, que les hable de tú a tú.

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No entraré en más detalles sobre la propuesta, que ya pudieron leer cuatro años atrás con mis propias palabras. En esta ocasión, la vida sigue pasando, contando con una mujer en el podio de la Zarzuela. Algo por desgracia infrecuente. Alondra de la Parra cincela una lectura contundente, potente, intencionada en dinámicas. Un tanto emborronada en el tendente histrionismo de ciertas partes de la partitura y con estupendas intervenciones solistas de los atriles, muy especialmente el solista de trompeta al llegar el Interludio. Estupendos todos los miembros del Coro del Teatro.

Por destacar, brillaron tanto el Joaquín de Manel Esteve como la Ascensión de Vanessa Goikoetxea, ambos prestando especial atención al fraseo, la acentuación, las formas de decir y expresar. El barítono catalán delineó presencia sonora número a número, siendo muy aplaudido en su romanza. Por su parte, la soprano vasca ofreció un personaje sentido, con cuerpo vocal y registro homogéneo, asentado en la zona grave, brillando ambos en el dúo, donde dieron amplia muestra de sus capacidades con llamativos momentos de expansión vocal.

“El mundo necesita soñadores” es una frase que me dijo Joaquín Achúcarro al principio de conocernos y que marca mis pensamientos diarios. Sin embargo, creo que lo que el mundo necesita, en realidad, son personas, artistas como él y como quien sube día a día a un escenario, para que todos podamos seguir soñando.

Y seguir agradeciendo, siempre, a la zarzuela, todo lo que nos enseña a soñar sobre nuestra propia vida.