© May Zircus
Sibila Hinojosa
Barcelona 10/04/25. Festival Llums d’Antiga. Escenario Sala Pau Casals. Obras de B. Strozzi, A. Scarlatti, A. Vivaldi, J. Sánchez-Verdú, D. Terradellas, K. Szymanowski y F. Caccini. The Ministers of Pastime. María Hinojosa-Montenegro, soprano. Javier Otero, electrónica. Francesco Corti, clavicémbalo y dirección musical.
Encantamiento musical, profetisa de la voz, programa original y contrastado y un ambiente de magia instrumental fue lo que ofreció el recital de la siempre inquieta y carismática soprano sabadellense María Hinojosa Montenegro.
Programado dentro de la séptima edición del Festival Llums d’Antiga del Auditori, este concierto se dio en el escenario de la Sala Pau Casals del edificio, sin perder ni el ambiente camerístico ni la sensación de recogimiento y trascendencia que el programa buscaba y que ofreció.
Desde el inicio, con el canto, casi a capella del llamado Stabat Mater de Sudanell, que sonó como una oración de una Sibila dueña de la música del destino, Hinojosa volvió a demostrar su inconfundible estilo y expresión. Su fusión del texto, casi susurrado y apenas acompañado por un tejido de las cuerdas como colchón místico, fue un inicio profético e hipnótico que dejó al público ensimismado.
Magnífico en todo el recital el conjunto The Ministers of Pastime, compuesto por dos primeros violines, Ignacio Ramal y Sara Balasch, dos segundos violines, Ángela Moro y Cecilia Clares, la viola da braccio de Alaia Ferrán, el violonchelo de Guillermo Turina, el contrabajo de Alberto Jara, la tiorba de Jeremy Nastasi y el órgano positivo de Joan Seguí. A este equipo instrumental se sumó la original apuesta de la electrónica de Javier Otero, en el Szymanowski y la siempre implicada y expresiva dirección desde el clave del italiano Francesco Corti.
Este concierto, nacido casi como una carta blanca desde los programadores del Auditori a la soprano catalana, conjugó reivindicación y recuperación del patrimonio musical, compositoras femeninas, un estreno absoluto (con música de Sánchez Verdú y texto nuevo de Lluïsa Cunillé) y la original adaptación sampleada de parte del Stabat Mater, op. 53 de Karol Szymanowski.
Y es que María Hinojosa se ha transformado en una de las mejores embajadoras de la interpretación del repertorio históricamente informado y al mismo tiempo de la nueva creación. Una artista que busca más allá del manido y repetitivo repertorio que podemos ver siempre en casi todas las salas de conciertos programado una y otra vez. Su capacidad camaleónica, su profundidad expresiva, siempre sensible, con una flexibilidad vocal y capacidad de colorear los sentimientos de las obras de los compositores quedaron claras y seductoramente palpables en todo el recital.
Con la idea de transmitir el dolor de la mujer, madre y creadora, desde el punto de vista de la propia artista y cantante, y alejada del prisma externo masculino como espectador. Estas visiones distintas de la mujer frente al dolor, guió una construcción del programa que navegó desde el “Lagrime mie” de Diporti di Euterpe de Barbara Strozzi, una de las primeras mujeres compositoras profesionales del barroco italiano. Aquí Hinojosa, madre y doliente mostró la fragilidad de la protagonista que se pregunta sorprendida y culpable, porqué sus propios ojos son incapaces de llorar frente a la pérdida y el recuerdo.
Con las dos piezas de Il dolore di Maria Vergine de Alessandro Scarlatti, en la conmemoración del trescientos aniversario de la muerte del compositor, Hinojosa desgranó Fra dirupi negl’altri più profondi e Il mio figlio ov’è, che fa?, con un canto empático y de gran dramatismo interior. Sin solución de continuidad y con el Adagio molto de la Sinfonia al Santo sepolcro, RV 169 de Vivaldi, a modo de intersección instrumental previa. Esta sensación de música continua, fluida y sin cortes, dio al recital una mayor entidad al discurso y la sensación de un trabajo planteado con un detallismo medido al milímetro. Finalidad narrativa y expresividad a flor de labio, dos constantes que hicieron del mensaje musical un éxito sin paliativos para goce del espectador.
El contrapunto que supuso el estreno mundial del Stabat Mater para soprano y conjunto barroco de José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968), no chirrió en absoluto en medio de la propuesta. La obra, encargada por la propia soprano al compositor andaluz, mostró una composición de sugerente sonoridad introspectiva, donde las disonancias y los golpes de las cuerdas, mostraron una protagonista de respiración angustiosa y vencida. El texto, también de estreno, firmado por Lluïsa Cunillé, hurgó en el vació, existencial y humano de una madre que se pregunta qué pasa después de la pérdida de su hijo. Hinojosa interpretó la obra con una verdad musical punzante y dolorosa para un estreno fugaz, no duró apenas siete minutos, en un programa donde los destellos musicales brotaron como perlas de un collar donde el dolor y sus distintos lenguajes formaron un todo musical imperdible. Cerrada ovación para el estreno con la presencia del compositor y primeros aplausos del recital.
Después de un mórbido Concerto madrigalesco de Vivaldi por unos inspirados Ministers of pastime, se interpretó el solo Kol Haneshama hebraico, con Hinojosa y el violín de Ignacio Ramal, que sirvió de contrapunto espiritual.
Este versículo final del Salmo 150, la culminación del libro de los Salmos, fue servido con la voz de la soprano quien jugó con las cuerdas del violín en un duo solista de gran capacidad efusiva. Un canto de alabanza a Dios que ofreció un punto y seguido al hilo del programa donde la metafísica y los sentimientos humanos siempre fueron uno.
La inclusión de la Cantata a los dolores de María Santísima de Domènec Terradellas, en la insólita versión con texto en castellano de Ignasi Llor, sumó el patrimonio musical catalán con un compositor del barroco europeo que cada vez está cogiendo mayor protagonismo en una recuperación necesaria y agradecida. El público agradeció el regalo con un espontáneo aplauso y bravos para la soprano.
La originalidad y valentía de programar el Christie, cum sit hinc exire, última parte del Stabat Mater de Karol Szymanowski, en la versión adaptada por el pianista y artista electrónico Javier Oteira, dio otro ingrediente de gracia al recital. La transcripción de la obra por parte de Oteira, adaptada a la formación y a la solista, jugó con sonidos sampleados del cuerpo humano del propio Oteira (el ruido de su corriente sanguínea, los latidos del su corazón y hasta de una ¡gastroscopia!). Esta extraña y sobrecogedora mezcla de sonidos humanos con el cantar de Hinojosa, fue otro momento de inasible experiencia musical. Una vivencia sinestésica que bien podría haber formado parte de una escena fílmica del recientemente fallecido David Lynch.
Finalizó el programa la voz de María cantando el Maria, dolce Maria de Il Primo libro della musica de Francesca Caccini. Un canto dulce y meloso que demostró la maestría de la solista en el arte del recitar cantando para un final de mística austeridad que coronó a Hinojosa como nuestra Sibila eterna.
Los generosos aplausos y calidez del público consiguieron todavía dos bises. Un sentido y catártico Che si può fare de Barbara Strozzi y un maravilloso Sant Joan, feu-lo ben gran, canción tradicional anónima catalana cantado por María Hinojosa y acompañada a varias voces por parte de las violinistas.
Un final polifónico lleno de amor y mensaje universal que significó la culminación de un recital insólito. La demostración que todavía existen artistas con cosas que decir en repertorios inéditos que devuelven la ilusión al espectador cansado de la repetición constante de una programación previsible y rutinaria.
Fotos: © May Zircus