El clavecín en lo alto
Barcelona. 07/03/25. L’Auditori. Obras de Schumann, Gerhard, y Richard Strauss. Orquestra Simfònica de Barcelona Mahan Esfahani, clave. Jaha Lee, violín. Ludovic Morlot, dirección.
Las lloviznas no evitaron que la tarde del viernes L’Auditori no abarrotara la platea de la sala principal, anotando una gran asistencia en lo que fue, sin duda, uno de los eventos más particulares de la temporada. Y es que programar un concierto para clavecín, digamos, fuera del repertorio barroco –y por tanto, fuera del planteamiento historicista–, es relativamente inusual, a pesar de contar con un catálogo considerablemente amplio, al que contribuyeron notables compositores adheridos a las distintas corrientes estéticas que discurrían durante el pasado siglo XX y presente XXI. A día de hoy, quizá el concierto de piano siga siendo un reclamo más seguro para las salas y auditorios, por lo que, es de agradecer que L’Auditori asumiera el “riesgo” de programar el Concierto para clave, cuerda y percusión de Robert Gherard, máximo representante español –y catalán– de la corriente encabezada por Arnold Schonberg.
La relación entre el clavecinista y su clave, podría considerarse más estrecha aún que la existente entre un pianista y su piano, no solo por el mantenimiento del instrumento, que suele correr a cargo del propio clavecinista, sino también porque el primero debe familiarizarse con la mecánica y capacidades de su instrumento, debido a la variedad de modelos y “escuelas”. Además, el clavecinista suele mantener un contacto más directo con el fabricante. El clavecín que tocó Mahan Esfahani, una de las eminencias internacionales en este campo, fue un ejemplar Ammer de 1951 de cinco (poco frecuentes) pedales, antaño tocado por su maestra, la checa Zuzana Ruzickova, y fue el elemento estrella de la velada. Sin tratarse de un clavecín de gran poder y resonancia, su calidez, y especialmente su diversidad tímbrica, fueron los recursos que el iraní explotó a través de una formidable técnica.
Con la percusión a la izquierda y un formato camerístico, Ludovic Morlot se adentró en la partitura sondeando unas texturas bien equilibradas, con el suficiente margen para (casi) nunca opacar las capacidades dinámicas del instrumento protagonista, que por naturaleza, son siempre limitadas. En el primer movimiento, Esfahani recorrió eficazmente esos sketches de moto perpetuo que caracterizan el discurso musical de la pieza, con agilidad y una clarísima articulación. En el siguiente, tal como marca la partitura, acopló y desacopló “registros” y el público apreció los matices sonoros del instrumento.
Destacaron las alternancias de teclados (y de manos) y la soltura del persa a lo largo de los pasajes, a cuál más endiablado, en los que predominaron las figuras arpegiadas, siempre bien encuadradas en el tempo de Morlot, que aireaba la batuta en la densa y atonal atmósfera. Morlot agitó el avispero saldándose con un Vivace spiritoso muy completo, con Esfahani bien atento a los cambios rítmicos, regaló algo de comicidad con sus expresiones faciales antes de acometer el supersónico final sobrado de destreza y energía.
Tras un pequeño discurso, ofreció de propina la famosa Passacaglia en sol menor de Händel, con soberbio virtuosismo y con cierta libertad de rubato, además de adornar el conjunto de variaciones con algunas añadiduras aparentes que dieron mucha variedad. Calmó la ovación con la Sonata en re menor K. 120 del maestro Scarlatti, que asombró al público con los cruces de manos, muy diestro y preciso en la ejecución.
Antes de Esfahani, la violinista Jaha Lee, había ofrecido una muy decente interpretación de la Fantasía para violín y orquesta en do sostenido de Robert Schumann, con legati muy elegantes firmados por su izquierda, y una diestra bien coordinada con Morlot. Al igual que el flautista Francisco López hace unas semanas, la franco-coreana encarnó el rol solista ante sus compañeros de orquesta, en esta breve pero intensa pieza romántica. Sorprendió al público con un agraciado bis formando trío con el violista, Lesster Mejías, y el contrabajista Luis Cabrera.
Morlot y OBC pusieron rumbo a las alturas con la majestuosa Sinfonía Alpina de Strauss, que implicó el espectacular rearme de la plantilla, y que dejó ver algunos instrumentos poco usuales, como el heckelfón, el juego de cencerros, o la máquina de viento. Aunque algunos elementos pudieron mejorarse –como quizá, la excesiva “lejanía” de la fanfarria en offstage en El ascenso–, la lectura de Morlot se tradujo en una colosal y satisfactoria interpretación, sin ataduras en los momentos cumbre de la partitura y precisión en los momentos de calma o suspense. Las familias de cuerda estuvieron bien guiadas por el francés, que vertebraron la expedición con polivalencia. Prados, cascadas, y campos de flores... los de Morlot recorrieron las diferentes estampas montañesas con convicción, destacando Aparición, o la evocadora entrada al bosque, y naturalmente, los puntos fuertes del poema sinfónico, como la llegada a la cima y la tormenta. La excursión entusiasmó al numeroso público del viernes, que agradeció la dedicación con la correspondiente ovación, y cerró así una velada por todo lo alto y difícil de olvidar.
Fotos: © May Zircus